EL MIRADOR DE MOLINOS
La mañana empezó con algunos cuentos de Carver y con una lectura de Ángel Crespo. Luego, con Diego, fuimos a correr. Eran las diez y media de la mañana en Ejulve. Casi todos se habían ido a explorar una misteriosa cueva, cerca de los Órganos de Montoso, habitada en el siglo XVIII y años después refugio de maquis. Hicimos alrededor de cuatro kilómetros: los dos primeros de tanteo, casi de calentamiento, de tomarle la medida a la calzada. Diego realizó el tercer kilómetro, ya cronometrado, en 3.28, lo cual no está nada mal, estoy convencido de que entrenando un poco más, en dos meses bajaría de tres minutos y eso ya son palabras mayores para alguien que jamás ha practicado atletismode competición. Me da vergüenza decir que a mí me costó dos minutos más: tengo 46 años, un ostensible sobrepeso (tengo que proponerme en serio adelgazar), me duelen las cervicales y me desmoralizo con más facilidad (quiero decir que me paro: algo que antes no habría hecho jamás), aunque sigo intentándolo, no con el ánimmo de ganarle, lo cual sería imposible, sino de participar como antaño...
Después me fui a Alcorisa a comprar la prensa. Y más tarde, cumplí un deseo: me acerqué a Molinos, visité una exposición de cerámica, vi la tienda de Ely Algás, estupenda y variada, y subí al planico de la iglesia, una especie de jardín botánico con romero, manzanos, olivos y otros árboles y otras frutas que se abre al golpe de todos los vientos. Me encanta ese lugar: desde arriba se contempla el pueblo, la vega, las higueras, los montes que besan en el horizonte los labios azules del cielo. Alguien me dirá que en esa visita no hay nada especial; al contrario. Me encanta Molinos, me gusta regresar, mirar el fondo del barranco de San Nicolás, buscar en el bar a Mateo Andrés, el alcalde, visitar el museo de Eleuterio Ferrer, amigo de Picasso y de Pablo Gargallo. Molinos es una de los lugares donde me invaden casi inefables vivencias del paisaje y de mi propia vida en Teruel, en Aragón.
Después me fui a Alcorisa a comprar la prensa. Y más tarde, cumplí un deseo: me acerqué a Molinos, visité una exposición de cerámica, vi la tienda de Ely Algás, estupenda y variada, y subí al planico de la iglesia, una especie de jardín botánico con romero, manzanos, olivos y otros árboles y otras frutas que se abre al golpe de todos los vientos. Me encanta ese lugar: desde arriba se contempla el pueblo, la vega, las higueras, los montes que besan en el horizonte los labios azules del cielo. Alguien me dirá que en esa visita no hay nada especial; al contrario. Me encanta Molinos, me gusta regresar, mirar el fondo del barranco de San Nicolás, buscar en el bar a Mateo Andrés, el alcalde, visitar el museo de Eleuterio Ferrer, amigo de Picasso y de Pablo Gargallo. Molinos es una de los lugares donde me invaden casi inefables vivencias del paisaje y de mi propia vida en Teruel, en Aragón.
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