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Antón Castro

SERVANDO MONTERDE MÁÑEZ: UN HÉROE DEL EBRO

SERVANDO MONTERDE MÁÑEZ: UN HÉROE DEL EBRO

 

La fascinante historia de Servando Monterde (Zaragoza, 1905-1991): barquero, carpintero de ribera del Ebro y enamorado de los deportes acuáticos

 

“He pasado más de media vida en el río Ebro”. Así iniciaba Servando Monterde Máñez (Zaragoza, 1905-1991), carpintero de ribera o calafate, las notas de un breve esbozo de autobiografía. Recordaba que ya en los años 30 inició sus “remadas en un pontón” y que desde entonces fue amigo de “los socios del Toni, barqueros de paso del Ebro para personas”. No es fácil encontrar en Zaragoza a alguien que haya convivido tan directamente con el río, y además en un lugar tan singular: entre el actual puente de Santiago y el Centro de Natación Helios, muy cerca de donde Francisco Marín Bagüés se imaginó ese cuadro inolvidable con barcazas y bañistas, “Los placeres del Ebro” (1934-1938), y donde estuvo situada aquella temblorosa pasarela de madera, cuya “inauguración fue el 25 de febrero de 1941”. Dos porteros, en cada una de las entradas, cerca de la Zuda y cerca de Ranillas, cobraban algunos céntimos de las antiguas pesetas para poder pasar. Servando Monterde escribía: “En el año 1942 monté una flotilla de barcas para alquiler entre los Baños Públicos y la pasarela; en 1945 inauguré otro embarcadero en el Sotillo del Pilar, en el que hoy ocupa el Club Náutico. Tenía la concesión para navegar desde el Puente de Piedra al Puente del Ferrocarril, hoy de la Almozara. El establecerme entre el río Ebro y el Pilar fue para mí un orgullo. El negocio, aunque humilde, iba ‘flotando”.

        

De novillero a calafate

Su sobrino nieto José Manuel Larroy da algunos datos anteriores de Servando Monterde: “Vivía con mi bisabuela Juliana López en Ranillas, en la calle Ortilla, 6, en una casa de bajo y piso. Tenía un bar y una botillería de vinos. Mi madre le ayudaba en aquel local, Casa Monterde. Cuando ella se casó, Servando se quedó a vivir en la planta baja y a ella le cedió el piso. Y residimos allí hasta que nos expropiaron, en torno a la muerte de Franco, y nos trasladamos a la calle Valle de Broto. Servando se vino con nosotros. Según me contaba muchas veces, había sido novillero y había actuado con algunos toreros famosos en las plazas de Graus, Huesca, Zaragoza. No inventaba nada: acabamos regalando su traje de luces a un museo taurino”. La historia familiar de Servando Monterde es un tanto nebulosa: se sabe que pagó para no hacer el servicio militar, aunque debió ponerse el traje, tal como se veía en algunas fotos, y que estuvo a punto de hacer las Américas con la tauromaquia. Lo disuadieron una y otra vez. Y con esa anécdota, desaparece prácticamente su parentela.

Su sobrino tenía una relación muy particular con él: era su confidente, su cómplice, su compañero a orillas del río. Y pronto empezaría a subirlo a su propia barca. “Entre los cuatro y seis años, me construyó una barca pequeña y bonita que aprendí a manejar muy pronto”. Eso sí, entonces ya eran los años 60, y Servando Monterde era un calafate de prestigio, un navegante e incluso un héroe del río. Entre otras cosas, ya había creado su propio club deportivo de remo. Servando confesaba: “Compré dos bateles. Me animé a ello por aquellos jóvenes que venían a alquilar mis barcas y tenían deseos de remar deportivamente. Antes de montarlos en los bateles de reglamento, los probaba en otro que hice yo mismo con las mismas medidas de reglamento, pero algo más pesado, tirando a pontón. Ahí se veía la disciplina del nuevo remero”. Servando era aficionado a la lectura y le gustaba escribir a máquina; en casa, además de sus libros de lectura, tenía algunos manuales de construcción de barcos con planos bien detallados. Hizo algunos pontones para Mequinenza y Caspe.

         Según su sobrino, el calafate poseía en torno a 20 barcas, que llevaba al Ebro hacia abril, con la primavera. Durante una semana mantenía las embarcaciones hundidas, “porque después de todo el invierno fuera del agua la madera se reseca y las tablas se separan. Antes de echar las naves al agua hay que volver a calafatear con estopa y hundirlas para que la madera se hinche”. Tío y sobrino se pasaban allí horas y horas, desde las nueve o las diez, hasta que caía la noche. A veces, les llevaban la comida del mediodía. Servando alquilaba las barcas durante varios meses; durante el otoño y el invierno las retiraba y construía nuevas barcas o las reparaba en un taller que tenía en los actuales jardines de Aragón Televisión.

 

Inundaciones y ahogados

Su sobrino aún recuerda la pasarela, la construcción del Puente de Santiago y una especie de cuadrilátero de cuerdas, en el Ebro, que delimitaba los baños públicos. “El Ebro era otra cosa. Era totalmente diferente y no se le tenía miedo. Era un centro de ocio y de divertimento, y eso lo supo ver muy bien mi tío. No había piscinas como ahora, salvo Stadium y Helios. Había plataformas de madera, desde donde la gente se lanzaba al agua”. Por eso, Servando tenía que llevar un cuaderno y asignar turnos de alquiler. Había días en que todas sus barcas estaban navegando entre Helios y el puente de la Almozara. A veces, tocaba el silbato para recordarle a alguien que se había cumplido su tiempo, o enviaba a su propio sobrino a buscar a los barqueros.

         A pesar de que aún era muy joven, José Manuel Larroy recuerda la inundación de enero de 1961. Dice: “Me sacaron de mi casa en una barca de mi tío. Vino a alguien, me cogió en sus abrazos y me subió al bote”. El propio Servando lo cuenta de otro modo: “En la riada del dos de enero de 1961, a las cinco de la mañana, le ofrecí al comandante de la patrulla de la Guardia Civil las cinco barcas que tenía en condiciones me navegar. Me lo agradeció. Sí que valieron. Yo me dediqué, durante toda la noche, a rescatar vecinos que se habían quedado rodeados por las aguas del Ebro”. Monterde fue felicitado por el Cabildo, por el alcalde de Zaragoza y por los presidentes nacionales de las Federaciones de Remo y Piragüismo. Una de sus aventuras más emocionantes sucedió en pleno verano, un 19 de julio de 1963. “Saqué de las aguas a un joven a punto de ahogarse. Sabía que esto era peligroso, pero tenía que hacerlo. En el mismo sitio vi ahogarse a otro joven”. Servando Monterde explica así la que debió ser una de sus experiencias más dramáticas: “Antes de ahogarse, sube y baja varias veces hasta que, rendida por el agotamiento, la persona ya no puede más y se ahoga. El barquero de los baños públicos intentó echarle una mano pero no pudo”. El río arrastraba en su corriente de todo: pelotas, porquerías e incluso animales, como “un burro muerto, completamente hinchado de agua”.

Servando Monterde colaboró en las actividades deportivas que se desarrollaban en el Ebro: en piragüismo, en remo, en motonáutica, y en casi todas las pruebas solía actuar como “juez de salidas y llegadas”. También estuvo muy vinculado a la figura de Félix Marugán (con el cual participó en varias competiciones nacionales y conquistó varias copas), presidente de la Federación Aragonesa de Motonáutica luego, y al Club Náutico, donde iba a jugar al guiñote y a ejercer una modesta labor de anfitrión. En 1977 fue elegido mejor deportista en Motonáutica. Su pasión por los deportes acuáticos era tan intensa que, algunos años después de haberse jubilado, seguía yendo a Madrid a reuniones federativas. Estaba en posesión de un sinfín de carnés de todo tipo. Su sobrino esboza un último retrato: “Mi tío ni tenía coche ni conducía. Tenía una máquina para liar cigarrillos que surtía al barrio y a menudo, en los días de escasez de posguerra, los vecinos iban a que les llenase el vaso de vino para las comidas. Era un buen nadador, de ésos a los que gusta darse un buen remojón en el Ebro. Disfrutaba cuando veía a la gente disfrutar del río. Cerca de Helios tenía una pequeña caseta con sus herramientas. El río, a su paso por Zaragoza, no tenía secretos para él”. El sueño de la familia sería que alguien tuviese la delicadeza de rendirle un pequeño homenaje con una placa, una plaza o una escultura entre el puente de Santiago y Helios, lugar bellamente remozado ahora con una pequeña escalinata. En el fondo, quizá nadie se lo habría merecido tanto. Como el pintor Marín Bagüés, Servando Monterde creyó ciegamente en los placeres que producía el Ebro. Por eso cerraba así su pequeña autobiografía: “Siento que haya instalaciones llenas de telarañas, en vez de embarcaciones en activo”. A lo mejor, si viviera y viese las mudanzas de la Expo, aún podría dar algunos consejos útiles para el futuro del río.

 

 

DESPIECE

El Dúo Dinámico: dos jóvenes

que berreaban en la ribera

 

La vida de un hombre que se ha pasado más de medio siglo en la orilla del Ebro registra muchas anécdotas de todo tipo, pero hay una que quizá sea la más sorprendente. Debió ser a mediados o a finales de los 50 cuando dos jóvenes, que realizaban el servicio militar en la Base Aérea de Zaragoza, iban a alquilar una barca. Aparecían por las inmediaciones del Ebro, hablaban con Servando y montaban en el bote, que podía ser de dos puntas (proa y popa) o solo de una (proa). Generalmente se iban a la otra orilla y allí, con una guitarra o solo con su voz, se “ponían a berrear”. Casi siempre hacían lo mismo: podían dar una vuelta por el río un rato, pero pronto se dirigían hacia una amena y apartada ribera. Y cantaban. Y charlaban. Quizá fuesen unos jóvenes raros. Un día, algunos años después, en la televisión en blanco y negro, Servando Monterde vio y oyó a aquellos dos muchachos: eran Ramón Arcusa y Manuel de la Calva, más conocidos como el Dúo Dinámico, que agitaban los corazones y ponían a bailar amorosa y blandamente a todo el país. “Pero si son ellos. Seguro –dijo Servando-. Aquellos jóvenes chalados que me alquilaban la barca y se ponían a berrear”.

*Este reportaje apareció ayer en Heraldo Domingo de Heraldo de Aragón. Aquí estaba el embarcadero de Servando Monterde, estas son sus barcas: entre la pasarela y Helios.

 

 

 

5 comentarios

mudanzas barcelona -

leer sobre el pasado siempre es agradable, nos permite no repetir nuestra historia

Fernando -

Hola Antón, si quieres seguir con historias acuáticas, te presento a mi abuelo, Lucas Tomás Álvarez (foto en http://bambino.blogia.com/2008/061301-dedicando-la-expo.php)
Murió hace tres años, pero tuvo tiempo de contarnos como, con un grupo de amigos, formó un club informal de piraguismo, antes incluso de que Helios se lanzara al Ebro. Como construyeron las piraguas ellos mismos, de forma artesanal y cooperativa (cada uno según su oficio). Cómo salvó a más de alguno de ahogarse bajo el puente del ferrocarril, allá en la playa de La Química. Cómo estuvieron a punto de concederle una medalla al mérito del Ayuntamiento por un salvamento, y cómo la burocracia hizo que se fuera retrasando, se fuera retrasando, comenzara la guerra y no se la dieran y cómo eso le salvó la vida, pues todos los que tenían reconocimientos del alcalde republicano fueron rápidamente buscados para el fusilamiento...

En fin, que yo se algunas historias, pero mi abuela, su mujer, con 92 años ya, pero buenísima memoria, está encantada de contar historias del yayo y del río. Ya lo hizo para un libro del ayuntamiento, y sin duda, volveria a hacerlo de nuevo.

elle -

Si te doy coba como hace aqui todo el mundo me sacaras también en El Heraldo y en la tele como a Aloma y a Daniel y al resto de mafiosos?

Rafael Castillejo -

Lo leí ayer en Heraldo y me encantó. Ya sabes cuánto me van a mi estas cosas del pasado, no tan pasado.

Ángel -

Muchas Felicidades, Antón. 49 años no son nada, ¿verdad?. Un abrazo