EL EBRO, RÍO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
ENTREVISTA CON JESÚS MARTÍNEZ GALLARDO, PESCADOR DE ALAGÓN
EL EBRO FUE PARA MÍ EL RÍO DE LA VIDA,
PARA OTROS EL RÍO DE LA MUERTE
Jesús Martínez Gallardo (Alagón, Zaragoza, 1924) es un héroe inadvertido. En el salón de su casa de Alagón se conservan las aves o los mamíferos que ha disecado, los diplomas donde se le reconoce su atrevimiento y su generosidad en la búsqueda de ahogados o en el rescate de náufragos, cuyos nombres va recordando junto a Milagros, su esposa. Un póster reproduce en varias lenguas el nombre de los peces.
-Jesús, ¿por qué se hizo pescador?
-Esa palabra casi se me queda corta. Fui campesino, esquilador, empleado de la Azucarera de Alagón, cazador, disecador y pescador, claro. Me han ocurrido tantas cosas que podría decirle que estoy vivo de milagro. A partir de un determinado momento, mi vida fueron los peces y el río: los conocía a todos. Anguilas, carpas, barbos, madrillas. Y sabía si preferían el vado, las honduras o la superficie.
-¿Hubo algún antecedente en su familia?
-Recibí de mi bisabuelo el mote de Carabinas. ¿Sabe por qué?
-No, la verdad.
-Era guarda forestal de cinco pueblos y se paseaba de aquí para allá con los correajes y la escopeta al hombro. Mi padre fue obrero de la Azucarera de Alagón y esquilador. Me enseñó, desde niño, desde los diez años, a trabajar la remolacha y a esquilar. Siendo adolescente, ya sabía esquilar ganado lanar y caballerías, y pronto corrí mi primera aventura.
-¿Qué aventura, qué le pasó?
-Yo tenía un hermano, Manuel. Mi padre nos dio una maleta, tijeras y un billete de tren a cada uno. Nos envió a Ricla, el pueblo del torero Braulio Lausín, Gitanillo de Ricla. Nosotros estábamos un poco asustados; nos dijo: Saldrán a buscaros. Y efectivamente, vinieron a buscarnos y nos incorporamos a una cuadrilla de 18 personas que pelaban los animales de Ricla, Lumpiaque, Sestrica y Alagón. Dormíamos en los pajares. Me encontraba con gente buena y mala; a los mayores, de cuando en cuando, tenías que dejarles el mejor sitio en el pajar. Participé en más de treinta campañas, que duraban alrededor de tres meses. Fueron años provechosos: aprendí a tocar la bandurria en siete meses y a bailar la jota, aunque el gran enamorado de la jota era mi hermano.
-Aún no ha aparecido el Ebro en nuestro diálogo.
-No se impaciente. Trabajábamos catorce horas. Esquilábamos 40 ó 50 ovejas al día y les rebajábamos 20 centímetros de pelo. Luego ya vino la máquina eléctrica y se redujeron las collas. Íbamos por toda la ribera del Jalón, y llegábamos hasta Tauste, Ejea, Tarazona y Soria. Yo volvía a casa en julio y en cuanto podía me marchaba al río. Me atraía mucho, y además había que sacar un duro para el día de mañana. Siempre he sido previsor y muy práctico. Casi todo lo que sé sobre los anzuelos, las redes, las barcas y las técnicas me lo enseñó Daniel Tejero Domínguez, que era experto en pesca tradicional. Me afilié a la primera Sociedad de Pescadores de Zaragoza y aprendí todo lo que pude: a manejar el pontón (la embarcación), a montar las redes y a hacer nudos, cómo se aplican las velas, a lanzar la caña, dónde esta la pesca. Cada pez tiene sus preferencias: el pez gato prefiere las honduras; la carpa y el barbo se mueven en cualquier sitio; las madrillas se subieron a los vados o se dejaban ver por los galachos, en aguas tranquilas. A los doce años ya iba al río.
-¿Y cuándo se profesionalizó, si puede decirse así?
-A los 17 años mi padre me permitió comprar una barca en Pedrola. Tenía tres metros y medio de eslora y casi uno de manga. Fue por entonces cuando viví algo inolvidable para mí. Mi abuelo se fue a Buñuel (Navarra), se empeñó en subirse a una higuera para coger brevas o higos, se cayó al suelo y se le salió la clavícula. Debía dolerle bastante, la verdad. Pidieron auxilio y, camino del hospital, lo pasaron en un carro sobre el puente del Ebro. Aborrecido, cuando iba por el medio del río, maniobró como pudo y se arrojó a la corriente. Fui yo quien rescató su cadáver. Fue el primer cuerpo que recogí del Ebro.
-¿Eso fue antes o después de su historia de amor?
-¿Cómo lo sabe? La muerte de mi abuelo fue después. Conocí a Milagros, mi mujer, cuando tenía quince años. Fue un amor a primera vista. Yo me estaba bañando en el río cuando vi cruzar una barca de paso. A bordo iba una familia que volvía de la finca de Santa Inés. Vi a una muchacha morena, parecía gitana, y pensé que debía ser para mí. Tal como se lo digo. Poco después, ella vino a Alagón para servir, me acerqué en el baile, empezamos a hablar y a salir, y nos casamos tras seis años de noviazgo en 1947. Fue mi mejor ayudante.
-¿En qué le ayudaba Milagros?
-Yo me marchaba al río temprano y cogía de todo: anguilas, madrillas, carpas. Toda una canasta de pescado. Y Milagros, con un remolque de mano, lo llevaba para la venta callejera a Remolinos, Grisén, Pinseque, Alagón. Se lo quitaban literalmente de las manos. Y de las anguilas, que entonces había muchas, ni le cuento: era el bocado por el excelencia, una fiesta para cualquier paladar, pero empezaron a escasear cuando cerraron la presa de Mequinenza.
-Eso fue mucho después, en los 60.
-Sí, pero se notó. Los domingos las pedían mucho, sobre todo en días señalados. En 1949 me despedí de la Azucarera de Alagón y nos fuimos a Remolinos a trabajar en las minas de sal. Recuerdo que coincidimos allí cinco hombres jóvenes. El trabajo era muy duro y llegábamos a extraer quince vagonetas de sal en flor al día; cinco de sal de selección y una vagoneta de bolas para el ganado lanar y vacuno. Creo recordar que se decía así. Y yo en cuanto salía me iba al río. Para pescar anguilas me daba unos madrugones enormes, desde la primavera al otoño, que era cuando más abundaban, pero además esquilaba el ganado de Remolinos. La gente me decía: ¿El ganadico lo esquilarás tú, verdad, Jesús?. También aprendí a disecar animales.
-Imagino que el río no daba lo suficiente.
-Todo era poco. Quiero contarle otra historia que debió suceder a principios de los 50. Conocí a Félix Mar Lorente, del que usted habrá oído hablar por su apodo: era El tío Toni, el barquero del Ebro a orillas del Pilar. Él sale en los libros y en las fotos de entonces. Era todo un personaje y un indiscutible maestro de pescadores que enseñó a mucha gente las técnicas de pesca. Al parecer debía tener algún enemigo: fue denunciado por algún compañero o por sus propios discípulos por sus prácticas furtivas de pesca Lo metieron en la cárcel de Torrero. Tenía nueve hijos. Recuerdo que se hizo una suscripción entre pescadores y amigos para que pudiese salir del calabozo. Yo mandé cinco duros de papel que se me convirtieron en oro.
-¿En oro? ¿Qué quiere decir?
-Sucedió una casualidad maravillosa. Fui a comprar algunas cosas al barrio de la Química, y también un meloncico. Quise comerlo en el parque del tío Jorge. Y allí me encontré con un hombre mayor que pescaba en un escorredero del río. Nos pusimos a hablar. ¿Quiere una tajadica de melón?, le dije. Se la iba a pedir, me contestó. Le dimos al palique un rato y en un determinado momento me dijo: ¿No será usted Jesús Martínez Gallardo, el pescador de Alagón que dio cinco duros para que yo saliese de la cárcel?. Claro que lo era. Aquel hombre me hizo llorar. Tenía una lista con el nombre de todos los que le habíamos ayudado. Me dijo quien lo había metido en prisión. Vino en dos ocasiones a nuestra casa. Me enseñó cosas que yo no sabía y me ayudó a ganar mucho dinero.
-Es una historia muy bonita. ¿Qué pasó luego?
-Aprendí el oficio de taxidermista. En 1956 hubo una gran nevada y vinieron los patos. Yo los cazaba. Mataba y disecaba animales: los patos azulones, las becadas, que tenían una carne exquisita. Mi gozo en esta vida ha sido siempre estar dedicado a hacer cosas. Recuerdo perfectamente las riadas de 1961 y 1962, que duró doce días. Desde el 28 de diciembre hasta el día 8 de enero. Rescaté a una familia completa. He rescatado hasta 18 personas con vida, y recobré once ahogados, nada menos.
-Decimos siempre que el Ebro es el río de la vida. ¿Está de acuerdo?
-Para mí lo ha sido. Y para algunos el río de la muerte. El Ebro significó una ayuda muy grande. También he tenido momentos de peligro. Hay corrientes muy malas. He visto a personas que se han ido de la cabeza y se arrojaban al río. Recuerdo algunos nombres: Pedro Rubio, a quien le dio por decir que lo estaban envenenando las monjas; Jesús Ibáñez, que se tiró al río en un día de lluvias. Muchas de las historias de la gente que salvé andan en los papeles. He recibido diplomas y homenajes. Fui testigo de la repoblación del Ebro. A los peces autóctonos, de toda la vida, se les unieron la perca, el lucio, el siluro. Yo iba a ganarme la vida al río, que es una fuente de riquezas. De él vivíamos miles de personas, cientos de familias.
-¿Cuándo se pasa mejor en el caudal del río, durante la pesca?
-Lo he pasado muy bien de noche. Es muy tranquilo y romántico pescar bajo las estrellas. He sido un trabajador infatigable y he tenido que luchar. Para mí ha sido una bonita experiencia conocer las costumbres de los peces: cada uno tiene una forma de vida. He sido muy feliz en el río. Ésa es la verdad.
*La foto está sacada de internet: es una foto histórica del puente de Novillas.
EL EBRO FUE PARA MÍ EL RÍO DE LA VIDA,
PARA OTROS EL RÍO DE LA MUERTE
Jesús Martínez Gallardo (Alagón, Zaragoza, 1924) es un héroe inadvertido. En el salón de su casa de Alagón se conservan las aves o los mamíferos que ha disecado, los diplomas donde se le reconoce su atrevimiento y su generosidad en la búsqueda de ahogados o en el rescate de náufragos, cuyos nombres va recordando junto a Milagros, su esposa. Un póster reproduce en varias lenguas el nombre de los peces.
-Jesús, ¿por qué se hizo pescador?
-Esa palabra casi se me queda corta. Fui campesino, esquilador, empleado de la Azucarera de Alagón, cazador, disecador y pescador, claro. Me han ocurrido tantas cosas que podría decirle que estoy vivo de milagro. A partir de un determinado momento, mi vida fueron los peces y el río: los conocía a todos. Anguilas, carpas, barbos, madrillas. Y sabía si preferían el vado, las honduras o la superficie.
-¿Hubo algún antecedente en su familia?
-Recibí de mi bisabuelo el mote de Carabinas. ¿Sabe por qué?
-No, la verdad.
-Era guarda forestal de cinco pueblos y se paseaba de aquí para allá con los correajes y la escopeta al hombro. Mi padre fue obrero de la Azucarera de Alagón y esquilador. Me enseñó, desde niño, desde los diez años, a trabajar la remolacha y a esquilar. Siendo adolescente, ya sabía esquilar ganado lanar y caballerías, y pronto corrí mi primera aventura.
-¿Qué aventura, qué le pasó?
-Yo tenía un hermano, Manuel. Mi padre nos dio una maleta, tijeras y un billete de tren a cada uno. Nos envió a Ricla, el pueblo del torero Braulio Lausín, Gitanillo de Ricla. Nosotros estábamos un poco asustados; nos dijo: Saldrán a buscaros. Y efectivamente, vinieron a buscarnos y nos incorporamos a una cuadrilla de 18 personas que pelaban los animales de Ricla, Lumpiaque, Sestrica y Alagón. Dormíamos en los pajares. Me encontraba con gente buena y mala; a los mayores, de cuando en cuando, tenías que dejarles el mejor sitio en el pajar. Participé en más de treinta campañas, que duraban alrededor de tres meses. Fueron años provechosos: aprendí a tocar la bandurria en siete meses y a bailar la jota, aunque el gran enamorado de la jota era mi hermano.
-Aún no ha aparecido el Ebro en nuestro diálogo.
-No se impaciente. Trabajábamos catorce horas. Esquilábamos 40 ó 50 ovejas al día y les rebajábamos 20 centímetros de pelo. Luego ya vino la máquina eléctrica y se redujeron las collas. Íbamos por toda la ribera del Jalón, y llegábamos hasta Tauste, Ejea, Tarazona y Soria. Yo volvía a casa en julio y en cuanto podía me marchaba al río. Me atraía mucho, y además había que sacar un duro para el día de mañana. Siempre he sido previsor y muy práctico. Casi todo lo que sé sobre los anzuelos, las redes, las barcas y las técnicas me lo enseñó Daniel Tejero Domínguez, que era experto en pesca tradicional. Me afilié a la primera Sociedad de Pescadores de Zaragoza y aprendí todo lo que pude: a manejar el pontón (la embarcación), a montar las redes y a hacer nudos, cómo se aplican las velas, a lanzar la caña, dónde esta la pesca. Cada pez tiene sus preferencias: el pez gato prefiere las honduras; la carpa y el barbo se mueven en cualquier sitio; las madrillas se subieron a los vados o se dejaban ver por los galachos, en aguas tranquilas. A los doce años ya iba al río.
-¿Y cuándo se profesionalizó, si puede decirse así?
-A los 17 años mi padre me permitió comprar una barca en Pedrola. Tenía tres metros y medio de eslora y casi uno de manga. Fue por entonces cuando viví algo inolvidable para mí. Mi abuelo se fue a Buñuel (Navarra), se empeñó en subirse a una higuera para coger brevas o higos, se cayó al suelo y se le salió la clavícula. Debía dolerle bastante, la verdad. Pidieron auxilio y, camino del hospital, lo pasaron en un carro sobre el puente del Ebro. Aborrecido, cuando iba por el medio del río, maniobró como pudo y se arrojó a la corriente. Fui yo quien rescató su cadáver. Fue el primer cuerpo que recogí del Ebro.
-¿Eso fue antes o después de su historia de amor?
-¿Cómo lo sabe? La muerte de mi abuelo fue después. Conocí a Milagros, mi mujer, cuando tenía quince años. Fue un amor a primera vista. Yo me estaba bañando en el río cuando vi cruzar una barca de paso. A bordo iba una familia que volvía de la finca de Santa Inés. Vi a una muchacha morena, parecía gitana, y pensé que debía ser para mí. Tal como se lo digo. Poco después, ella vino a Alagón para servir, me acerqué en el baile, empezamos a hablar y a salir, y nos casamos tras seis años de noviazgo en 1947. Fue mi mejor ayudante.
-¿En qué le ayudaba Milagros?
-Yo me marchaba al río temprano y cogía de todo: anguilas, madrillas, carpas. Toda una canasta de pescado. Y Milagros, con un remolque de mano, lo llevaba para la venta callejera a Remolinos, Grisén, Pinseque, Alagón. Se lo quitaban literalmente de las manos. Y de las anguilas, que entonces había muchas, ni le cuento: era el bocado por el excelencia, una fiesta para cualquier paladar, pero empezaron a escasear cuando cerraron la presa de Mequinenza.
-Eso fue mucho después, en los 60.
-Sí, pero se notó. Los domingos las pedían mucho, sobre todo en días señalados. En 1949 me despedí de la Azucarera de Alagón y nos fuimos a Remolinos a trabajar en las minas de sal. Recuerdo que coincidimos allí cinco hombres jóvenes. El trabajo era muy duro y llegábamos a extraer quince vagonetas de sal en flor al día; cinco de sal de selección y una vagoneta de bolas para el ganado lanar y vacuno. Creo recordar que se decía así. Y yo en cuanto salía me iba al río. Para pescar anguilas me daba unos madrugones enormes, desde la primavera al otoño, que era cuando más abundaban, pero además esquilaba el ganado de Remolinos. La gente me decía: ¿El ganadico lo esquilarás tú, verdad, Jesús?. También aprendí a disecar animales.
-Imagino que el río no daba lo suficiente.
-Todo era poco. Quiero contarle otra historia que debió suceder a principios de los 50. Conocí a Félix Mar Lorente, del que usted habrá oído hablar por su apodo: era El tío Toni, el barquero del Ebro a orillas del Pilar. Él sale en los libros y en las fotos de entonces. Era todo un personaje y un indiscutible maestro de pescadores que enseñó a mucha gente las técnicas de pesca. Al parecer debía tener algún enemigo: fue denunciado por algún compañero o por sus propios discípulos por sus prácticas furtivas de pesca Lo metieron en la cárcel de Torrero. Tenía nueve hijos. Recuerdo que se hizo una suscripción entre pescadores y amigos para que pudiese salir del calabozo. Yo mandé cinco duros de papel que se me convirtieron en oro.
-¿En oro? ¿Qué quiere decir?
-Sucedió una casualidad maravillosa. Fui a comprar algunas cosas al barrio de la Química, y también un meloncico. Quise comerlo en el parque del tío Jorge. Y allí me encontré con un hombre mayor que pescaba en un escorredero del río. Nos pusimos a hablar. ¿Quiere una tajadica de melón?, le dije. Se la iba a pedir, me contestó. Le dimos al palique un rato y en un determinado momento me dijo: ¿No será usted Jesús Martínez Gallardo, el pescador de Alagón que dio cinco duros para que yo saliese de la cárcel?. Claro que lo era. Aquel hombre me hizo llorar. Tenía una lista con el nombre de todos los que le habíamos ayudado. Me dijo quien lo había metido en prisión. Vino en dos ocasiones a nuestra casa. Me enseñó cosas que yo no sabía y me ayudó a ganar mucho dinero.
-Es una historia muy bonita. ¿Qué pasó luego?
-Aprendí el oficio de taxidermista. En 1956 hubo una gran nevada y vinieron los patos. Yo los cazaba. Mataba y disecaba animales: los patos azulones, las becadas, que tenían una carne exquisita. Mi gozo en esta vida ha sido siempre estar dedicado a hacer cosas. Recuerdo perfectamente las riadas de 1961 y 1962, que duró doce días. Desde el 28 de diciembre hasta el día 8 de enero. Rescaté a una familia completa. He rescatado hasta 18 personas con vida, y recobré once ahogados, nada menos.
-Decimos siempre que el Ebro es el río de la vida. ¿Está de acuerdo?
-Para mí lo ha sido. Y para algunos el río de la muerte. El Ebro significó una ayuda muy grande. También he tenido momentos de peligro. Hay corrientes muy malas. He visto a personas que se han ido de la cabeza y se arrojaban al río. Recuerdo algunos nombres: Pedro Rubio, a quien le dio por decir que lo estaban envenenando las monjas; Jesús Ibáñez, que se tiró al río en un día de lluvias. Muchas de las historias de la gente que salvé andan en los papeles. He recibido diplomas y homenajes. Fui testigo de la repoblación del Ebro. A los peces autóctonos, de toda la vida, se les unieron la perca, el lucio, el siluro. Yo iba a ganarme la vida al río, que es una fuente de riquezas. De él vivíamos miles de personas, cientos de familias.
-¿Cuándo se pasa mejor en el caudal del río, durante la pesca?
-Lo he pasado muy bien de noche. Es muy tranquilo y romántico pescar bajo las estrellas. He sido un trabajador infatigable y he tenido que luchar. Para mí ha sido una bonita experiencia conocer las costumbres de los peces: cada uno tiene una forma de vida. He sido muy feliz en el río. Ésa es la verdad.
*La foto está sacada de internet: es una foto histórica del puente de Novillas.
8 comentarios
Carlos -
alagoneropuro -
Jose Larroy Royo -
Javier -
La puedes encontrar en la pagina:
http://www.aragonesasi.com/zaragoza/novillas/puente.php
Uno de los que tiran de la sirga es mi padre y la que mira mi madre. Porque en Novillas tambien el Ebro es vida.
Querido Rafa -
A Javier Burbano se los doy casi todos los días; es un magnífico viajero por Italia y posee un buen golpeo al tenis.
Javier -
Antonio PÉREZ MORTE -
Le gustaba tanto cruzar el Ebro en la barca del tío Toni, que invirtió todo su capital en viajes, sin percatarse que el importe era impar, por lo que tuvo que volver a casa andando...
Rafa -