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Antón Castro

RAMÓN ACÍN PUBLICA UN LIBRO DE RELATOS

RAMÓN ACÍN PUBLICA UN LIBRO DE RELATOS

Ramón Acín acaba de publicar una colección de relatos, Hermanos de sangre (Páginas de Espuma, la editorial de Juan Casamayor), dividida en tres partes, que gira en torno a la Guerra Civil y los primeros años de posguerra, el universo pirenaico, el viaje, las relaciones. Próximamente, José Luis Melero, que se ha convertido en todo un espectáculo en cada presentación, explicará en público las claves del libro. Seguro que halla algún resquicio de humor en estas páginas, transidas de dramatismo y violencia.

 -¿Qué le lleva a abordar, de nuevo, aquellos “tiempos de Maricastaña”, que es como un personaje define la Guerra Civil?
El proceso de mi anterior novela, Siempre quedará París, fue muy largo. Durante casi ocho años me dedique a documentarme históricamente, primero y, después a recorrer tanto la “cicatriz” del frente de Aragón -desde Biescas-Valle de Tena, hasta Belchite-Pina de Ebro que eran los lugares geográficos en los que yo colocaba la trágica peripecia de los personajes de mi novela-, como todo el espacio aragonés que sufrió la “reculada” de los republicanos hasta la caída de Cataluña y, posteriormente, también, recorrí el espacio geográfico por donde actuaron los “maquis” del Sobrarbe. En ese proceso, las historias trágicas se me acumularon. Muchos cuentos de Hermanos de sangre son, por tanto, historias desgajadas de ese proceso. Historias con fondo humano, llenas de sentimiento, carne y vida que merecían, cuando menos, ser conocidas. La guerra, tan salvaje siempre, es fértil en salvajadas que debemos evitar y, a mi modo de ver, algunos de estos cuentos pueden servir de enseñanza.  

-El libro se mueve en tres polos: la fuerza el dramatismo de las historias, la necesidad de exorcismo, y la liberación de un peso íntimo y terrible, cuando uno se atreve a contarlo.
 
Exacto. Intento trasmitir precisamente esa triada de elementos, porque es lo que yo sentía la mayoría de las veces cuando entablaba conversación con la gente que las había padecido o conocido. Muchos de los sucesos, cargados de tensión y salpicados de sangre, los he escuchado en un tono de voz baja, como de confesión liberadora que, a mí, como persona, primero, y como escritor, después, además de ponerme los pelos de punta, me atraían totalmente. Si eso se trasmite en los cuentos, creo que habré cumplido con el objetivo propuesto. Escribir sobre la guerra y sus secuelas tiene para mí un punto de descarga, de exorcismo. Elimina obsesiones que podríamos considerar incluso personales ya que, sin duda para mí, tienen sus raíces en mi infancia.

-Explíquenos las tres partes del libro: Odio, tradición y rareza. 
Tanto el “odio” como la “rareza” constituyen espejos de la realidad. Siguiendo a Valle-Inclán, la distorsión es una forma muy interesante de ver la realidad, porque acentúa aquello que la convención, lo cotidiano y demás facetas de la vida diaria nos impiden ver con claridad. El odio y la rareza, sin duda, muestran aquellos aspectos de la naturaleza humana que tendemos a esconder, a ocultar. Es decir, que permiten observar lo peor del ser humano. Y a las pruebas me remito. En estas historias, asentadas en realidades - aunque en Hermanos de sangre están muy filtradas por lo literario- rezuman ese odio estúpido que lleva a la muerte, incluso del ser más querido como sucede en el relato que abre el libro, donde un hermano pega el tiro de gracia a otro. 

-Hablemos del título: “Hermanos de sangre”, que parece todo un manifiesto o una declaración de intenciones. ¿Qué significa? 
Sí, lo es. La misma guerra civil, como cualquier guerra, es una pelea salvaje entre hermanos. Me interesaba llevar ese sinsentido al grupo más pequeño de socialización que constituye la familia.
 

-Las dos primeras piezas del libro justifican muy bien el título: son historias familiares, y en una de ellos, un hombre mata a su hermano. 
Sí, la familia es, en casi todos los relatos del libro, un epicentro significativo. Es como en la certera frase de “pueblo pequeño, infierno grande”, algo que, en estos días, tristemente está de actualidad en Aragón ¿verdad?  En la familia, pese a la hojarasca de la convención y pese a los lazos de sangre, suelen darse todos los síntomas imaginables. Es la probeta donde se ensaya la ocultación, la falsedad, la crueldad, etc. En pequeñas dosis.  El conflicto entre hermanos es tan viejo como la vida misma, ya se ve en
la Biblia ¿no?

¿Hasta dónde debe recordarse y cómo evitar una idea de ajuste de cuentas, de intento de victoria sobre los muertos, fusilados, desterrados o vencidos, sobre los ganadores? 
Debe recordarse para que sirva de enseñanza, para que aquello no se repita jamás. Aunque el hombre es el animal que siempre tropieza en la misma piedra, claro. Por eso, no comprendo ciertos planteamientos de algunos políticos que hacen bandera, en positivo o negativo, de la guerra civil. A mí, lo que sucedió me la trae al pairo, porque ya no se puede cambiar nada y el lamento no sirve. Pero sí sirve la reflexión sobre lo sucedido, como profilaxis. Además,
la Transición Española pasó de puntillas sobre esa época y eso no es de recibo. Hay familias con las que yo he hablado que no saben nada de algún familiar desde aquellos años y la angustia les corroe de verdad. Creo que hasta que no te toca un problema como éste, no te das cuenta de su dimensión.

-¿Y entonces?
Lo que más me joroba de este tema de la guerra civil, tan mercantilizado en los últimos años, es su banalización y su utilización partidista. Creo que se hace un flaco favor a las familias que sufren y que arrastran una angustia que muy poca gente comprende. En Hermanos de sangre he procurado no alentar la venganza, ni un aire de revancha. Procuro que hablen los hechos, que se sienta el latido del que sufre, solamente. A mí me interesa el individuo, desde siempre.

-Una de las historias más intensas es “Bajo la piel”, el relato de una maestra y de un maestro que se pasa al maquis. ¿Cómo nació esta historia que parece anclarse en un hecho real?
Pues, como muchas de las anteriores, de una realidad. Yo soy profesor y siempre me he interesado por la labor de gente dedicada en cuerpo y alma a la docencia. Ser maestro, profesor o como quieras llamarlo, a pesar de los tiempos que corren, es un lujo. Estás con la savia joven y tienes en tus manos la posibilidad de ayudar, de informar, de educar… Eso lo hicieron muy bien muchos maestros de aquella época, involucrados social y culturalmente y, claro, lo pagaron con su vida o su “purgación”. En Aragón, la nómina de maestros era espléndida, unos murieron en las trincheras, otros actuaron en el maquis y otro gran número acabo purgado. Pero ahí está su labor. Afortunadamente ahora podemos saberlo. 

¿Existe alguna forma de liberarse de esa pesada “herencia” de la Guerra Civil, que a veces parece nublar el presente? 
Sí. Cuando un tema se airea, pierde el aire de densa niebla que le caracteriza. Nada como hablar de algo para sacar conclusiones. Soy de los que creen en la palabra y en el diálogo. El refrán, vamos, “hablando se entiende la gente”. ¿Por qué no haremos caso de la sabiduría que encierra el refrán, la literatura popular?

-El libro, además de los cuentos estrictamente de la Guerra Civil, hay piezas suspensas en la tradición pirenaica, como “Tristán” o “En la noche de San Juan”. 
Sí. A mí el Pirineo me atrae. Tal vez porque nací allí. Tal vez porque es un mundo que se desmorona sin darnos cuenta. Es necesario dejar constancia del pasado, porque si algo somos es memoria y de ella, vivimos. Un pueblo sin memoria es un pueblo vacío, sin personalidad, sin referentes, sin anclajes. Pues, las personas lo mismo. Por eso, me interesa la tradición, no como algo que cubra la nostalgia de un paraíso perdido, sino como algo que está ahí y de lo que siempre puedes sacar alguna enseñanza. “Tristán” habla del Pirineo de la trashumancia del ganado lanar, fuente económica hasta mitad del XX de casi todo el Pirineo, con sus costumbres, leyendas conformantes y demás. Otro tanto puedo decir de “La noche de San Juan”, tan especial en la vida rural, siempre marcada por el transcurrir de las estaciones y el tiempo. 

Resulta muy espectacular el cuento “Somontano de 36”. ¿Cómo surge? 
Pues surge en un viaje a Rusia que yo realicé no hace mucho. Hay cosas que son ciertas y de eso nace y otras que tiene que ver con el viaje, con personas que conoces y entablas conversación. Conversaciones que te llevan a situaciones como ésta, donde realidad y ficción se dan la mano. Hay bastantes datos de este cuento que cualquiera puede rastrear –En Bodegas Lalane existe esa botella del 36, conocí a una familia que hablaba de vinos del Somontano, Mijail Kolstov estuvo en Siétamo durante la guerra civil, etc.-. Y surge, de este viaje, empujado por una petición de unos amigos para un libro titulado Historias para catar  que recientemente se publicó con el patrocinio de Bodegas Enate.
 

A la luz de este libro, que es el cuarto de relatos que publica, ¿podrías decirnos cuál es su idea del cuento?
Una distancia muy difícil de recorrer. De la misma forma que la poesía no es juntar palabras que suenan bien, el cuento no es una anécdota. Tiene que contener una historia cerrada, pero apenas esbozada, que permita hacer volar la imaginación de quien lee. Concentración, síntesis, esencia… serían otras palabras que yo usaría para definir el cuento.    

*He tomado esta foto del blog de José María Ariño. Es curioso: tengo en algún sitio una muy semejante realizado en el jardín de la Media Luna, un día que vino Manuel Rivas a Zaragoza y anotó el  nombre de unos árboles que se llamaban Álvaro Cunqueiro e Ingrid Bergman.

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