AURELIO GRASA: PINCELADAS SOBRE UN FOTÓGRAFO
Con Santiago Ramón y Cajal, retratista constante y teórico de la fotografía en color, Aurelio Grasa Sancho (1893-1972) es el fotógrafo aragonés, histórico, de mayor proyección internacional. Y no puede decirse que haya tenido la suerte que se merecen su trayectoria, su calidad de pionero del reporterismo y la excelente factura artística de sus fotos de los años 20 y 30 y de la posguerra. Estudiosos de alcance nacional como Joan Fontcuberta y Publio López Mondéjar (éste en el proyecto “Las fuentes de la memoria”) divulgaron su obra extramuros de Aragón, aunque su exposición más importante se le organizó en 1976 en la galería Costa 3, dirigida por su hija Teresa Grasa y su yerno Carlos Barboza, ambos investigadores, artistas y fotógrafos.
Más de un cuarto de siglo después, y tras algún intento fallido de organizar una antológica en el Palacio de Sástago, en la Sociedad Fotográfica de Zaragoza se presentó una importante y reveladora muestra del fotógrafo y médico: “Aurelio Grasa. Reportero gráfico, 1910-1917”, que recorría su carrera en la prensa –especialmente en HERALDO, “Abc” y su revista “Blanco y negro”-, desde que tenía 17 años hasta el año de licenciatura. En esos siete años, Aurelio Grasa trabajó sin cesar: con apasionamiento, con rapidez, con entusiasmo y con un sentido de la composición y de la noticia que prueban su olfato periodístico. Estamos ante un pionero de la fotografía documental en Aragón.
Juan Domínguez Lasierra, apoyándose en los testimonios familiares y en los trabajos del libro-catálogo de 1976, explica la ligazón de Grasa con este diario. Recuerda que el fotógrafo titular era el fotógrafo de estudio, Gustavo Freudenthal, el hombre que retrató a Einstein en su viaje a Zaragoza en 1923, pero que él realizaba una labor “meramente ilustrativa” desde su estudio del Coso 33 ó 35. No obstante, un momento especialmente fructífero para la fotografía de prensa fue la Exposición Hispano Francesca de 1908. Y fue el jovencísimo Aurelio Grasa, de 17 años, quien introduciría en un medio parco en imágenes un nuevo concepto de la fotografía. En el libro-catálogo de 1976, Emilio Grasa, hermano del fotógrafo, narraba un detalle tan importante como pintoresco: “Se compró una moto y con ella iba a todos los sitios. Cuando había toros iba con la moto y su caja de placas, y al día siguiente ya salía en el HERALDO y en el ‘Abc’. Si a las seis terminaba la corrida, a las ocho ya estaban reveladas y las llevaba a HERALDO por la noche”.
Otro periodista casi legendario en estas páginas, el bilbilitano Andrés Ruiz Castillo, “Calpe”, lo perfiló así: “Su afición a deambular por las calles zaragozanas en busca de lo sorprendente, le llevó insaciablemente a fotografiar toda clase de escenas y sucesos, a interesarse por los acontecimientos sociales”. Y apostilla: “Sin pretenderlo se convirtió en un gran repórter gráfico, con personalidad y estilo”. Otro compañero como Miguel Gay recuerda que era “simpático y tranquilo, parco en palabras, pero con una mirada honda que lo decía todo”. Líneas más adelante, anota: “Para Grasa la fotografía no era un oficio sino un hobby, que se dice ahora, una afición para la que poseía un fino sentido, un especial instinto, un modo personal de hallar en las cosas y en los hechos lo que tenía que ser noticia, pero que sólo él acertaba a captar y a retratar”. En 1910, Grasa se matriculó en Medicina, se licenció en 1917 y se especializó en radiología y dermatología, y ese mismo año, concretamente, un trece de junio publicó sus dos primeras fotos en este periódico: “Los alcaldes de Borja, Agón y Bulbuente en el patio de la Diputación de Zaragoza” y “Exposición de flores en el umbráculo del Hospicio de Zaragoza”. No parece que haya estado nunca contratado en el diario, aunque fue un colaborador fijo, probablemente sin sueldo, que realizó cientos y cientos de fotos en esos años. A nada le hacía ascos: parecía darle lo mismo foto cotidiana, la de los trabajadores en cualquiera de sus apacibles faenas y en sus tumultos, o el documento social (ahí destaca la llegada del féretro de Costa a la estación de Zaragoza y su traslado al cementerio de Torrero) que la instantánea turística, paisajística, romántica o deportiva, donde brilló a alto nivel, hasta el punto que los coches, los aviones, las bicicletas, las motos o los deportes de nieve ocupan muchos negativos en su impresionante archivo de varios miles de tomas. Una de las más célebres fue la toma de Montblanc desde un avión que volaba a más de 6.000 metros de altura. Y otra modalidad en la que destacó en esa época fue la fotografía taurina: hizo reportajes a Bombita, a Manolete, a Florentino Ballesteros, al cual le dedicó un reportaje de cuatro fotos en 1915.
La carrera de Grasa no se acabó en 1917 ni abandonó sus colaboraciones en la prensa. Siguió cediendo fotos, pero en 1921 abrió una consulta en Zaragoza. Para entonces ya había estado en París y había mejorado sus conocimientos científicos y había conocido las vanguardias artísticas, con sus fotógrafos. A partir de ese momento, nacía otro fotógrafo: el fotógrafo del arte que captaba con tersura, con una composición arriesgada y original, con voluntad artística. Esa es la exposición que le debemos, o que nos debe, Aurelio Grasa, “uno de estos ingenios que produce esta tierra, incisivo a veces, de respuesta rápida y finalmente, hiriente en defensa propia, pero con una gracia espontánea sin igual”, según dijo el ex alcalde Luis Gómez Laguna.
*Retrato del Cardenal Soldevila pronunciando un discurso en 1915. Ocho años después, tras visitar el convento del Terminillo, sería asesinado por un grupo de anarquistas. La foto es de Aurelio Grasa. Lamento que sea tan poco veraniega.
0 comentarios