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Antón Castro

MEQUINENZA ASUME LA HERENCIA DE MONCADA PARA SIEMPRE

MEQUINENZA ASUME LA HERENCIA DE MONCADA PARA SIEMPRE CRÓNICA DEL NOMBRAMIENTO DE HIJO PREDILECTO / 1

“Jesús Moncada ha sido un vecino que ha hecho del amor a su pueblo su profesión”, leyó Beatriz Negrero, secretaria del Ayuntamiento de Mequinenza. Y añadió que “su voz era el altavoz que proyectaba a Mequinenza en el exterior”. Con el espíritu y la memoria de la Mequinenza inundada está construida su obra. Por ello, con carácter póstumo, el autor de “Cami de sirga” recibía ayer la insignia de oro y brillantes y el título de Hijo Predilecto de la localidad.
Al acto, que tuvo lugar el pasado viernes en el cine Goya, acudieron el presidente de Aragón, Marcelino Iglesias, la consejera del Departamento de Educación, Cultura y Deporte, Eva Almunia, el concejal del Ayuntamiento de Zaragoza, Miguel Gargallo, la alcaldesa de Mequinenza, Magdalena Godia y, además de ediles y autoridades de la comarca e intelectuales, el diputado José María Becana.

El hombre en su paisaje
Antes de un acto bañado en lágrimas de emoción, su amigo Héctor Moret dijo que “Moncada ‘el Vell’ formaba parte del paisaje. Éste era su sitio de descanso, donde pasaba tres o cuatro meses al año. Salíamos a pasear con Santiago Arbiol ‘el Segundo’ durante dos horas todos los días. Hablábamos de chafarderías y de historias del pueblo viejo, o recordábamos a Edmón Vallès, que fue determinante en su vocación y en su marcha a Barcelona”. Moret añadió que en su pueblo repasaba sus textos o que terminó la laboriosa traducción de “El conde de Montecristo” y calificó a Jesús Moncada (Mequinenza, 1941-Barcelona, 2005) como “un escritor en catalán de origen aragonés cuya obra, en el 90 %, transcurre en escenarios aragoneses”.

Su hermana Rosa María decía, ante la mirada cómplice de Ramón Acín, con cariño y melancolía: “Se nos fue aquel gamberro… Yo era su primera lectora y su primera crítica. Como ser humano, era humilde y sencillo. Nunca llegó a creerse lo que decían de él. Fue un gran luchador; desde muy pronto supo que quería escribir y pintar, que estaba destinado a esto. Tenía dos vicios: el de escribir y el de la familia, que era como una adicción. Yo vivía muy cerca de él, con mi familia, mi marido y mi hijo. Jeús vivía con mamá. Yo siempre decía que éramos cinco, sin contar a la perra y a la gata”. Rosa María incluso se atrevió a hacer este juicio de valor: “Jesús era un escritor de primera línea. Por el uso del vocabulario, por la potencia de sus historias. Buscaba la perfección por encima de todo, y esa anhelo de perfección ya lo notabas en la primera lectura, ante el primer borrador. Con un barniz de humor negro, era capaz de contar la tragedia más grande del mundo, y sabía quitarle el morbo. Estos meses de ausencia sin él han sido horrorosos para todos. Muy duros. Éramos como almas gemelas, y a mí se me ha muerto el alma. Ahora tengo que reestructurar toda mi vida sin Jesús”.

El salón del cine Goya, para entonces, se había llenado hasta la bandera. Todos querían rendir homenaje de gratitud y cariño a su hijo más ilustre, al narrador que situó a Mequinenza en la historia de la literatura y en la guía de los lugares imaginarios, ese libro de Manuel donde habrá de figurar en una próxima reedición. Ramón Sabaté, director gerente de la Biblioteca de Aragón, presentó el acto. La sombra del escritor, invisible y aleteante, se instaló en algún lugar del local. La emoción se agigantó cuando sus familiares, María Estruga, su madre, y sus hermanos Rosa María y Alberto, recogieron la insignia de oro y brillantes y el pergamino de Hijo Predilecto.

La alcaldesa Magdalena Godia dijo que el dolor de la pérdida del escritor se había visto mitigado por “el respeto, la admiración y los elogios a su obra literaria. Éste no es un día triste: es el reconocimiento de un pueblo a un autor al que sentía y siente como algo muy suyo. Sabíamos de su gran humanidad: era próximo, discreto, cordial, poseía una amplia sonrisa. Y era, sobre todo, una persona elegante, con mayúsculas y con todo lo que ello comporta. Su obra es nuestra gran herencia. Debemos conservarla, cuidarla, protegerla, mimarla y divulgarla con la dignidad que se merece”. Resaltó Godia, en un discurso medido y apasionado, que “Moncada dignificó nuestra lengua, el catalán, y con esta lengua minúscula ha logrado ser universal”. Concluyó con una feliz imagen: ahora era Mequinenza quien hablaba con voz alta y fuerte, y que “como pueblo agradecido, nombra a Jesús Moncada su Hijo Predilecto”.

El padre de “uno de los nuestros”
Rosa María Moncada agradeció el gesto desde dos percepciones: “la amargura porque el escritor ya no está con nosotros, y el orgullo de que Jesús es nuestro”. Como si fuese su mensajera de voz temblorosa, explicó en catalán: “De todos los premios y nombramientos, del que estaría más orgulloso sería de éste. Él sabía que era de aquí. Sin engaños ni máscaras. Unos días antes de morir, Jesús me dijo: ‘Llévame a casa’. Él se encontró en Mequinenza”. Rosa María cerró su intervención, tras leer un texto del editor Ernest Folch, de modo magistral: rindió homenaje a su padre Josep Moncada ‘el Vell’ porque él ayudó a florecer a Jesús Moncada.

El presidente de Aragón Marcelino Iglesias, en un perfecto catalán, recordó que la primera vez que oyó hablar de Moncada fue gracias al alcalde Miguel Godia, que le regaló el libro “Cami de sirga” y “me entusiasmó”. Dijo que le resultaba curioso, muy curioso, que dos de los más grandes autores de Aragón, Jesús Moncada y Ramón José Sender, hubiesen nacido en esa zona, entre el Cinca, el Ebro y el Segre, “a muy pocos kilómetros el uno del otro”. Matizó: “Hoy no es un día triste, sino de una gran satisfacción, de recuerdos, muy entrañable porque celebramos el reconocimiento de que uno de los nuestros es uno de los grandes de la literatura universal. Ha sido traducido a treinta lenguas, entre ellos el coreano o el japonés. ¿Qué les habrá interesado de él? Moncada es uno de los mejores escritores de Aragón que mantuvo una gran fidelidad a su pueblo, a sus ríos, a sus gentes, y eso es muy importante, y es muy emocionante. Los mequinenzanos están muy orgullosos de Moncada, ¡lo pueden estar! Y todos los aragoneses también”. Abajo corrían las lágrimas y afuera corría el Ebro.

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