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Antón Castro

LOS MAQUIS EN LA VAL REDONDA

LOS MAQUIS EN LA VAL REDONDA Juan Gascón Brumós, marido de La Salvadora, padre de Juan Antonio y María José, abuelo de tres nietas y un nieto, es como la memoria de Ejulve (Teruel). Lo recuerda casi todo: con sus nombres, la hora en que se produjo tal o cual hecho, las anécdotas que lo envolvieron, el antes y el después, los grados, los matices de la luz. Nacido en Ejulve en 1935, alternó durante años la agricultura y la minería, pero al final decidió que lo mejor era la peligrosa estabilidad del carbón y realizó trabajos de artillería y de vigilancia en las empresas de Luengo. Se jubiló a los 55 años, y lleva ya 20 observando la vida, observándose a sí mismo, y a hora se ha convertido en el grandote cuidador de sus nietas Sonia y Alba. Presume de dominar las cuatro reglas mejor que cuando iba a la escuela; la medida de su brillantez, la explica así: “El mejor de la escuela era tu suegro Leoncio; luego vino un catalán y rivalizaron un poco, pero yo era capaz de hacer los problemas como ellos y casi no sabía leer. Siempre he tenido facilidad para los números. Por ejemplo, tú cumples o has cumplido 46 estos días”.

Apareció ayer por casa. Es un magnífico conversador y un romancero, un contador de historias. Le pregunté por una vieja obsesión mía, que aparece en algunos de mis libros: el asalto al coche correo o “caimán” por los maquis. Más o menos dijo esto:
-El asalto fue el 16 de febrero de 1948 en la revuelta del kilómetro 20. El coche iba en dirección a Villarluengo y Cantavieja. Los maquis tiraron un pino en medio de la carretera, el “Caimán” paró y lo asaltaron. Iban dos guardias civiles, y a uno lo redujeron de inmediato y el otro logró escapar y se metió en una alcantarilla. Se llamaba Burguillos, veraneó aquí durante muchos años aunque murió hace dos años, tuvo un juicio por “abandono de servicio”, y al final le dieron la razón a él. Pero no quiso volver porque era escribiente de una empresa y prefirió esa tranquilidad. Además quedó herido de una pierna en el enfrentamiento. También hirieron a una chavalica…
-¿La hirieron? A mí me dijeron que era de Pitarque y que se la habían llevado al monte también.
-No, no, la hirieron…
-¿Qué pasó con Antonio Pérez?
-Era un rico de Villarluengo. Tenía muchas tierras por aquí y por allá. Y de repente llegó de algún viaje por el lugar donde se había producido el incidente. Lo detuvieron, le dieron el tiro de gracia y lo dejaron al relente. Era una noche fría, muy fría, tanto que se le congeló la sangre a la altura de un ojo, y eso le paró la hemorragia. Por la mañana, venían de coger o cargar patatas unos hombres con el abuelo José “el Mesonero”. Lo vieron, lo cogieron, estaba más muerto que vivo, y lo mandaron al hospital de Zaragoza. Se salvó de milagro. Pero aún no te he contado lo mejor.
-Tú dirás, Juan…
-Yo había visto a los maquis en la Val Redonda el 6 de febrero. Ya creía haberlos visto antes. De repente, estaba de pastorcico con un amigo, yo tenía 17 y él 18, vemos a un hombre detrás de una madroñera, que nos hace un gesto con la mano. Nos acercamos, y nos preguntó: “¿Qué hacéis por aquí?”. “Guardar el ganado”, dije yo, porque mi compañero no dijo nada. “¿Sabéis quiénes somos?”. “Personas como nosotros”, volví a contestar. “Somos los maquis”. “Pues, mucho gusto”, agregué sin pizca de ironía. Detrás del madroño apareció otro hombre. Les vi las escopetas y su aspecto andrajoso. Añadieron: “Como digáis a alguien que nos habéis visto no pararemos hasta dar con vosotros para cortaros el cuello. ¿Entendido?”. Mi amigo habló por primera vez: “No diremos nada a nadie. Seguro”. Camino de casa, le dije que no se le ocurriera contarlo, que le escacharía yo mismo la cabeza. Llegó y lo dijo de inmediato. Yo esa noche no podía dormir; me fui pronto a la cama, y allá a la medianoche me llama mi padre: “Qué pasó en la Val Redonda”. Me mantuve en mis trece… Era una situación difícil. ¿Quién me hubiera dicho a mí que aquellos no eran los guardias civiles disfrazados? Se disfrazaban a menudo y así desplumaban las masías. Esto no es un invento.
-Y qué le hiciste a tu amigo, Juan…
-Bah, eso para que voy a contarlo.

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