PEDRO SANJURJO. RETRATO DE UN PINTOR DE MAR*
Pedro Sanjurjo quiso ser un pintor de mar. Un pintor del mar. Quiso plantarse en los cantiles de Cantabria, en Santoña, en la Costa de la Muerte o en cualquier promontorio de la tierra, para absorber la luz del océano. La luz, el movimiento incesante, el amor de la luna y las mareas, ese instante inefable en que la quietud se adueña del oleaje y de la playa. Pedro Sanjurjo soñaba el mar, que era la gran metáfora de la vida: lo veía espectral y helado, con sus maderas de pecio y sus náufragos, lo veía con esos barcos que cruzaban la inmensidad en la soledad del plenilunio, lo veía con su admirado Friedrich como un vaivén metafísico: el confín del viaje, el punto y seguido de todas las travesías. Era un artista bohemio y desasosegado: iba de aquí para allá buscándose, llevaba los bolsillos repletos de libretas y de notas, de dibujos, de quimeras y de pesadillas. Moraba en el brutal desequilibrio de la realidad y el deseo: anhelaba una muestra definitiva (expuso en Pamplona, Madrid, Logroño, aquí, en la Escuela de Artes, en Ibercaja…), se imaginaba una casa para siempre al fin, apacible, vuelta hacia las estaciones del mar y sus olores de atardecida. El pintor aragonés leía a Borges, a Pessoa, residió cerca del Moncayo y quiso a muchas mujeres. Una de ellas le dio un hijo, que era su locura de amor, la razón fundamental de su retorno a Zaragoza. La última vez que lo vi parecía más a la deriva que nunca, sí, pero era el buscador, el marino en tierra que cuenta la utopía de su existencia hasta que se acaba la noche. Acaba de morir en Santoña, su refugio, su faro de esperanza: la costa que quiso pintar antes de partir.
*Este artículo sobre el pintor Pedro Sanjurjo se ha publicado hoy en Heraldo de Aragón, en la sección "Cuentos de domingo". La ilustración corresponde a uno de los cuadros más famosos de Caspar David Friedrich de sus mares helados. Esta obra influyó poderosamente en Pedro Sanjurjo.
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