Antonio Saura (Huesca, 1930- Cuenca, 1998) ha pasado a la historia del arte como un magnífico pintor en todas sus facetas y como un audaz ilustrador. Ahí están sus más de 500 ilustraciones para autores y libros tan diversos como Ramón Gómez de la Serna, George Orwell, San Juan de la Cruz, Franz Kafka, Camilo José Cela, El Quijote (para la impecable edición de Martín de Riquer, revisada más tarde, entre otros, por Francisco Rico) o Carlo Collodi. Con sus propuestas, ayudó a cambiar los estereotipos de las ilustraciones convencionales y abrió caminos hacia visiones más atormentadas, feístas si se quiere, arrebatadas, contemporáneas. Pero también podía haberse dedicado a la literatura. Poseía una gran imaginación, una excelente precisión conceptual y una visión nítida e iluminadora. Donde brilla su escritura es en su concepción del arte: quizá sea uno de los incuestionables teóricos de la creación de todas las épocas. A nada le hacía ascos: allí donde ponía la pluma, y su entusiasmo y su lucidez, extirpaba brillos, enfoques nuevos, clarividencia y tersura. Era como si otorgase nuevas razones y motivos a la obra de arte.
Soñó con ser fotógrafo (al principio manejaba cámaras y estaba al corriente de las novedades) y escritor, pero una enfermedad le postró durante meses en la cama, y leyó y hojeó las monografías de arte, especialmente de figuras incuestionables, del arte de vanguardia y, en particular, de los surrealistas. Ese mundo onírico, entre colorista y perturbador, que emergía del subconsciente le inspiró sus primeras obras y también sus primeros escritos. La casa de los Saura era especial. Su madre Fermina Atarés había sido pianista, mostraba una exquisita sensibilidad y tocaba de cuando en cuando a cuatro manos con Pilar Bayona, que se dejaba caer por Madrid; su padre Antonio Saura había escrito muchos manuales de Derecho, pero poseía una inclinación especial hacia el mundo de las máquinas, del diseño y del arte, le encantaba recortar y pegar, construir nuevas cosas. Y su hermano Carlos era un gran aficionado a la música: por la casa pasaban cantantes y se oía una música insistente, a un volumen muy elevado, que recorría las estancias y perturba al tranquilo Antonio, encerrado en su taller. Carlos se decantaría por la fotografía profesionalmente, hasta que se decidió por el cine. Ángeles tenía un especial oído por la música, pero su madre le advirtió: No quiero niños prodigio en casa. Y ahí se acabó su vocación, que terminó con el paso de los años- desplazándose hacia la literatura como acabamos de ver recientemente con dos sólidas y ricas novelas: El desengaño y La duda (ambas editadas por Círculo de Lectores).
Antonio Saura ha elaborado una obra personalísima suspensa en sus propias invenciones, gestuales e informalistas, en la acumulación de estructuras y en la glosa /homenaje a momentos especiales de los genios o a temas concretos. Ahí están sus trabajos que tienen como plantilla de sugerencia, como incitación inicial, a Rembrandt, Velázquez, Picasso, Tiziano, el miliciano abatido que captó Robert Capa, Goya (en particular ese cuadro enigmático del perro que parece emerger de la arena), etc. Pero paralelamente a esta faceta esencial de su personalidad, la que le hizo célebre en el mundo y le llevó a fundar en 1957 El paso con otros aragoneses como Pablo Serrano o Manuel Viola, hilvanó sus teorías, sus apuntes de comentarista de arte, apuntes que le han llevado a decir a Hans Meinke: A Antonio Saura se le reconocerá pronto como uno de los grandes pensadores del siglo pasado en materia de arte. No le falta razón.
Por ahora, en Círculo de Lectores / Galaxia Gutenberg, ya tenemos tres muestras indiscutibles del buen hacer de Saura: Fijeza (1999), Crónicas (2000) y el reciente Visor (2001). Los dos primeros se ocupan de la visión de la pintura, de su historia, y de lo contemplado en visitas a museos, o incluso de la filosofía del ser aragonés, como puede leerse en el texto Aragón (confiesa sus pasiones e identificaciones con Goya, Buñuel, Cajal, Miguel de Molinos o Gracián, expresa su fascinación ante el paisaje, reivindica en cierto modo una manera de estar en el mundo del aragonés), y Visor es una selección de artículos sobre artistas que le interesaron y le influyeron enormemente como fueron el suicida Jackson Pollock, que revolucionó el arte de su momento, Willem de Kooning, inscrito en el informalismo abstracto, Francisco de Goya (al que puede considerársele su maestro absoluto: su faro, el pariente no tan remoto en el cual se reconocía), Francis Bacon o Antoni Tàpies, su compañero casi de generación, el artista esencial y novedoso que se inició en el Dau al Set para afanarse en un conceptualismo rotundo que no era ajeno a la pasión por la materia, por la mancha, por el símbolo y el gesto.
El trabajo sólo está en camino. Restan otros dos volúmenes: Escritura como pintura, donde reflexionó sobre su propio quehacer, el dietario de artista a lo largo de los años, y Marginalia, que abarca sus textos líricos, su mirada de poeta. Que hablamos de algo decisivo para Antonio Saura lo constata un hecho emocionante: herido de muerte, el pintor dedicó horas a ordenar ese material. Quería que como sus ilustraciones o su pintura, esos textos fuesen su testamento para la inmortalidad.
2 comentarios
mbr -
Antonio Pérez Morte -
Querido Antón, estoy de acuerdo, completamente, con todo cuanto dices sobre Antonio Saura, un creador cuya obra me atrajo desde crío, cuando Luis Eduardo Aute me lo descubrió a través de una espléndida entrevista en Radio Popular.
Muchos años después, coincidí con Saura en Cuenca, durante la celebración de varios eventos culturales.
En la ciudad del Júcar (por la que ambos sentimos idéntica pasión) recuerdo haberlo visto, vestido de negro, ascendiendo despacio por una empinada cuesta llena de nieve, en una tarde de otoño.
Su silueta sobre sobre el blanco suelo me dió la sensación de ver cobrar vida al último de sus cuadros: ¡Una mancha caprichosa de tinta china sobre el lienzo!
Luego fuí leyendo sus artículos, sus libros y algunos otros sobre él...
Escritura como pintura", publicado por Galaxia-Círculo en 2004, todavía anda por aquí, a mi lado (mientras escribo), por si tengo necesidad urgente de insuflarme algo de lucidez.
En los textos que lo conforman, Antonio destacó la importancia que el surrealismo en su trayectoria como creador, además de evidenciar los lazos de unión y pervivencia de características relacionadas con los mecanismos, de automatismo psíquico.
Hoy al leer tu texto, Antoncico, la maquinaria imparable de la memoria se ha puesto a funcionar como una loca, a emborracharme con sus flashes y chinazos, como me emborrachó la belleza, ante los lienzos de Antonio, un día de hace ya mucho tiempo, en Fuendetodos.