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Antón Castro

MIGUEL PARÍS: MEMORIA DE UN ARCHIVO*

MIGUEL PARÍS: MEMORIA DE UN ARCHIVO* EL CORAZÓN ESTREMECIDO DE UN HUMANISTA 

En una ocasión, definimos a Miguel París Plou (Letux, Zaragoza, 1921-Zaragoza, 2004) como “la memoria visual de Aragón” y lo fue en varias direcciones: por su dilatada trayectoria fotográfica que cuidó y ensanchó hasta el día de su muerte y por su condición de operador de cámara y de auténtico pionero en la televisión en Aragón; ingresó en TVE en 1958 y permaneció hasta 1986, 28 años, nada menos. Eso quiere decir que muchas de las primeras imágenes televisivas que tenemos de Aragón las tomó el entusiasta e incansable Miguel París, el reportero indómito y desvelado que a nada le hacía ascos. De hecho, más en serio que en broma, solía decir: “Yo lo he inaugurado todo. Todo”. Era cierto: había estado allá donde la actualidad ofrece un rasgo novedoso o pintoresco, allá donde la vida cocinaba sus emociones, sus temblores y sus desgarros.

En una ocasión, definimos a Miguel París Plou (Letux, Zaragoza, 1921-Zaragoza, 2004) como “la memoria visual de Aragón” y lo fue en varias direcciones: por su dilatada trayectoria fotográfica que cuidó y ensanchó hasta el día de su muerte y por su condición de operador de cámara y de auténtico pionero en la televisión en Aragón; ingresó en TVE en 1958 y permaneció hasta 1986, 28 años, nada menos. Eso quiere decir que muchas de las primeras imágenes televisivas que tenemos de Aragón las tomó el entusiasta e incansable Miguel París, el reportero indómito y desvelado que a nada le hacía ascos. De hecho, más en serio que en broma, solía decir: “Yo lo he inaugurado todo. Todo”. Era cierto: había estado allá donde la actualidad ofrece un rasgo novedoso o pintoresco, allá donde la vida cocinaba sus emociones, sus temblores y sus desgarros.

 

         Miguel París nació en los páramos y estepas de Letux, y pronto dejó esos paisajes por los de una Zaragoza convulsa por las huelgas, los atentados anarquistas y la agitación de la dictadura de Primo de Rivera. Estudió en las Escuelas Pías hasta la Guerra Civil. Se sabe que con poco más de 16 años combatió en la sierra de Alcubierre frente a los anarquistas procedentes de Cataluña. Tras la victoria del general Franco, no tardó en incorporarse a la División Azul. Él mismo narró que partió de Zaragoza el uno de julio de 1941, con veinte años recién cumplidos. Se desplazó a Vitoria, salió de España por Hendaya y posteriormente marchó a Selva Negra. Y de allí a tierras polacas. Contó al periodista Ricardo Vázquez-Prada que llegar hasta el frente, situado a más de 1.000 kilómetros, le costó más de un mes de andar y andar a razón de 30 kilómetros diarios, como un pesado cargamento a sus espaldas. Pelearía en diferentes frentes: Possad, Otenski, la bolsa de Sapolje, “donde estuvimos cercados dos meses”, Nowgorod, Leningrado y Krasny-bor, el lugar en que se comportó como un héroe y se jugó la vida. “En Nowgorod se había instalado la plana mayor del batallón de zapadores 250 y allí estaba también la tercera compañía de zapadores de asalto, a la cual yo pertenecía. Era una brigada o sección especial, y nuestro cometido era hacer posiciones, es decir, establecer trincheras y posiciones, y en suelo enemigo levantar los campos de minas, cortar las alambradas y dar los golpes de mano para preparar el ataque a las unidades”, recordaba Miguel París, y evocaba inmensas nevadas y temperaturas de hasta 30 grados bajo cero. Añadía que había 20 aragoneses con él y que, de los siete que volvieron con vida, ninguno regresó ileso. En medio de los combates, Miguel oyó un día una proclama de Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. “En Possad, ‘La Pasionaria’ nos dedicó una arenga a través de los megáfonos enemigos. Nos dijo que el camino más corto para llegar a España pasaba por Moscú, donde seríamos bien recibidos y bien tratados. Luego nos pusieron música española, pasodobles y, sobre todo, jotas. Fue muy emocionante escuchar allí aquella música, y algunos lloraban”. Miguel estuvo a punto de morir un día de abril de 1943 en una batalla en Karsny-bor, algo que redactó primero en su diario, oculto durante muchos años, y que contó luego a Vázquez-Prada para Heraldo de Aragón: “La hazaña consistió en destruir un tanque enemigo que estaba causando un gran número de bajas entre los españoles. Se escondió primero fuera del alcance de las ametralladoras del carro y luego subió a él, por la torreta introdujo varias bombas de mano que explosionaron y provocaron el incendio del tanque. Trozos de metralla alcanzaron a Miguel París en su pie izquierdo y ante el peligro de la gangrena gaseosa fue trasladado primero al hospital de Riga y desde allí repatriado a España”.

 

           Ya en Zaragoza, Miguel París no tardó en recuperarse. Antes de convertirse en el gran reportero para todo que iba a ser, alcanzaría fama como deportista. Vinculado desde muy joven con el Club de Natación Helios, realizaría una exitosa carrera en el tenis, donde ganó varias veces el campeonato de Aragón y del sur de Francia, y también en el atletismo, especialmente en el lanzamiento de jabalina.

 A partir de 1946 empezará a dedicarse a la fotografía, que será para él una pasión, un oficio, una manera de entender y de resumir el mundo. Casado ya con María Luisa Ramírez, con quien tendrá cinco hijos, pronto se convertirá en el fotógrafo oficial de la Diputación de Zaragoza, y eso significaba que viajaba continuamente. Alguien lo calificó como “un reportero de carretera y manta”, y lo fue. Allá donde había una noticia, allá donde presumía que había una instantánea diferente, allá se iba. Lo captaba todo, y llegó a tener hasta su jubilación un importante estudio en la calle Don Juan de Aragón con muchos empleados. Poesía la exclusiva de las fotos del hotel Savoy, de La Seo, del Pilar, del Centro Mercantil o de las fiestas de la alta sociedad en la Lonja. Colaboraba con agencias nacionales como Efe y Cifra, en periódicos como Amanecer, Heraldo o la edición aragonesa del diario Pueblo, en un tiempo en que ya compatibilizaba la fotografía y la televisión. En Pueblo, dirigido por Santiago Lorén, coincidió con periodistas como Joaquín Gazo, Manuel García de Frutos, Manuel Rotellar, Enrique Calvo, Chema Mendoza y Luis del Val. Fue Luis del Val quien dijo que lo vio llorar ante algún cadáver, tras un incendio, un accidente de tráfico o la caída de un autobús al Ebro, pero que enseguida se reponía y se volvía a trabajar con un olfato especial para la información, que era una de sus virtudes: olía la noticia de primera plana como nadie. En una necrológica aparecida en El Periódico de Aragón, recordaba del Val: “Durante bastante tiempo, en la edición aragonesa del diario Pueblo nos unió profesionalmente una sección que se titulaba ‘Guapas en el club Pueblo’, y donde Miguel tomaba una imagen, digamos que erotiquilla de la guapa de turno, y yo le hacía una tópica entrevista. Para tener material de reserva, salíamos a las doce de la noche y nos recorríamos todas las salas de fiestas de la Zaragoza de entonces, hasta las dos o las tres de la madrugada. Al cabo de unos meses no había cupletista, tonadillera, vocalista, cantante o ayudante de mago ilusionista que no nos fuera familiar. La desenvoltura de Miguel, su descarada conversación, chispeante y sin pizca de grosería, conquistaba a las damas que se quedaban encandiladas ante la verborrea desenfadada y simpática de aquel fotógrafo, desde luego mayor que el plumilla que le acompañaba, y, también, mucho más seductor”.

 

         El mismo año de su muerte nos encontramos con Miguel París en la exposición de Luis Mompel. Dijo entonces que tenía un archivo de más de 400.000 negativos. Al escritor y periodista Juan Domínguez Lasierra le contó que, en realidad, tendría 680.000. El archivo cuenta con muy pocos contactos y con pocos positivos, pero está muy ordenado desde finales de los años 40 hasta finales de los años 70. Entonces, ya hacía menos fotos: trabajaba más con la cámara  de televisión y ya tenía como compañeros a sus hijos Miguel y Nacho, que han seguido su carrera en la fotografía y sobre todo en la televisión.

         En su archivo hay de todo: reportajes completos de las inundaciones de los años 60 en Valencia; de una actuación de Monteserrat Caballé y su marido Bernabé Martí en el Teatro Principal; de los rodajes de “Salomón y la reina de Saba”, con Tyrone Power alzando las manos en Valdespartera, o de “Culpable para un delito” con la presencia de Hans Meyer. Hay numerosas instantáneas de personajes célebres (desde Pablito Calvo a Marisol y Pinito del Oro, desde Antonio Garisa, Mayrata O’Wisiedo, El Cordobés y Rocío Jurado a los futbolistas Carlos Lapetra y Marcelino Martínez Cao y a Ángel Nieto, subido en su moto), recoge en una veintena de tomas las dos estancias de Ramón José Sender en Aragón en 1974 y 1976. Y fue testigo de congresos de gitanos en Zaragoza, de las primeras tractoradas que hubo en España, de las últimas manifestaciones multitudinarias de Franco en 1970 o de  sucesivos viajes del Príncipe, y luego Rey, Juan Carlos a Zaragoza, Belchite. Dos de las tomas más impresionantes son la instantánea del entierro de José Oto o esa visión de la Zaragoza de las playas del Ebro que evoca el cuadro famoso de Francisco Marín Bagüés. Hay series completas de un viaje que realizó por los Pirineos con el periodista Tico Medina y con una de sus cámaras de 6 x6, que es realmente impactante, y de aquellas competiciones para niños en bicicleta o triciclo que organizaba Perico Chicote en Panticosa. En esta muestra sólo hay una ínfima porción de su trabajo. Miguel París era un fotógrafo humanista en la línea de August Sander o Virxilio Vieitez, un fotógrafo sin impostura y acuciado por la urgencia, más un artesano elocuente que un artista, un documentalista de los grandes momentos y de los historias menudas del existir, alguien que siempre estaba muy próximo de quienes retrataba, aunque sea un sencillo paisaje, una cupletista de muslos exuberantes a la que jamás volverá a ver, un pastor solitario cerca de sus mulos o una sonriente y vivaz Marisol. Miguel París es un fotógrafo de otro tiempo de líquidos inflamables, de contactos urgentes y de envíos más urgentes: tanto con las fotos como con el cine, iba todas las noches a la estación, y dejaba en los espectrales trenes de madrugada sus películas.

         Esta exposición ha sido posible a Fernando García Mongay, al Congreso de Periodismo Digital y a la Asociación de la Prensa de Aragón, a quienes les pareció muy adecuado el nombre y la labor de Miguel París, que ya no podrá ver la primera antológica de su obra, en la que tanto había pensado, para la que tanto había trabajado con paciencia de hormiga. Ha sido posible gracias a la inmensa gentileza de la familia París Ramírez, desde María Luisa a todos sus hijos, y en especial al empeño de Miguel Ángel París Ramírez, que ha buceado en los archivos, que ha seguido el rastro del padre, del amigo, del maestro, y que ha colaborado activamente en la selección de las fotos. En “Miguel París: memoria de un archivo” también ha sido muy importante la labor del fotógrafo Rafael López, responsable de estas copias contemporáneas, que sucumbió ante la obra y la vida de un hombre bondadoso que había ido dando casi todos sus positivos a sus amigos, a sus retratados, y que tuvo la virtud de estar en casi todas partes con el ojo avizor y el corazón estremecido.  

 

*El próximo 26 de febrero, en una de las salas del Matadero, se inaugurará en Huesca una antológica de 50 fotos del fotógrafo Miguel París, inscrita dentro de las actividades del Congreso de Periodismo Digital que organiza Fernando García Mongay con la Asociación de la Prensa de Aragón.  Éste es el texto que he escrito para el catálogo. Mañana o pasado, si me da su consentimiento, publicaré el de su hijo Miguel Ángel.  El Congreso tiene una amplia programación y ésta es su página web: http://www.congresoperiodismo.com.

La foto de Miguel París es de Guillermo Mestre.

2 comentarios

Antonio Pérez Morte -

¡Cuántas cosas hemos visto, durante décadas, a través de los ojos de Miguel!

Javier -

No faltaré a esa cita.

Sé bien del entusiasmo puesto en tan magnífica labor.

Un abrazo Antón, deseo que te encuentres mejor. ;)