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Antón Castro

RÍO ABAJO / 5. LA DULZURA Y LOS PINGÜINOS

RÍO ABAJO / 5. LA DULZURA Y LOS PINGÜINOS

Martín Mormeneo quería conocer la dulzura de su cuerpo. Y por eso ha entrado en otro de los pabellones que más le gustan: el de Extremadura, todo un poema visual y sonoro en torno al agua y sus magias. Los extremeños, en una auténtica apología de las nuevas tecnologías, han sido capaces de crear microclimas, ríos virtuales, humedales y ámbitos donde igual se oye el canto del ruiseñor que se aspira el intenso olor del hinojo. Como señuelo para tentar a sus hijos Manuel y Clara que viven en Olivenza, Martín Mormeneo ha medido su dulzura. Le han dado las cifras. Camina de aquí para allá, busca elementos que le sorprendan, y se detiene a su antojo, con la sensación de que tiene todo el tiempo del mundo: observa la escultura de Jaume Plensa, “El alma del Ebro”, que tanto le fascina; asiste a la función del Iceberg y distingue ese subrayado apocalíptico de advertencia y denuncia que hay en la música de José Luis Romeo; más tarde, encuentra acomodo en la anfiteatro: allí ha visto a Paul Weller, y bailó hasta el fin de la noche y del cansancio con Youssou N’Dour, ese hombre que lleva en la música, en la sangre y en la sonrisa todas las melodías de África. Recuerda los días del pasado con Toquinho: hace años tuvo un vecino argentino, Claudio, que aspiraba a tocar la guitarra como él y a cantar como Al Jarreau. Cuando empiezan a apagarse todos los sones, Toquinho y Creuza incluidos, Mormeneo busca las terrazas y las más altas barandas. Había una luna primorosa: dorada y encendida como un pan antiguo. Intentó ver a través de su pálido fuego la silueta de una rana. Los antiguos distinguían a ese anfibio en el interior de su círculo perfecto. No fue capaz de verla, ni él ni su cámara. Pero sí vio a dos viejos amigos: Pedro y Elisa, que paseaban, entre las lámparas y el césped oscuro. “Nos encanta venir aquí –le dijeron-. Esta ciudad, cuando cae la noche, parece un espejismo junto al río”, dijo él. En ese instante, apareció el restaurador Emilio Lacambra. “Ya he venido trece veces a la Expo, y las que te rondaré, morena”, dijo. A la mañana siguiente, Martín Mormeneo escribió a sus hijos: “Os gustará mucho el iceberg: saltan al agua un montón de pingüinos que recogen unos barqueros fantasmales. Además, debéis saber que soy algo menos dulce de lo que pensaba”.

*La foto corresponde a las imágenes que han tomado los fotógrafos de la Expo 2008. Este artículo corresponde a la serie Río abajo, que publica Heraldo de Aragón -coordinadas por Enrique Mored, Esperanza Pamplona y Rafael Bardají- todos los días.

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