EL ABUELO VÍCTOR, UN HOMBRE PARA TODO
CUENTOS DE MARTÍN MORMENEO / 18
Martín Mormeneo tiene, en Garrapinillos, un gran amigo: el abuelo Víctor, 79 años, dentadura postiza, un candor constante y fuertes dolores en las piernas. Víctor es como un libro abierto para el fotógrafo, que ha iniciado un reportaje sobre la historia, el paisaje, la gente y los secretos del barrio. Martín Mormeneo no ha hecho demasiadas fotos por el momento: desconfía de las cámaras digitales y tiene la sensación de que sus analógicas se le han quedado antiguas.
Martín Mormeneo, en el fondo, es un ser ansioso que parece todo lo contrario: el viajero más lento. El abuelo Víctor le cuenta historias de algo que le interesa mucho: la presencia de los americanos de la Base que alquilaban aquí pisos y casas, que cerraban los bares los sábados o domingos por la tarde y contraían unas deudas monumentales. Había un supervisor o jefe, llamado Leo, que les obligaba a que saldasen sus cuentas; ya les retenían el dinero de alquileres o cualquier otra deuda. También le ha contado la historia del asesinato del Prestamista, lo mataron a él y a su mujer y jamás se supo nada de los criminales. Conchita, la peluquera, le contó a Martín Mormeneo que cuando eran niñas hacían expediciones a esa casa, aunque los padres siempre les decían que se alejasen de la casa del terror, de la casa embrujada. De otra embrujada casa más de Garrapinillos. Eduardo Martín, su mecánico y sobrino del abuelo Víctor, también le contó que él y sus amigos, tras el horrendo crimen, entraban en la casa y se bañaban en la piscina. El día que se enteraron los padres, hubo un auténtico follón.
Víctor, a la par que evoca otros tiempos, algunas peleas e incluso increíbles accidentes mortales de soldados norteamericanos, le cuenta a Martín Mormeneo historias personales. Estuvo trabajando en el ferrocarril en África, pero hubo un momento en que, soltero y sin ninguna mujer que le esperase en casa, trabajaba por la noche en la Base Americana, donde estuvo 18 años de conductor de coches; por la mañana cosechaba y por la tarde llevaba y traía a los chicos al colegio en el autobús. ¿Y cuándo dormías?, le preguntó Martín Mormeneo. Por las noches, en el Base Americana, si no había faena. Allí tenía una tumbona, y si no me llamaban dormía.
2 comentarios
Cide -
Yo creo que no del todo. Ayer pasé por delante del McDonalds y pensé que me gustaría más en esa esquina un bar que sirviera bocadillos de jamón o de calamares o de tortilla. No obstante, los americanos trajeron cosas interesantes. Como la posibilidad de descubrir que existía el rocanrol. Seguro que el abuelo Víctor bailó más de una vez con alguna americana guapa. Claro que eso no se lo va a contar a su nieto.
Ronaldinhico -