LLUÍS LLACH O EL OLEAJE DEL TIEMPO
Hay conciertos memorables que se prefiguran en el ambiente: la noche parece oscurecerse de otro modo, los rostros resultan más amables, una memoria común transita en los ojos como un pájaro del tiempo. Algo así ocurría antes de la despedida, en Zaragoza, de su Lluis Llach con su proyecto “i”: un conjunto de canciones que le permite recomponer su autobiografía como cantante, como músico y como “ciudadano del mundo” que se confiesa demócrata, de izquierdas, antidogmático y “nacionalista, incluso radical”, que desea la máxima libertad para los pueblos. Llach comprobó desde el primer instante, antes de que iniciase la personal presentación de sus canciones, barnizada de sinceridad e ironía y una trabajada languidez, que el público era incondicional. Y por lo tanto, un espejo y un altavoz. Las canciones de Llach y su propia actitud cívica y artística habían sido constantes compañeras de viaje de casi todos.
Con el viento a favor y sin ceder un ápice en su exquisita profesionalidad, comenzó con “Geografía”, que es casi la topografía del alma y de los sentimientos, de la capacidad de mezclarse con los otros, el inicial bosquejo de un desnudo. Y de ahí marchó hacia la raíz de la luz y de vida: recordó a su madre en “Un núvol blanc”, e insistió en el amor y la solidaridad con “Tinc un clavell per tu”. Dijo que había intentado ser un cantante en busca de la verdad, y abordó “Veritat i mentida”, que en el fondo es una meditación sobre “la realidad virtual” que fabrican algunos medios de comunicación y posiblemente algunos políticos. “Maremar”, hecha de madre y de mar, metáfora y refugio de su inspiración, marcó el primer instante de emoción atronadora. Ejecutó la canción con brillantez, rotundo de voz, y con músicos implicados y muy profesionales.
El amor ha sido otro de sus temas. De puro sentimental y llorón, recordó, se había convertido en “una acelga”. Reflexionó sobre la pasión y el deseo, sobre la política y el Estatuto y los errores de bulto de la izquierda, recordó con una balada intensa a Salvador Puig Antich y a sus cuatro hermanas, se dedicó a sí mismo una de sus más bellas canciones “Alé” (que formaba parte de unos de sus mejores discos: “Astres”, que presentó en el Rincón de Goya), evocó al poeta Miquel Marti i Pol con un fondo leve de bosanova, explicó su pasión por la música clásica y la francesa, recordó su emotividad o cómo le costaba tres horas en lavarse la cara y peinarse, tiempo tal vez en que soñaba un poema. Hizo algunas concesiones a la banda sonora del público: cantó con hondura, fuerza, sensualidad y sentido del juego “Verges 50” y paseó por Itaca. Como gesto simbólico deseó al respetable “Que tinguem sort”. Muchos pidieron “Laura” (Laura Aymerich estaba en el escenario), pero no se atrevió a cantarla.
Había sonado como nunca. Es decir, como siempre: con escrupuloso respeto hacia la música, sus espléndidos acompañantes y el público incondicional que ha cosechado a lo largo de 40 años. Era el inolvidable adiós del trovador que acababa de decir: “Yo sólo tengo un deseo de amor, // un pueblo y una barca”.
“i”
Concierto de Lluis Lach.
L. Llach (voz y piano). Laura Aymerich (guitarra); Ana Comellas (violonchelo); Jorge Cuscueta (saxo); Dani Forcada (batería y percusión); Marc Prat (bajo y contrabajo) y Lali Rodríguez (guitarra eléctrica)28 de octubre. Sala Mozart del Auditorio.
5 comentarios
EVELIO -
pasapues -
http://pasapues.blogia.com/2006/102802-lluis-llach-en-zaragoza.php
ENRIQUE -
Fernando -
Fernando Malo -
Y gracias por dedicarme el libro ayer.
Salud.