PEPÍN BELLO, EL SEMBRADOR DE AMISTAD
José Bello Lasierra (Hueca, 1904) ha sido un coleccionista de amigos memorables, un hombre audaz e imaginativo entre sabios, poetas, pintores. Fue un rebelde a su modo, un transgresor que parecía hacer las cosas a la chita callando, pero a conciencia. De Huesca aún recuerda los paseos hacia las afueras, hacia los ríos, la memoria de su padre, la belleza y la delicadeza de su madre, la imponente estampa del castillo de Montearagón. Pronto se trasladaría a Madrid e ingresaría en la Residencia de Estudiantes, donde se haría tan célebre como algunos de sus moradores: Federico García Lorca, Salvador Dalí (aquel joven pintor que había remitido un bolsita de semen a su padre con la leyenda: “Esto es todo lo que te debo”) o Luis Buñuel, que muy pronto se convertiría en su amigo del alma. Pepín Bello andaba por allí mientras estallaba el fulgor de la nueva poesía o se producía el terremoto de la vanguardia y el surrealismo.
A Buñuel, que era un poco bruto y lo mismo quería ser campesino que atleta o boxeador, Pepín Bello le hizo de preparador en la esquina en una de las pocas peleas que llegó a realizar, con poco coraje, “El León de Calanda”, y más tarde le suministraría algunas imágenes para sus primeras películas: “Un perro andaluz” y “La Edad de Oro”. A Lorca llegó a firmarle algunos de sus primeros libros si él estaba ausente. Contaba con su autorización; además, Pepín, que sólo amaba la poesía de Bécquer, se aprendió de memoria piezas enteras de Lope de Vega de tanta oírlas recitar.
Y allí, al arrimo de sus amigos, de los que era un dulce mentor, se encontraba con Juan Ramón Jiménez, departía con José Moreno Villa y oía tocar a Pilar Bayona, que solía encerrarse con Lorca y Gerardo Diego hacia 1935 ó 1936 porque los tres poseían la pasión de la música. E incluso, si andaba enamoriscado de Araceli Durán, por ejemplo, la hermana del “soldado de porcelana” Gustavo Durán, lograba que Rafael Alberti le compusiera un poema a su amada. Con todos ellos, y con Pedro Salinas, que amaba las jaulas y los discos de piedra, y con Dámaso Alonso o Jorge Guillén o Rafael Sánchez Ventura, vivió el esplendor de la Generación del 27. Comprobó muy pronto que Dalí era un genio de la pintura, que Lorca era hondamente simpático y trágico pero que con su presencia lo dominaba todo, y que Buñuel, hasta que descubrió el cine con Jean Epstein, era un tipo un tanto errático con deseos de ser escritor.
A principios de los 30, José Bello Lasierra se marchó a Sevilla, y fue allí, hacia 1933, cuando conoció a su paisana Pilar Bayona, que había tocado unos años antes con la oscense Fermina Atarés en Teruel, y seguiría haciéndolo en los 50 en Madrid, ahora ya en privado mientras Antonio y Carlos Saura se abrían camino en otras estancias. Luego la Guerra Civil fue ruin y terrible con sus mejores amigos: muchos de ellos partieron al exilio, otros fueron fusilados (Lorca, Ramón Acín, Manuel Sender...), y él sufrió también en carne propia la tragedia de un hermano, disminuido, que salió a por tabaco y ya no volvió más. Más tarde se supo que había muerto en Paracuellos. José Bello, herido, intentó sobrevivir, primero con un negocio de ropa de piel, más tarde con otro de cine. En el Madrid de la posguerra se quedó admirado con la belleza de Ava Gardner y frecuentó a Juan Benet, con quien llegó a escribir teatro. Pepín Bello es un artista del vivir, un sembrador de amistades, un paciente observador del mundo al que él, así como quien no quiere la cosa, le toma la medida y le da la vuelta con ingenio, con humor y con ironía.
*Recojo este artículo sobre Pepín, en realidad José Bello Lasierra, porque vuelve a estar de actualidad: Anagrama, en su colección “Biblioteca de la memoria”, publica unas “Conversaciones” de David Castillo y Marc Sardá. Esta foto apareció en "El Mundo" y la firma el fotógrafo Jeffrey Newbury.
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