UN SÁBADO EN LA AZUCARERA
Me he pasado casi el día entero viendo fútbol infantil. Diego jugó por la mañana con El San Gregorio, en casa, ante el Montañana. Venció por 9-0, jugó un buen partido de interior derecho, dio un gol, remató al palo e hizo lo que tenía que hacer. Cuando lo sustituyó, Pepe el entrenador le dijo: Tú, si jugases de portero, también lo harías bien. Estoy seguro. El partido transcurrió bajo casi un diluvio en el campo de césped artificial, encharcado de una manera un tanto extraño. Por la tarde, Jorge se enfrentaba también en La Azucarera con el San Gregorio al Stadium Casablanca, y vencieron los visitantes por 0-3. Llevaba Jorge dos partidos sin jugar por una lesión, y realizó una espléndida primera parte, regateó, profundizó por la banda, fue cosido a faltas y a zancadillazos, remató desde lejos en forma de globo, pero el Casablanca tiene un estupendo conjunto, un equipo con cinco zurdos, me pareció ver, que creaban continuo peligro por la izquierda. Inmediatamente antes de los dos goles, el exterior derecho Javi había fabricado tres ocasiones que marró del mismo modo: las envío cruzadas y fuera, por poco. Ahí se agotó la peligrosidad de los rojillos, que tuvieron a sus figuras, Adrián y Víctor Domingo, un poco aletargadas, entre otras cosas porque el contrario también juega. El campo ya se había secado y había aparecido el sol.
Mientras esperaba, he leído periódicos (Nélida Piñón, Caravaggio, fugazmente Ortega, un artículo de Antonio Muñoz Molina, otro de Manuel Hidalgo sobre la colección de la Fundación March, una entrevista con Gwyneth Paltrow ), y el libro Poemas ibéricos de Miguel Torga, publicado por Visor, en traducción de la gran Eloísa Álvarez. Y también leí el artículo de Luis Alegre en As donde pide que Alberto Zapater reemplace de inmediato a los fatigados Albelda y Baraja del Valencia.
Cuando estaba cerrando esta nota, me llamó José Manuel Pérez Latorre, que se encuentra espléndidamente bien. Feliz y con mucho trabajo, de lo cual me alegro siempre. Alguien él no suele leer Heraldo de Aragón desde hace mucho tiempo; de vez en cuando lo compra algunos jueves- le dijo que yo había puesto mal la exposición de Fernando Sinaga. Y bien que lo lamenté, podría no haber dicho nada. La fui a ver con Diego, con todo el deseo de que me gustase (por Marisa Cancela, la directora del Museo Pablo Serrano, y por el propio escultor, de quien tengo una pieza en casa desde 1990, porque supone una revisión apasionada de 30 años de trabajo que respeto) y me decepcionó: me pareció una muestra bien montada, delicada incluso, pero no me interesó la propuesta. Me resultó adocenada, fría, semejante a otras que he visto de artistas de su nivel y, a pesar de querer dar la impresión de que es personalísima y poética, se me antoja impersonal, inclinada a lo decorativo, mestiza como son ahora casi todas las exposiciones conceptuales, que juega a prometer y exige un discurso, un subtexto para entender su contenido último e íntimo Sí me invitó a discutir con mi hijo sobre este arte e intentar explicárselo con mi mejor intención; a él no le dije que no me había gustado, faltaría más. Pero también le desconcertó. Entiendo también que es mi punto de vista y seguramente mi incapacidad de entender la propuesta y de emocionarme con ella. Y me da un poco de rabia. Sé de bastantes a los que no les gustó y de otros tantos que la han aplaudido y que la consideran magnífica (hoy, por ejemplo, El Periódico de Aragón publica un artículo muy elogioso y muy razonado, lo mismo hacía ABC Cultural). Pero el arte, como casi todo en la vida, también es un territorio de desidencias...
Me entero que el Deportivo y el Barcelona han empatado a 3-3. ¡Vaya partido debió ser!
Anoche fui uno de los distinguidos con uno de los premios de la Asociación Mariano de Cavia, junto a Javier Barreiro, Alfonso Zapater, Kiki Járboles, Dionisio Sánchez (que estuvo inmenso y me anunció que va a crear de inmediato una televisión por internet), algunos amigos más, y Javier Villán, que estudió en el mismo colegio en que lo hizo Cavia durante su estancia en Carrión de los Condes, donde nació el crítico taurino y escritor de "El mundo" y donde yo paro siempre que voy a Galicia o vuelvo de Galicia a Zaragoza; allí compré en 1990 un Ibiza Rojo, A-8590-AG y allí, en uno de sus monasterios, una mujer que hacía pasteles le dijo a Carmen, la médica de mi casa, que pronto tendría trabajo.
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A. V. -