AUTORRETRATO DE JOSÉ OVEJERO
Uno de los blogs que más me gustan es el de Fernando Valls. Solo realiza una entrada diaria, poco más, y siempre es enjundiosa. Una de las series que más me interesan es la de ‘Autorretratos’ de escritores, que acompaña siempre de autorretratos de artistas. Me parece tan apasionante como difícil para aquellos elegidos por Fernando, que vive en Berlín con la estupenda escritora Gemma Pellicer. Hace algunos días publicó el autorretrato de un reconocido escritor y de un buen amigo: José Ovejero, un hombre siempre delicado y sincero, un cuidadoso escritor que anda por ahí como un personaje de Cortázar, a su marcha, con su mochila y sus bolígrafos, absorbiendo la realidad y sus delirios. José es un trabajador nato, pero apacible, de ésos que escriben y viajan, y nunca les ves la cara de susto. Este autorretrato parece decir otra cosa. Hace unos días, Ovejero escribía a varios de sus amigos anunciándoles la aparición de este perfil, insisto, en el blog de Fernando Valls.
AUTORRETRATO HECHO AÑICOS
JOSÉ OVEJERO
Hace pocas semanas, en el sur de Francia, un hombre mató a tiros a su mujer y a sus dos hijos. Los vecinos declararon, como es habitual en estos casos, que eran una familia normal. El homicida, tras acabar con su familia, se colocó delante de un espejo y se suicidó de un disparo. Lo que más me interesa de esta noticia, y no se me va de la cabeza desde que la leí es: ¿qué era exactamente lo que quería ver ese hombre mientras apretaba por última vez el gatillo? Eso dice mucho sobre mí.
Ahora que me doy cuenta: también resulta significativo que para empezar a hablar de mí mismo elija contar la historia de otros.
Siempre que soy de verdad feliz tengo veinticinco años. Y cuando me siento deprimido regreso a los dieciocho. A los veinticinco cambié la trama de la novela en la que me estaba escribiendo y que comenzaba a resultar tan previsible como desalentadora. A pesar de ello, en aquella época escribía muy mal.
Aquel joven de dieciocho años no podía ni siquiera intuir que yo iba a salvarle la vida.
Sonrío con demasiada frecuencia. Yo no me fiaría de alguien como yo.
Para hablar brevemente del físico:
Los cabellos canosos desde muy pronto, los dientes demasiado pequeños, la nariz demasiado grande, la barbilla chata. No estoy muy seguro del color de mis ojos. Una cierta vanidad me empuja a arrancarme los pelos que han empezado a crecerme en las orejas. Para mí, los pelos en las orejas son los heraldos desaseados de la decadencia. Por cierto ¿hay alguien a quien no desaliente su propia imagen, alguien que sonría satisfecho al verse en una fotografía?
Hace veinticinco años sustituí el carné de identidad por el pasaporte. Esta decisión, que podría parecer de orden práctico, adquirió enseguida un valor simbólico.
Bajo el omóplato izquierdo tengo una cicatriz alargada, residuo de un accidente de bicicleta. Un día entré en un salón de tatuajes y pedí que me tatuaran una libélula sobre la cicatriz. La literatura puede ser eso: transformar la experiencia en una forma comprensible aunque sea disfrazándola.
Tengo mujer, y dos hijas de las que no soy el padre. Para autorretratarme de verdad tendría que describirlas a ellas.
Desde hace años escribo de pie y, casi siempre, con una capucha puesta. Esta rareza inofensiva probablemente no significa nada.
Casi nunca leo las entrevistas que me hacen, no he mirado ninguno de los programas de televisión en los que he salido. Sé que no sería capaz de reconocerme en ese individuo que afirma con aplomo cosas de las que yo no estoy nada seguro. Me niego a escuchar a ese farsante.
Me dicen que transmito una sensación de serenidad. Pero cuando lo escucho recuerdo dos de mis pocos versos: “Dudo que cuando descanse/ sea en paz.”
Hay un rasgo mío que me agrada: la curiosidad, que, unida a una cierta tendencia a desconfiar de mis propios juicios, me ha vuelto un hombre nada dogmático.
La curiosidad nos mantiene jóvenes –relativamente jóvenes-, porque retrasa nuestra metamorfosis en crustáceos protegidos de la realidad por una costra de prejuicios. Pero ser tan curioso me convierte en un interlocutor aburrido: más que hablar escucho, más que señalar miro.
Una de las afirmaciones que he hecho más arriba no es cierta. De todas formas, los límites entre realidad y ficción son siempre confusos, y en particular cuando escribimos sobre nosotros mismos.
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* José Ovejero es escritor. Ha publicado novelas, libros de viajes, libros de cuentos, teatro y poesía. Algunos de sus títulos más destacados son Biografía del explorador (Plaza & Janés, Barcelona, 2001. Poesía), China para hipocondríacos (Ediciones B, Barcelona, 1998. Reeditado en Punto de lectura. Viajes), Mujeres que viajan solas (Ediciones B, Barcelona, 2004. Relatos), Un mal año para Miki (Ediciones B, Barcelona, 2003. Novela) y Nunca pasa nada (Alfaguara, Madrid, 2007. Novela). El autorretrato es inédito.
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