Nada que ver con lo que ocurrió anteayer. Nada. Francia y Portugal tenían experiencias anteriores más bien convulsas, grescas en la Eurocopa de 1984 y en la de 2000, y se contemplaron con demasiado respeto. Cejijuntos, sin alegría, con agria desconfianza. Aquí no podía sonar el acordeón del mar que estremece el fútbol. Había que apretar los dientes, defender a muerte y esperar a la contra. Zizou, que ha hecho correr unos cuantos ríos de tinta, apareció fatigado: este partido no iba a ser para él. La noche estaba trabada de odios; la agresividad latía en el ambiente. Era la jornada de los obtusos. Y en ésas, mientras los unos y los otros se vigilaban de frente y también con el rabillo del ojo, como si cuchichearan ira, Tierry Henry atrapó un balón y se enfrentó al mejor defensor portugués, Ricardo Carvalho. Penalti de libro, o casi canónico. Zidane ajustó el cuero abajo, como Villa. A partir de aquí se apagaron los astros. Se encendió la impotencia y galopó una voluntad terca, sin duende. Portugal no ha tenido ariete en este Mundial, tampoco lo tuvo en su Eurocopa, porque Pauleta es un goleador de ligas menores. Un tramposillo de escaso talento. Luis Figo iba a hartarse de correr, de pedir el balón, pero su segunda parte fue toda una apología de la desolación. Esperábamos mucho de él, deseábamos que fuera su gran orgía, que el destino por fin le hiciera la justicia poética que tanto se merece, pero fue incapaz de desbordar ni una sola vez a Abigal. Maniche puso el corazón, se desfondó en todas las direcciones, empujó contra el muro francés. Deco raseó el balón, trianguló con su perfección habitual, pero dio la sensación de que se conformaba, que no ambicionaba reventar el partido y su aportación fue más bien inexistente. Y sólo Cristiano Ronaldo soñó con la igualada: dribló, amagó una y otra vez, se tiró a la piscina y naufragó, chutó desde casi 40 metros, aunque este lance significó la chapuza de Barthez: verificó algo que sabíamos todos los espectadores y debían desconocer los portugueses: ese portero es un palomitero atrabiliario, un cancerbero en sus horas más bajas. ¡Chutad, chutad, malditos!, parecían gritar los aficionados. Figo intentó aprovechar el rechace pero su remate de cabeza se escapó hacia arriba. Portugal puso ganas, sacrificio, coraje, algo de violencia, pero se quedó con un palmo de narices e inundado en sudor y desgarro. Incluso en el lapso final de agonía de todos los partidos acarició un empate que no habría sido injusto. El más destacado de los suyos, junto a Cristiano Ronaldo, que ya se ha hecho acreedor a ser el mejor joven del Mundial, fue el centrocampista Maniche. El choque de ayer fue el de la despedida de Luis Figo. Ya no volveremos a verlo en un torneo de este nivel. Cumple 34 años y está sin fuelle. O cambia de posición y de forma de elaborar o se ha terminado: ha peleado y aún pelea y peléo, pero se ha consumido tanto en el tránsito hacia las semifinales que ayer fue una sombra de lo que le habíamos visto. Exhibió el orgullo y la casta, intentó caracolear, pretendió centrar, se desesperó en su banda y se trasladó al centro. Ayer evidenció que su velocidad de antaño es sólo un recuerdo.
Francia no gustó. No se pareció en nada al conjunto que venció a Brasil. Fue un equipo que pareció excitarse un poco con la posibilidad del contragolpe, tras el gol de Zidane en el minuto 33, que buscó las carreras de Henry o de Ribery, pero lo que se dice fútbol hubo muy poco. Fue una Francia convulsa, estrangulada desde adentro, majestuosa en defensa con un binomio Thuram-Gallas prácticamente intratable. Italia habrá aprendido la lección y Francia también: los franceses ya saben que van a enfrentarse contra un equipo igual de sólido que Portugal en la retaguardia, y más amenazador y con mordiente arriba. En estos momentos, Italia es la favorita.
*Por cierto, los diez jugadores candidados a mejor jugador del Mundial son: Pirlo, Buffon, Cannavaro y Zambrota, de Italia; Vieira, Zidane y Henry, de Francia; Ballack y Klose, de Alemania; y Maniche, de Portugal.
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KARITO -