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Antón Castro

DIARIO DEL MUNDIAL / 3

DIARIO DEL MUNDIAL / 3
ARGENTINA, LA CANTERA UNIVERSAL DEL FÚTBOL

El escritor Miguel Delibes dijo una vez una frase que serviría para muchísimos argentinos: “El fútbol para mí, a los doce años, estaba en todas partes, lo impregnaba todo, era casi como Dios: una presencia constante”. El fútbol llegó pronto a Argentina y, tal como recuerda Eduardo Galeano en su excepcional libro “El fútbol a sol y sombra” (Siglo XXI, 1995), “como el tango, el fútbol creció desde los suburbios. Era un deporte que no exigía dinero y se podía jugar sin más que las puras ganas”. Empezó a desarrollarse por todas partes. Los primeros clubes los organizaron los empleados de los talleres de ferrocarril y de los astilleros. En las calles y descampados y en las playas nacían jugadores que parecían magos, bailarines o malabaristas, tipos que cosían mágicamente la pelota a su pie y la acariciaban, se la apropiaban, la retenían en un envidiable acto de posesión. Dice Galeano que así nació el toque, tan uruguayo, tan argentino, que se ejecuta como se arañan las cuerdas de una guitarra.

Ha habido algunos cientos de espléndidos jugadores argentinos. Argentina es una cantera universal e incesante del balompié. Suele tener tipos voluntariosos y duros, con un instinto invulnerable para la competición, seguros de sí mismos e incluso de sus limitaciones hasta la extenuación como Pasarella, Rattin, Fabián Ayala, Ardiles, Babington; suelen tener tipos exquisitos, justitos de fuelle pero dotados de una visión asombrosa, como Beto Alonso, Brindisi, Ricardo Bochini, Barbas, Burruchaga, Trobbiani; a veces, algunos son muy rápidos y dados al gambeteo como el “Burrito” Ortega, René Houseman, Aimar. Goleadores intratables, pateadores con bota de hierro como Yazalde, Sívori, Batistuta, Bertoni, Bianchi. Y cuenta siempre con algún genio increíble, como el futbolista total Di Stefano; el “hombre orquesta” Adolfo Pedernera, aquel que ponía en marcha a “La Máquina” de River; el “matador” Kempes, que era un amasijo de elegancia, toque, danza, picardía, precisión y eficacia rematadora; y Diego Armando Maradona, el más grande. En la tribu de arqueros destacan Amadeo Carrizo y Sergio Goicoechea: a ambos, héroes de la multitud, les recomendaron el suicidio tras haber sido goleados por Checoslovaquia y Colombia.

Los argentinos, además, sienten veneración absoluta por su selección, algo que va más allá de un exacerbado nacionalismo. En medio de tanta pasión unánime, llama la atención una disidencia famosa: el día que la Argentina de Kempes ganaba en la prórroga a la Holanda de Krol y Rensenbrink, y Jorge Videla hallaba la coartada ideal para su régimen de terror y miseria, el escritor Jorge Luis Borges pronunciaba, a la misma hora, una conferencia sobre la inmortalidad. El gran periodista Vicente Marco publicó sus “Historias del deporte” (Penthalon, 1981), donde, por cierto, cita constantemente al locutor de Radio Zaragoza Paco Ortiz. Resume así el gran momento de Argentina en 1978: “En esta tierra hermosa y grande, en la que las mujeres hablan español con un dulce y turbador acento italiano, los hombres, cuando toman una copa de más, sueñan que son Carlos Gardel. Y si Fillol, Kempes, Pasarella y Ardiles son hoy campeones del mundo es porque

-guárdenme el secreto, por favor; es ‘off the record’- César Menotti, gran psicólogo, les hizo creer que no era él quien les gritaba desde el banquillo, sino Carlos Gardel quien les cantaba”.

Argentina vuelve a los Mundiales, tras el estrepitoso fracaso de Corea y Japón, con esperanza y un barniz de incertidumbre. Ofrece un equipo con nombres y hombres, y una mezcla de competitividad, experiencia, clase y poder ofensivo. El equipo tipo, no cuajado aún, se acercará a algo así: Abbondazieri; Coloccini o Scaloni, Heinze, Ayala, Sorín; Mascherano, Cambiasso; Lucho González o Maxi Rodríguez, Riquelme; Tévez y Hernán Crespo. Pero también andan por ahí Aimar, Saviola y Lionel Messi, que si se recuperase bien de su lesión podría ser la sorpresa del Mundial. Argentina promete mucho más con Messi, que es un jugador que recuerda en el regate y el desparpajo al joven Maradona que hizo llorar Menotti en 1978 cuando lo descartó de entre los 25 elegidos para la gloria. La figura a priori, sobre todo si Leo es relegado a la suplencia, es Juan Román Riquelme, un futbolista que dicta el ritmo del combate, que asiste con venenosa exactitud, que se atreve y que sabe extraer todos las posibilidades a los balones que juega, pero que también es un tipo taciturno, impredecible, con una sospechosa inclinación a la melancolía y a disolverse en la tensión de los partidos.

  

ÁLBUM DE CROMOS / Maradona

  Para muchos, aquel niño que parecía un prestidigitador de arrabal, una aparición en los potreros, Diego Armando Maradona, ha sido el mejor jugador de todos los tiempos. Era capaz de desequilibrar a un equipo completo y hacerse un corredor por en medio para entrar, despacioso, en la portería. Jugó cuatro mundiales. En 1982 padeció el acoso agresivo de Gentile y su propia ansiedad por probar que era el mejor, y sólo se le advirtió cuando lo expulsaron. El defensa italiano le golpeó hasta en los poros del alma, más allá del cuerpo físico ya vapuleado. Pero su Mundial fue el de 1986. En México, Maradona marcó dos de los goles más increíbles que jamás se han visto en un campeonato: batió a Shilton tras una carrera a contrapié, perfecta de ritmo, de técnica y de fantasía. Ese gol llevó a decir a Valdano, que lo acompañó al esprint en la jugada: “El talento futbolístico más grande del mundo está guardado en un sitio perfecto: el cuerpo de Maradona”. Y otro gol fantástico se lo endosó al belga Pfaff: sorteó rival tras rival, y llegó al área a trompicones con la fuerza justa para situar la pelota junto al palo. Además, marcó contra Inglaterra un célebre gol con la mano, tanto del que dijo Benedetti: “Es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios”. Jugó en Italia 90, infiltrado e hizo temblar a brasileños, italianos y alemanes. Hubo de retirarse, dopado, en Estados Unidos, pero antes, frente a Nigeria, colmó de felicidad a los argentinos y a los amantes del fútbol con dos goles.

3 comentarios

jcuartero -

Todo lo que rodea a la selección Argentina está impregnado de realismo mágico. Un tipo como Bilardo capaz de echarles bromuro a los brasileños en Italia 90. La mano del Dios vengador de las Malvinas y las declaraciones de Héctor Enrique, el futbolista que le dio el balón a Maradona en el segundo gol contra Inglaterra "Si no llega a meterlo es para matarlo, con el buen pase que le hice".

jio -

maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero...

me encanta volver a ver al pelusa tocando al balón, animando a su selección, dando sus crónicas...

la selección albiceleste era de mis favoritas, y no sólo por llevar colores parecidos a los del zaragoza :P

(también conservo algunos viejos cromos de recuerdo).

Cide -

Reconozco que el argentino es el estilo de juego que más me gusta, pero últimamente repito mucho eso que dicen de los argentinos: "Compra un argentino por lo que vale, y véndelo por lo que dicen que vale".

D'Alessandro era es sucesor de Maradona hace dos años, el año pasado, el sucesor era Messi, al año que viene dicen que va a ser Agüero. Ya no cuela. Y es que los argentinos lo que de verdad dominan es la publicidad.

Y eso no les quita su maravillosa historia de jugadores como Kempes, Valdano, o Dios.