JOSÉ CARLOS CATAÑO, EN LA MANCHA LITERARIA
[Escribe Nicolás Melini, narrador, poeta y viajero, y ex jugador del Real Zaragoza de juveniles:
Queridos, ya está el nuevo número de La Mancha Literaria, con el buen amigo Domenico Chiappe como invitado; junto al canario José Carlos Cataño, cuyo libro Los que cruzan el mar (Diarios, 1974-2004), publicado por Pre-textos, les recomiendo vivamente. Y como siempre los cuentos de Juan Carlos Chirinos, Juan Carlos Méndez Guédez, Ernesto Pérez Zúñiga y yo.
http://www.delamanchaliteraria.blogspot.com/]
José Carlos Cataño (La Laguna, Islas Canarias, 1954) es poeta, narrador y ensayista. Tiene un blog muy sugerente, de donde tomo estos dos fragmentos:
viernes 25 de julio de 2008
Dejar de escribir, como dejar de hablar. Dejar de pensar, dejar la cháchara. Quedarse mirando, vacío.
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A media tarde, con el sol muy creído, mis aimaras han plantado un paraguas junto a las canchas. Unos -y unas- jugaban al fútbol con sus camisetas de colores distintivos. Los otros, los de fuera, atendían a sus hijos, platicaban, se tumbaban en el suelo. Ésa sí es la playa feliz.
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La biblioteca como un ser vivo -que también termina: las bibliotecas olvidadas, las bibliotecas enterradas, las bibliotecas de los tártaros...
Bibliotecas que crecen sin orden aparente -y me acuerdo de la foto de ayer en que aparecía la de L. A. C. junto a iconos de lo que llaman cultura de masas. Las bibliotecas asépticas, de presencia casi invisible.
Como en esto también soy aprendiz, ni siquiera hablo de "mi" biblioteca. El conjunto de libros se expande, ocupa habitaciones del suelo al techo, pasillos...
Las bibliotecas móviles, la de los transterrados, las bibliotecas unipersonales, la biblioteca mínima, la biblioteca nómada, como hacía el actor Lee Marvin que nunca viajaba con equipaje: compraba la ropa, subía al hotel, y al abandonarlo se marchaba con lo puesto, y así hasta la siguiente estación.
viernes 25 de julio de 2008
Anoche di con uno de los álbumes de viajes de mis padres. Tanto ha bregado uno en hacerse con ellos, que apenas los ha limpiado, pasándole la palma de la mano como por una mejilla, los ha encerrado en una gaveta.
Será que entre las nuevas sobre Marusa y la reiterada bellaquería en Llano del Moro, es bueno posar los ojos sobre el blanco y negro.
Los pies de foto son de mi padre. Su caligrafía, en lápiz blanco, presenta un esmero que casi da grima. Pero da gusto identificar los lugares a primeras. Neutchatel, por ejemplo.
Hay fotos, también, de Barcelona; sobre la cúpula del observatorio Fabra; bajo los roquedos de Montserrat. Qué hermosos son estos roquedos así sin más, sin frailes, sin iconografías, sin palios ideológicos. Hasta vuelve uno a reconsiderar que el sitio era un axis mundi.
Pero ni por ésas mi madre sonríe del todo a la cámara. Se la presume tímida, con la cabeza gacha, o mirando con melancolía a otra parte.
Mi padre era el de las imágenes y el que hablaba. Mi madre era la mirada y el silencio.
El latido empieza a acelerarse recogiendo esas lejanías, ese tiempo parado por el milagro de alguien que en este momento respira y rememora. Ya es medianoche, y si el viento se detiene, sube el calor como cosa que vive.
C ha tomado otro álbum familiar, con imágenes de La Punta del Hidalgo; de la sierra de Sevilla; de los cráteres y malpéis del Sur...
Todo se queda aguardando una imagen sobre esta imagen.
A lo mejor es Minish quien nos la toma, absortos y con el índice agitado, para revelarla cuando ella regrese al edén de los gatos.
*La foto del niño que muestra su carromato de cigüeñales es de Gerald Bloncourt.
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