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Antón Castro

ANTONIO SAURA: EL HOMBRE QUE PINTÓ MONSTRUOS

ANTONIO SAURA: EL HOMBRE QUE PINTÓ MONSTRUOS

 

Antonio Saura escribía tan bien como pintaba. Antonio Saura teorizaba tan bien como pintaba y escribía. Con un rotulador en sus manos era como un torbellino de ideas, de rayujos, de monstruos. Desde niño, sintió la llamada del arte. En realidad, nacido en Huesca en 1930, pertenecía a una familia itinerante que fue de aquí para allí hasta que, concluido el conflicto, se asentó en Madrid. Antonio había vivido aquí historias extraordinarias: aquella abuela nórdica que se sobrepuso a la traición de su marido, que cortejó a una joven criada; aquella tía más o menos exuberante o sensual que poseía unas bellas y tentadoras piernas. Durante la Guerra Civil, Carlos y Antonio vivieron la muerte muy cerca: vieron cómo una bomba descuartizaba a un hombre, y esa imagen ya no se les borró de la cabeza.

Luego, una tuberculosis le postró en la cama, y él, lejos de amilanarse, empezó a leer revistas surrealistas y a realizar bosquejos. Hablaba de aquella convalecencia casi como quien habla de un lugar mítico: de aquella enfermedad nacería el artista. Un artista, sí, que inicialmente destacaba por su colorido, por su fantasía cromática, por sus delirios surrealistas, próximos a los mundos de Hans Arp, Joan Miró, Yves Tanguy, Max Ernst, Víctor Brauner, y tantos otros que habían acaudillado la vigorosa revuelta de las vanguardias. Mientras su hermano Carlos se afanaba con la fotografía, Antonio se afirmaba en la pintura. No tardaría en fundar, con otros, el grupo El Paso, en 1957, en cuyo origen estuvieron sus paisanos Pablo Serrano y su compañera Juana Francés, y el pintor Manuel Viola, aquel Manuel de Montparnasse que había glosado César González-Ruano.

Pronto empezaría a organizar su pintura por series: las damas, los desnudos, los autorretratos, las multitudes, las crucifixiones, y ya más adelante los retratos imaginarios, el “Retrato imaginario de Goya” y una de sus series más rotundas y obsesivas: “El perro de Goya”, una pintura de atmósfera casi oriental que a él le evocaba al propio artista levantando la cabeza sobre un montículo de arena. La producción de Antonio Saura, informalista y rotunda, es ante todo un diálogo con la historia misma de la pintura, y en particular con artistas claves como Velázquez, Goya y Picasso, a los que les dirigió unas conmovedoras cartas. Antonio Saura, como sus hermanos Carlos y María Ángeles, es un espléndido prosista. Él decía que, a pesar de la apariencia, como pintor nunca se repetía: cada obra era un estadio más, una variación sobre un tema, una evolución de las estructuras, del desgarro y del dolor de vivir. Antonio Saura también era un defensor del monstruo que todo llevamos dentro: hurgaba en su interior y hallaba las formas inefables de lo turbio, lo violento, lo erótico, una pulsión primaria y visceral casi incontenible.

Un artista como él ofrece muchos perfiles. Hay otros dos que no se pueden olvidar: su condición de ilustrador, le puso formas, gestos y puñales a distintos libros Ramón Gómez de la Serna, Baltasar Gracián, Camilo José Cela, San Juan de la Cruz o “El Quijote”, entre otros, y en toda esa labor hay una estética convulsa, un acento sombrío; y su pasión por el arte mural. Saura trabajó mucho en ese campo, pero quizá no realizó nada tan impresionante como “Elegía”, ese centenar de ojos al acecho, de animales y monstruos entrevistos, ese remolino de destellos cromáticos, que concibió para el techo de la Diputación de Huesca. En “Elegía” se resume la artesanía de la pintura, la caligrafía minuciosa de un creador infatigable que fallecía en Cuenca hace diez años. Ahora podemos ver en el Matadero una exposición que tiene una importante porción de lienzos y obra gráfica: esa rabia en negro y gris, ese temblor en blanco y granate, que eran los colores que le servían para explicarse y para compendiar el mundo.

 *Retrato de los integrantes del grupo El Paso: José Ayllón, Antonio Saura, Manuel Rivera, Martín Chirino, Manuel Millares, Rafael Canogar, Manuel Viola y Luis Feito.

 

2 comentarios

Magda -

Antón, no puedo creer que vea en esta fotografía a Martín Chirino. No atino a saber cuál es en la foto, ya lo conocí mayot. Aunque si pusiste los nombres conforme están en ella, sería el cuarto.

Martín Chirino es un señor bellísimo, encantador, inteligente y sumamente amable. Su obra es excelente.

La obra de Manolo MIllares la conozco, bueno, por supuesto que no toda, pero alguna sí. García Ponce la admiraba mucho.

Me ha encantado tu texto, y me ha traido hermosos recuerdos.


Delfín -

Antón, muy buen artículo. No conocía a esta persona y ahora me has abierto una puerta... la verdad que es muy interesante lo que planteas así que no me queda otra opción que ir a conocer la obra de Saura.
Creo que has logrado el objetivo de este tipo de artículos.

Saludos y gracias por acercarme a una persona que "era un defensor del monstruo que todo llevamos dentro: hurgaba en su interior y hallaba las formas inefables de lo turbio, lo violento, lo erótico, una pulsión primaria y visceral casi incontenible".
Excelente frase... Todos somos Esclavos de la Sombra.