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Antón Castro

JUAN CRUZ: AUTORRETRATO CON UN MAR DE AMIGOS AL FONDO

JUAN CRUZ: AUTORRETRATO CON UN MAR DE AMIGOS AL FONDO

Juan Cruz Ruiz (Tenerife, 1948) es un trabajador infatigable. Respira periodismo y literatura por todos los poros. Igual escribe entrevistas en profundidad, que retrata ciudades y el alma de sus moradores, que acota un perfil íntimo, amasado con un anecdotario que sólo puede conocer alguien que está muy cerca del retratado. O es capaz de esculpir en las ondas la humanidad envolvente de Leonor Watling a través de su sonrisa desarbolada. Pero, además, Juan Cruz ha desarrollado una obra literaria muy personal, suspensa casi siempre en el poder de la memoria. Creo que hasta tres títulos suyos llevan el sustantivo memoria en el título: “La edad de la memoria”, “El territorio de la memoria” o “Memoria de El País”, que es la narración más o menos secreta, más o menos pública, de un proyecto en el que lo ha sido casi todo, en el que sigue siendo un animador pertinaz, alguien con una curiosidad insaciable que parece vivir para contarlo luego y casi siempre en las páginas de ese diario. Publicó un delicioso libro de relatos infantiles y juveniles, “Serena” (Siruela), donde dos niñas, Serena y Robien, narran cuentos en una playa e intentan descifrar el misterio de vivir, la alquimia seductora de los relatos. Aunque quizá mi libro favorito de Juan Cruz sea “La foto de los suecos”  (Espasa Calpe, 1998).

Bueno, quiero decir que lo era, porque me ha encantado “Retrato de un hombre desnudo” (Alfaguara, 318 páginas). Con este título, que ya es una invitación a fabular antes de leer, Juan Cruz vuelve a firmar un libro muy personal, autobiográfico, un libro de un tipo que anda por ahí, como escindido, y que se llama Juan Cruz Ruiz. Es el libro de un escritor que parece llevar un cuaderno del mar, ese mar que le proporciona calma y sueño, invención y paraíso, y anotar en él todo lo que percibe, lo que recibe, lo que imagina. Además, de impresiones marítimas, de varios episodios de amor, elaborados con esa tensión con que se vive con alguien con el que te despiertas o al que buscas alrededor del mundo en cada hora, Juan Cruz evoca a Juan Marsé, narra la felicidad, sombra y muerte de Dulce Chacón, y además del dolor y el desgarro, de la perplejidad del adiós que se asoma de pronto y te deja presa del escalofrío, además de esa fatalidad que envolvió a la dulce Dulce Chacón –siempre recordaré su presencia en Albarracín en el mes de mayo anterior a su muerte: era la morena luz de la alegría-, esas páginas dispersas en distintos capítulos hablan de la amistad, del llanto inconsolable del amigo que pretende aliviar al moribundo y enmascarar su espanto.


Curiosamente, la muerte está muy presente en este volumen luminoso, rotundo de sentimientos, que se agiganta en ese laberinto (“Laberinto” se titula un capítulo del volumen) de cariño que edifica el autor página a página.: Juan Cruz habla de la muerte de Manuel Vázquez Montalbánen “Despedida en Bangkok”, o le dedica páginas muy sentidas a Juan Carlos Onetti, desaparecido en 1994, que tal vez sea el escritor que más le ha marcado tras Domingo Pérez Minik. La desaparición de su padre le permite releer y recordar el poema “A mi padre” de Jorge Luis Borges, incluido en el texto.


Pero también habla de Fernando Vallejo, de Julio Cortázar, de un instante doliente de su juventud cuando amaba a Ana Lisa y vivía en Cannes con Manuel de Lope. Por cierto, el autor habla de desdenes, de incomprensiones amatorias que recibió: de la propia Ana Lisa, “ella me hizo a un lado como si fuera una basura”, de otra mujer que le ama sin amor y le recuerda que cierre la puerta al salir. Juan Cruz escribe de muchas cosas, que atrapa cuando van de vuelo como una libélula, y desde muchos lugares, desde tantos que parece que tenga la doble o la hermosa y literaria facultad de ser ubicuo: igual viaja a la Costa da Morte que a México, igual evoca a un amigo de La Laguna que parte al año 1973 y rememora a otra enamorada llamada Sara, igual penetra en las motivaciones de un escritor que se retrata a sí mismo, con miedo ante el mar, “el mar de la pasión y la traición”, con un bolígrafo entre las manos garabateando palabras e historias que conformarán luego, hoy, este “Retrato de un hombre desnudo”.


Juan Cruz Ruiz, ese amigo lejano al que no he visto nunca, ofrece su intimidad al lector como si fuera una casa.

 

 

1 comentario

VICENTE RODRIGO ROYO -

los libros que he leido de Juan Cruz,me hacen pensar en atardeceres soñados de un pasado evocador, que relucen por eso,pasado,una especie de melancolia de un tiempo que tal vez no fue mejor,pero fue,me identifico mucho con juan cruz, me estremeció una anécdota compartida,en un pasillo oscuro de unos despachos vi reflejado,no en blanco pero si en beige a mi padre y era yo, que tengo la edad de mi padre en esa fotofija que es el ultimo recuerdo.gracias a ojala octubre me estremeci,me volvi a ver