LA POESÍA DE ADOLFO GARCÍA ORTEGA*
Llevo un par de días paseando un prometedor libro de Adolfo García Ortega, un narrador, poeta y editor muy particular, con un mundo muy elaborado. No tengo el gusto de conocerlo, no recuerdo ahora quién me dijo que era su escritor favorito: no sé si fue Fernando Marías o Enrique Murillo u otro. El poemario se titula “Te adoro Kafka”, así, sin coma, y lo ha publicado Pre-Textos, una editorial de la que también el otro día leí con auténtico fervor “Historia de una pasión” de Darío Jaramillo, una autobiografía de escritor y de lector, dividida en tres partes. La primera es sencillamente formidable. Esta mañana, frente al níspero, el nogal y el albérchigo envueltos en una neblina pegajosa, encendí la lámpara y me puse a leer a Adolfo García Ortega.
“Te adoro Kafka” se abre con ese largo poema que evoca la historia de amor entre Felice Bauer y Franz Kafka, de fondo, y narra una nuevo episodio de afectos y enigmas con una joven. Es una composición en verso libre, llena de gestos, de atmósferas, de sutileza. Escribe García Ortega: “Describían una constelación a medida que la inventaban. // Se besaban, se quitaban la ropa, // la carne de los dos se buscaba mutuamente. // El lago ennegreció. // El agua carece de historia: siempre en movimiento mientras corre, siempre presente. // Se amaron”. El libro está dividido luego en varias partes: en “Zanzíbar”, que tiene algo de cuaderno de viaje, amasada con experiencias literarias, se habla del viaje, de la posesión, de las citas amorosas, de Joseph Conrad, de Blaise Cendrars y de Tod Browning, y se ensaya un divertido poema de los amores soñados y reales de Julio Verne, que empieza así: “Brindo por mi prima Caroline, // a la que desvirgué // en Chatenay, //(¿o fue en La Guerche?) // No lo sé”.
La segunda parte, “Mitteleuropa”, es más narrativa aún y ofrece algunas piezas estupendas como “El soldado que mató a Webern”, el músico que salió al jardín con un uniforme del que era difícil despegar un estigma del nazismo y fue asesinado con tres disparos por el soldado norteamericano Ray Bell, asustado de su presencia. Especialmente sugestivo me ha parecido “Wittgenstein escribe a Trakl demasiado tarde”, que concluye así: “Ya no te vi, amigo, me detuvo la noticia al entrar // en la sala donde sobrevolaban gemidos y olor a muerte. // El poeta Trakl falleció hace unos días, dijeron. // ¡Qué triste, qué triste es esto! Paro cardíaco, dijeron. // Sacudo la cabeza: hay trampas en ese corazón // que es una despensa de preguntas contra los sables del tiempo. // Qué triste final, Georg. // Ahora que por fin nos íbamos a conocer”. Aquí también reaparece Kafka en Praga y hay una pieza con un fondo de patetismo que el propio García Ortega advierte sobre la pasión imposible e inconfesa de Johannes Brahms hacia Clara Schumann. Otra parte, de un único poema, es “Meridiano de Greenwich”.
Libro cargado de ironía, de culturalismo, de emoción destilada, sobre todo en los versos de amor, incluye otro apartado muy interesante: “Besos y cadáveres (Baladas apócrifas de Karl Marx a sus hijos)”, que tiene magníficos momentos. Marx singulariza los poemas para cada uno de sus hijos. Le escribe a Freddy, según la gozosa inventiva de García Ortega: “Cuán grande es el tamaño del amor que te tengo,// navegante, capitán, fogonero, todo eso que eres entre escombros, // tan pequeño todavía para rendirlo todo a la verdad, // tan grande ya para ser el prodigio del futuro que cambia”. A Eleanor le dice: “Tú y yo amamos diciembre// porque es el mes final, la recolección // de los trabajos de todo el año”. El volumen se completas con las breves composiciones de “Pequeños poemas para leer en los aviones” y con “Tres inviernos”, conformado por poemas de amor de una belleza serena como “Nos deseamos” (“Pero nada se compara // con tu boca, tu beso largo, // húmedo, buscado, tu beso // de tu lengua en mi lengua, // tu beso de dientes mordiendo mi labio // como quien se sabe a salvo ya”.
Me gusta acariciar este libro naranja, lleno de tesoros, de sensibilidad, de despaciosa maestría y de pequeñas puertas que conducen al invierno, al viaje, al interior de un hotel en París donde dos se amaron y se inscribieron, caricia a caricia, dibujos inolvidables en la piel salvaje del amor.
Te adoro Kafka. Adolfo García Ortega. Pre-Textos. Valencia, 126 páginas.
1 comentario
Luisa -
Y gracias por tus palabras del otro día. Venimos aquí con gusto y ganas de aprender.