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Antón Castro

ROBERTO MIRANDA LEE 'FOTOGRAFÍAS VELADAS'

ROBERTO MIRANDA LEE 'FOTOGRAFÍAS VELADAS'

[Esbozo para la presentación del libro "Fotografías Veladas",  de Antón Castro, el martes día 9 de diciembre, a las 20.00 horas en la Librería Cálamo. Por Roberto Miranda, redactor de Cultura de El Periódico de Aragón]

 

 

Antón Castro ha sublimado hacia el asombro todo el espanto de la infancia ante un mundo brumoso y húmedo, de hábitat disperso, casas intercaladas con prados, donde quedarse solo era estar plantado ante el abismo del mar como el monje de Caspar Friedrich. En su libro se esconde el niño asustado, pastorcillo soñador y dócil, frente el friso rodante de una carretera a lo lejos, por la que pasaban autobuses y gente para la feria, en Arteixo.

         El mar de Antón no es sólo esa inmensidad sobrecogedora que vemos todos (si es que la vemos), sino que está plagado de bichos amenazantes y de galernas, de atlantes y de sierpes. Y los hombres de sus relatos son desaforados, como esos mendigos gallegos de pedir por puertas que le daban miedo. En este libro, Gustavo Adolfo Becquer (al que teníamos por un lánguido escritor romántico)  "A veces parecía el loco errante, el peregrino espectral, el observador alucinado de los cielos, el perseguidor de antílopes que sólo él atisbaba en medio de la niebla y de la fronda" (página 31).

         Las aves de Antón Castro no podemos imaginar que puedan sostenerse en vuelo, con toda esa carpintería literaria encima. Son aves que "irrumpen de súbito, con un chicotazo de alas desplegadas" (página 16). Y lo mismo los personajes, que portan sobre una bici no sólo los aparejos antiguos de hacer fotos (trípodes y cajas), sino que están lisiados (tuertos, o cojos), como los mendigos, y llevan a la espalda todo ese talabarte de adjetivaciones y epítetos. Por no hablar de los paisajes, perfectamente terminados, pero sin haberse desprendido todavía de los andamios de los pintore. Estas "Fotografías veladas" del título, están veladas de tanto fogonazo.

         Me encanta ese universo superlativo de Antón Castro, donde las mujeres son desaforadas, las noches inquietantes y furibundas y las sirenas andan por las riberas del Matarraña como Pedro por su casa. Me entusiasma el juego antonino de contar las cosas con esa brutalidad metafísica y encima empleando magistralmente las palabras más diamantinas, poliédricas y relamidas del vocabulario. Ahí habita el humor escondido de este hombre.

         Leibnitz y luego Martín Heidegger expresaron su asombro de que exista el ser en lugar de la nada. De que haya un mundo ahí, delante de nosotros y no un vacío total. Pero lo que se nos presenta no es un mundo apenas asomado, en el filo mismo de la existencia, al estilo del zen o de los paisajes japoneses.

         No. El mundo existe a todo meter. Y Jean Paul Sartre protestaba de que hubiera un exceso de ser, de que la existencia fuera tan viscosamente insoportable, al contrario de la levedad de Kundera. En los personajes de Antón, la desproporción del destino sólo es comparable a la desproporción del deseo

         El mundo está ahí afuera, disponible para que el hombre, cada hombre, lo construya. Antón tira por derecho y, ante el crepúsculo dice que "se expande sobre el mundo con sus brazos oscuros, con su negra aureola de intimidad y espantos". Las ciudades están llenas, no de calles, sino de pasadizos; la torre de Veruela no es un simple campanario, sino la torre del homenaje, nada menos. Sólo falta que ululen los lobos.

         Y los personajes se convierten en arquetipos fabulosos por la mera magia de este escritor desaforado que los mira: el futbolista de Arteixo o Aránzazu Peyrotau (con Peyrotau, estoy de acuerdo con él). Si el mundo fuera como lo describe Antón, tan proceloso, con los perfiles tan desgastados por el empuje de la muerte, habría que pedir la jubilación a los 19 años

         Antón Castro es un devorador de imágenes, un carpintero de historias, un agitador cultural imponente: Un regalo de los dioses del mar para Aragón y una gozada para todos nosotros.

*Un retrato de Dominique Sanda en Novecento. A la actriz parisina, instalada ahora en Francia, se le dedica un texto colgado en este blog.

 

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