FELIZ RECONOCIMIENTO A LUCAS MIRET
[Esta mañana, en la cafetería Roma del barrio de Montealto, el de Martínez Oca, Xurxo Souto y Manolo Rivas, leo en La voz de Galicia que la junta de portavoces del Ayuntamiento de Zaragoza había decidido dar el nombre de Lucas Miret a la gran plaza de la Expo. Este gesto supone un bello acto de justicia poética, una feliz culminación que deja en muy mal lugar a algunos gestores de la Expo. No han sabios ser generosos ni en el triunfo, que es la peor de las derrotas. El reconocimiento a esta bella, y terrible, historia había sido demandado desde muchos lugares. Migue Mena, en su libro Piedad, también lo recoge. Transcribo aquí de nuevo el texto de Paco Rego de El mundo.]
PACO REGO / El Mundo (Domingo, 29 de junio de 2008)
Un café solo con hielo y un refresco sin azúcar. Aprieta el calor en Zaragoza. En una de las terrazas de la plaza de España, donde rematamos el encuentro, Carlos, con el que hemos compartido tres horas largas, se ofrece a continuar la conversación por teléfono. «No deseo más sinsabores. Ni malos entendidos. Sólo quiero la verdad. Que se sepa lo que en realidad ocurrió». El hombre se desahoga. Purga ciertos recuerdos. La verdad de la que habla el arquitecto aragonés es la que otros se han empeñado en silenciar. «Sin mi hijo, la Expo no hubiera existido». Lo dice sin acritud. Pero con las heridas.
Aquel 9 de julio de 1996, tras un infierno de cuatro años, la familia Miret enterraba al joven Lucas. Carlos y Milagros, arquitecto y psicoterapeuta, perdían a su único hijo varón. Tenía 19 años. Y de aquel sentido luto, fruto de la transfusión de un derivado de la sangre que le contagió el sida al chico (hemofílico), nacería en su recuerdo una exposición universal que -12 años después- ha convertido Zaragoza en el mayor escaparate planetario del agua.
Carlos Miret Bernal, el padre real de la Expo. El olvidado. El hombre cuyo nombre, pese a figurar en el Registro General de la Propiedad Intelectual como autor del proyecto, no aparece en la génesis oficial de la Expo. Ni un cartel. Ni un edificio. Ni una referencia a cómo en verdad se parió la muestra y quién lo hizo. Ni una simple acera lleva la firma del arquitecto que, mucho antes de que políticos y lobbies empresariales se repartieran el invento, ideó y proyectó palmo a palmo la urbanización de los 250.000 metros cuadrados de la muestra zaragozana. Y gratis. Por Lucas. «Fue él el que tiró de mí y del proyecto», admite orgulloso el padre.
Es la historia de la Expo que la Expo no cuenta. La trágica y a la vez hermosa historia de un hombre -y su familia- que para vencer la depresión, se propuso hacer de un sueño su terapia. «La Expo no salvó a mi hijo, pero sí a nosotros», tercia Milagros. «Fue la salvación de nuestra familia». En la cocina de la casa -«un lugar donde nos gusta conversar»- nació la idea. «Ella [Milagros] me la sugirió. Me dijo: "Tú eres muy imaginativo, deberías crear algo grande... fíjate en lo que han hecho este año [1998] en Lisboa con su Expo". Quería picarme para que yo saliera de aquel abismo mental». Y lo consiguió. Carlos, que había roto con la vida social y el trabajo en su estudio de arquitectura, tomó nota del reto. «Empecé a darle vueltas pacientemente». Y restándole horas al sueño, se puso a dibujar en soledad. Pintó decenas de cuartillas llenas de bocetos. Luego hizo los cálculos de las estructuras, pensó los materiales, la ubicación y hasta los contenidos de la exposición. Aquella idea nacida en la cocina familiar -«me conformaba con que un lago del recinto llevase el nombre de mi hijo», dice Milagros- poco a poco fue transformándose en el embrión de la Expo que hoy, sólo 15 días después de su inauguración, ya suma 600.000 visitantes. «Aquello me hizo despertar. Consiguió que volviera a recuperar la ilusión por la vida, por mi profesión», reconoce el arquitecto.
Después de tanto dolor, la suerte parecía asomar tímidamente. Pero el ex ministro socialista Juan Alberto Belloch, al que Miret en persona había contado el proyecto -«eso es lo que yo necesito», contestó- pierde las elecciones de 1999 a la alcaldía de la capital del Ebro. Las gana por segunda vez Luisa Fernanda Rudi. Sin embargo, los planes de la alcaldesa del PP, que sabe lo mismo que Belloch, son otros. Muestra un mayor entusiasmo por celebrar el bicentenario de Los sitios de Zaragoza. La Expo, que ya había calado en buena parte de los ciudadanos gracias a la frenética actividad de divulgación desplegada por su arquitecto mentor dentro y fuera de la capital maña, parecía esfumarse. Carlos, cuenta su mujer, casi se derrumba otra vez. «Muchos tacharon mi idea de locura». Aquella Expo soñada había perdido credibilidad, contaminada por la lucha electoral. Había que empezar desde cero.
Y con el proyecto bajo el brazo vuela a París y se presenta a los máximos dirigentes de la Oficina Internacional de Exposiciones, el organismo que desde 1928 regula y controla las expos mundiales. Viajes, hoteles, reuniones... Todo sale de su bolsillo. «Se quedaron pasmados», recuerda Carlos. «No entendían cómo algo de esa envergadura no tuviera en España el apoyo necesario. No entendían que todo dependiera de un partido o de la voluntad del poderoso de turno».
De nuevo se sentía solo. Como un David contra Goliat. «Cuando lo veía agotado, melancólico, le decía que pensara también en nuestras dos hijas. Que se esforzara por ellas. Sé, porque lo veo a diaro en mi consulta, que si él se destruía, todo a su alrededor se venía abajo», resume ya más relajada Milagros.
Carlos volvió a tomar nota de las palabras de su esposa. Sobre el papel, trazando planos, se sentía imbatible. Otra cosa era llevarlos a la práctica. Levantar, como él había ideado, una ciudad futurista dentro de otra anclada en el pasado. El sabía cómo. Pero le faltaban las manos que mueven los hilos para dar forma al proyecto faraónico que había parido como terapia. Y, lo que es peor, «temía que cayera definitivamente en manos de gente que lo único que buscada era un beneficio personal, enriquecerse». Así que registro su proyecto y también la marca Zaragoza Expo 2008, que luego cedió a la organización de muestra por la simbólica cifra de un euro. La Expo quedaba blindada contra posibles oportunistas. «Lo hice así por Lucas y por la ciudad», insiste Carlos. Según estimaciones de un arquitecto consultado por este suplemento, el trabajo de su homólogo aragonés en el mercado rondaría los tres millones de euros. Sin contar las ganacias por la venta del registro del proyecto y de la marca.
Pero Carlos Miret no quiere hablar de dinero. «Nunca lo he buscado. Lo que llevo dentro es algo que no tiene precio». Lo dice sin rencor, aunque se sienta ninguneado. «Lo que pasa es que siempre hay alguien que saca pecho», opina Gerónimo Blasco, gerente y director de contenidos del Consorcio Zaragoza 2008. Lo espeta sin nombrar al arquitecto por su nombre. Niega que de sus manos hayan salido los bocetos que dieron lugar a la muestra. «Fue cosa de muchos», asegura sin dar nombres. Dice también que fue el hoy alcalde Belloch quien movió el proyecto, pero en cambio no dice que fue Miret quien se lo contó al ex ministro en su propia casa de Madrid.
Es la historia de la Expo que la Expo no cuenta. La de un arquitecto que la ideó inspirado por un hijo que ya no está.
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