ALEJANDRO ALAGÓN: ALGUNOS POEMAS
[Hace unos días recibí el correo de Alejandro Alagón, un poeta oscense, que me decía que estaba trabajando en un poema épico sobre la Campana de Huesca y la historia de Ramiro II el Monje. El libro, de espíritu narrativo, está muy avanzado. Hoy Alejandro me manda algunos fragmentos de esa pieza y de otro poemario que lleva muy avanzado y que es un abecedario. Cuelgo aquí algunos poemas, y lamento muy de veras que no pueda poner fotos. No me funciona el sistema. ]
UN NUEVO DESTINO
“Se leyó un memorial de Antonio Barlés,
fosero de la iglesia, en el que pedía la plaza de campanero por muerte de Urraca en el asedio de Zaragoza”
7 de abril de 1809
La catedral de Huesca. Ricardo del Arco
Y yo, Antonio Barlés, enterrador del Santo e Ilustrísimo Templo
de nuestra Catedral durante catorce años y en tiempos tan difíciles,
siendo conocedor de la muerte de Urraca, esa mujer, maestra
de campanas, mi amiga, que murió de manera heroica y valerosa:
Pido a vuestras mercedes el honor de ocupar su puesto y proseguir,
discreta y humildemente, su tarea en el arte de mostrar los sonidos
desde la magna torre para comunicar los acontecimientos,
anuncios y noticias que afecten de manera directa a la ciudad.
El periodo de hambrunas, la enfermedad, la negra furia de los cañones
y las atrocidades que causan tantas muertes, han herido mis ojos
y el dolor corporal ha mermado mis brazos al cavar tantas tumbas.
Y si fuera posible olvidar esos miedos que tanto me perturban,
sanaría mi espíritu con un puesto más grato y el mejor homenaje
a mi amiga, que en paz descanse para siempre, que Dios tenga en su gloria.
CASTILLO DE LOARRE
Loarre: Villa, está a quatro leguas de la ciudad de Huesca, con buenos muros y famoso castillo, de los más fuertes de España.
Tesoro de la lengua castellana o española
Sebastián de Covarrubias Orozco
Nada puede vencer el carácter tan áspero de las viejas montañas,
su vertical bravura curtida en los inviernos más hambrientos de nieve,
en la embestida seca, la tozudez del cierzo, en el hielo que incordia,
desordena las luces, en la caligrafía oscura de los líquenes.
¿Puede el hombre domar la furia del peñasco? ¿ Y puede desafiar
las leyes del olvido, que borran la ambición de los grandes ejércitos?
¿Y puede coronar esa inmensa columna de piedra con sus torres,
buscando la atalaya más oportuna para vigilar al contrario?
Sancho Ramírez quiso convertir un pináculo de roca en su utopía,
asomarse al abismo, ser el dueño de un mundo de agrestes paisajes
que se arrodillan junto a las viejas llanuras de vides y de olivos,
quiso alcanzar la cima, emular a las águilas, asustar al rival
con su demostración de poder en la altura, a pesar del relámpago,
con la audacia más sólida del maestro cantero que envaina las paredes
en los muros de roca viva, logrando un mestizaje de riscos y sillares,
de almenas y oraciones, corazas y cogullas, sotanas y lorigas.
El castillo se yergue abrazado al vacío, con sus hombros robustos
y su grito secreto tiñendo el horizonte de curiosos matices
y sus entrañas lóbregas que esconden la memoria de sucios calabozos
y el vuelo de los buitres que atraviesan los páramos y las crestas más finas.
Es un lugar angosto, cosido a los breñales, que se asoma en la oscura
maleza de los siglos, de paredes macizas y un grosor considerable,
un paraje que guarda la nostalgia de monjes, de fornidos guerreros
que un día galoparon buscando la conquista de nuevos territorios
El rey sintió la lluvia de caballos cubriendo la llanura de polvo,
y cercó las murallas de Huesca con decisión señalando los puntos
más débiles del lienzo, a merced del arquero, de la afilada flecha
que mordió la armadura y derrotó al monarca en un charco de sangre.
Pero sus descendientes no sentían afecto por ese gran castillo,
decidieron cambiar su lugar de residencia, evitar los inviernos
tan crudos, el inhóspito clima, la lejanía, su abrupta situación,
y prefirieron otro sitio, la fortaleza de Montearagón.
Loarre entró en un tiempo de abandono, sufriendo prolongados periodos
de letargo, orgulloso de su historia, refugio de algunos bandoleros,
custodiando una joya, esa asombrosa bóveda que acogió los rebaños
de ovejas en las épocas más duras y difíciles, salvándolas del frío.
Sancho Ramírez sigue recorriendo las tierras que antaño fueron suyas,
aquellas que pisaron varios rinocerontes lanudos, paquidermos,
o la tribu prehistórica que excavó en una roca su singular necrópolis
o el director de cine que enseña a los actores el mundo de sus sueños.
Los siguientes poemas corresponden al libro ALFAVERSO:
R LA MIRADA DEL RAPE
El rape pertenece a un mundo misterioso.
Su boca, llena de dientes afilados,
deja tras cada dentellada el drama
que se agita en la nube repentina de fango.
Habitante de un mundo abisal, lejano,
exhibe esa apariencia tan grotesca
en un reino escondido: el país de las sombras.
Su cabeza parece la extraña flor carnívora
que atrapa la ambición nocturna de las gambas.
La red se va cerrando mientras ese universo
de agua desaparece y el pez repta aturdido,
desorientado. Muerde el hilo sigiloso.
Su irritación prosigue más allá
de la oscura pereza del océano,
mientras el pscatero afila con orgullo
y altivez su imponente colección de cuchillos.
Ni siquiera la muerte puede borrar ahora
su carácter colérico, su gran ferocidad
grabada en unos ojos hinchados y vidriosos,
pero actualmente el pez comparte con sus víctimas
un gran escaparate de manjares
que se renueva cada día.
Sus finos alfileres ya son inofensivos.
El suculento y rico pejesapo,
el gran señor feudal de las profundidades,
se dirige a la caja registradora. Yace
humillado en la bolsa de plástico, mudo
en su blanca mortaja de papel, con el precio
escrito en unos números grandes, algo grasientos.
1 comentario
José Luis Tudela Camacho -