ARAGÓN, UNA SENSIBILIDAD DE CINE*
Alguien dijo, sin exageración, que Aragón era el territorio que poseía más ilustres, ilustradores e iluminados por kilómetro cuadrado. La afirmación es todavía más exacta si nos referimos al cine. Ese arte de 110 años encontró aquí un desarrollo increíble. Más que una industria propiamente, fue capaz de suscitar el interés de aragoneses que acabarían convirtiéndose en referencia imprescindible. Y en ocasiones, en referencia universal. Los hermanos Lumière inventaron el séptimo arte a finales de 1895, y muy pronto los Jimeno, Eduardo Jimeno Peromarta, el padre, y Eduardo Jimeno Correas, el hijo, no sólo se dedicaron a la proyección del cine en Madrid y en Zaragoza sino que hicieron las primeras tentativas para rodar una película. Quizá no fueron ellos exactamente los primeros en obtener una filmación, ni siquiera al parecer en Zaragoza, pero sí les corresponde el mérito de ser los realizadores de la única película del siglo XIX que se conserva: Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza, grabada un 11 de octubre de 1899 en dos minutos y con 17 metros de celuloide.
Zaragoza se convirtió en una ciudad de cine y del cine. Pronto empezaron a multiplicarse las barracas y las salas, tanto la carpa del Farrusini como el Cinematógrafo Coyne, una referencia fundamental de modernidad, los pioneros de la realización (desde los Jimeno a Antonio de Padua Tramullas, desde los Coyne a Segundo de Chomón ) y los empresarios: Félix Preciado, Leopoldo Acín, Anselmo María Coyne, Manuel Reverter Con la expansión del cine, también se produjo un auténtico apogeo de técnicos y cineastas y actores. La mitología y el glamour de la pantalla grande empezaban a impregnar Aragón. En Zaragoza se vio en 1902 el célebre Viaje a la luna de Georges Mélies, y más tarde se verían los trucos y los prodigios técnicos de Chomón, que llegó a trabajar en la mítica Cabiria de Giovanni Pastrone o en Napoleón con Abel Gance. A finales de los años 20 irrumpían con la fuerza de un torrente dos directores bastante diferentes: Florián Rey, que trajo el éxito y un cine popular de calidad anudado a la figura de Imperio Argentina; y Luis Buñuel, formado en la Residencia de Estudiantes y en París, en la vertiente más heterodoxa del surrealismo del 27, que había venido a subvertir el cine con Un perro andaluz y La Edad de Oro.
Completamente diferentes, llegarán a coincidir estéticamente a mediados de los años 30, cuando Florián Rey realiza películas como Nobleza baturra y Luis Buñuel es el productor de Filmófono y a veces el director en la sombra; sí firmaba con su nombre, y estremecía la II República, el impresionante y falso documental Las Hurdes. Tierra sin pan, que sería determinante años después para que Carlos Saura abandonase la fotografía profesional por el cine. Rey, tras la Guerra Civil, caerá más bien en el olvido; Luis Buñuel será reconocido como un maestro indiscutible en el cine mundial con títulos como Los olvidados, Él, El ángel exterminador, La Vía Láctea, Belle de jour o El fantasma de la libertad.
Aragón también contó muy pronto con cineclubes, gracias a la tenacidad de ese hombre para todo del cine que es Eduardo Ducay, y de mitos enigmáticos como la actriz Ino Alcubierre. En la posguerra, la factoría de cine ha contado con nombres fundamentales: el citado Carlos Saura, de prestigio universal; José Luis Borau y José María Forqué, que pronto se hicieron acreedores al epíteto de clásicos; Julio Alejandro de Castro, uno de los grandes guionistas españoles de todos los tiempos; heterodoxos como Antonio Artero o Antonio Maenza; realizadores de cine y de televisión como Alfredo Castellón, Clemente Pamplona o José Antonio Páramo; luego vendrían otros nombres fundamentales como Fernando Bauluz, ya fallecido, o Miguel Ángel Lamata, que ha recogido con espíritu iconoclasta el testigo de sus mayores.
Incluso aquí se intentó hacer en la posguerra cine profesional a través de Moncayo Films. Se intentó y se hizo, a diferentes niveles, porque había mimbres para ello: ahí estaban José Luis Pomarón, Víctor Monreal, Manuel Rotellar, Manuel Labordeta, Emilio Alfaro, José Antonio Duce, y su atrevimiento cristalizó en varias películas, pero sobre todo en una que ya forma parte de la leyenda: Culpable para un delito, de José Antonio Duce, que convirtió a Zaragoza en una ciudad con tranvía y puerto de mar. Todo ese magma de forjadores de sueños, no se ha quedado en agua de borrajas. Aragón posee, en el cine, una mala salud de hierro: falta industria, como antaño, los grandes proyectos siguen elaborándose extramuros, pero ha sido un determinante plató de cine y es ahora mismo cuna de más de un centenar de jóvenes realizadores, de grandes investigadores e historiadores, y alberga alrededor de una docena de festivales de cine, y algunos celebran su primer decenario; otros, como el Festival de Cine de Huesca, tres décadas. No se sabe bien por qué, pero Aragón es tierra de cine. Y esa no es una hipótesis o una afirmación interesada: es una certeza conmovedora.
*Texto que me pide ese activista incesante del cine que es Luis Antonio Alarcón.
Zaragoza se convirtió en una ciudad de cine y del cine. Pronto empezaron a multiplicarse las barracas y las salas, tanto la carpa del Farrusini como el Cinematógrafo Coyne, una referencia fundamental de modernidad, los pioneros de la realización (desde los Jimeno a Antonio de Padua Tramullas, desde los Coyne a Segundo de Chomón ) y los empresarios: Félix Preciado, Leopoldo Acín, Anselmo María Coyne, Manuel Reverter Con la expansión del cine, también se produjo un auténtico apogeo de técnicos y cineastas y actores. La mitología y el glamour de la pantalla grande empezaban a impregnar Aragón. En Zaragoza se vio en 1902 el célebre Viaje a la luna de Georges Mélies, y más tarde se verían los trucos y los prodigios técnicos de Chomón, que llegó a trabajar en la mítica Cabiria de Giovanni Pastrone o en Napoleón con Abel Gance. A finales de los años 20 irrumpían con la fuerza de un torrente dos directores bastante diferentes: Florián Rey, que trajo el éxito y un cine popular de calidad anudado a la figura de Imperio Argentina; y Luis Buñuel, formado en la Residencia de Estudiantes y en París, en la vertiente más heterodoxa del surrealismo del 27, que había venido a subvertir el cine con Un perro andaluz y La Edad de Oro.
Completamente diferentes, llegarán a coincidir estéticamente a mediados de los años 30, cuando Florián Rey realiza películas como Nobleza baturra y Luis Buñuel es el productor de Filmófono y a veces el director en la sombra; sí firmaba con su nombre, y estremecía la II República, el impresionante y falso documental Las Hurdes. Tierra sin pan, que sería determinante años después para que Carlos Saura abandonase la fotografía profesional por el cine. Rey, tras la Guerra Civil, caerá más bien en el olvido; Luis Buñuel será reconocido como un maestro indiscutible en el cine mundial con títulos como Los olvidados, Él, El ángel exterminador, La Vía Láctea, Belle de jour o El fantasma de la libertad.
Aragón también contó muy pronto con cineclubes, gracias a la tenacidad de ese hombre para todo del cine que es Eduardo Ducay, y de mitos enigmáticos como la actriz Ino Alcubierre. En la posguerra, la factoría de cine ha contado con nombres fundamentales: el citado Carlos Saura, de prestigio universal; José Luis Borau y José María Forqué, que pronto se hicieron acreedores al epíteto de clásicos; Julio Alejandro de Castro, uno de los grandes guionistas españoles de todos los tiempos; heterodoxos como Antonio Artero o Antonio Maenza; realizadores de cine y de televisión como Alfredo Castellón, Clemente Pamplona o José Antonio Páramo; luego vendrían otros nombres fundamentales como Fernando Bauluz, ya fallecido, o Miguel Ángel Lamata, que ha recogido con espíritu iconoclasta el testigo de sus mayores.
Incluso aquí se intentó hacer en la posguerra cine profesional a través de Moncayo Films. Se intentó y se hizo, a diferentes niveles, porque había mimbres para ello: ahí estaban José Luis Pomarón, Víctor Monreal, Manuel Rotellar, Manuel Labordeta, Emilio Alfaro, José Antonio Duce, y su atrevimiento cristalizó en varias películas, pero sobre todo en una que ya forma parte de la leyenda: Culpable para un delito, de José Antonio Duce, que convirtió a Zaragoza en una ciudad con tranvía y puerto de mar. Todo ese magma de forjadores de sueños, no se ha quedado en agua de borrajas. Aragón posee, en el cine, una mala salud de hierro: falta industria, como antaño, los grandes proyectos siguen elaborándose extramuros, pero ha sido un determinante plató de cine y es ahora mismo cuna de más de un centenar de jóvenes realizadores, de grandes investigadores e historiadores, y alberga alrededor de una docena de festivales de cine, y algunos celebran su primer decenario; otros, como el Festival de Cine de Huesca, tres décadas. No se sabe bien por qué, pero Aragón es tierra de cine. Y esa no es una hipótesis o una afirmación interesada: es una certeza conmovedora.
*Texto que me pide ese activista incesante del cine que es Luis Antonio Alarcón.
8 comentarios
KIKO -
juanin -
Héctor -
Muchas gracias.
eskymal -
"Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza": la fraudulenta creación de un mito franquista.
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/00361607699925095207857/index.htm
La verdad es que resulta bastante duro con Eduardo J/Gimeno.
Gracias y un saludo.
Antonio PÉREZ MORTE -
Faltarían, siempre, por extenso que fuese el texto, sin embargo, creo que no se puede decir nada más en tan poco espacio.
Estoy completamente convencido de que la labor de
aquellos "inolvidables locos" de la posguerra a los que mencionas fueron una semilla que nos trajo grandes frutos.
Abrazos Antoncico!
A. C. -
Cide -
Pero también tenemos nuestras miserias cinematográficas. Un cineasta aragonés - Carlos Saura- hizo una gran película sobre el más universal de los pintores aragoneses, y ningún empresario ofreció su sala para hacer el estreno. Son las contradicciones de esta tierra a la que no nos queda más remedio que "amar, odiar y tener un cariño ancestral".
Como curiosidad quiero decir que Segundo de Chomón es nombrado en La ciudad de los prodigios como catalán. Errores de documentación, muy habituales por otra parte en Eduardo Mendoza, tan sobrevalorado siempre.
José María Ariño -