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Antón Castro

VIRGILIO VALLMAJO: EVOCACIÓN DE UN PINTOR

VIRGILIO VALLMAJO: EVOCACIÓN DE UN PINTOR

Pepe Cerdá fue quien me puso tras la pista de Virgilio Vallmajo. Me dijo: “Vivió pocos años, hacía abstracción geométrica y su breve vida me ha hecho pensar en nuestro paisano González Bernal. Como casi siempre, Juan Manuel Bonet ha escrito de él antes que nadie”. Lo cierto es que Vallmajo (Olot, 1914-París, 1947) tiene una existencia muy novelesca. Nació en Olot, se supone que debió conocer la famosa Escuela de paisaje de su ciudad, de espíritu naturalista, y que luego se trasladó a Barcelona, donde frecuentó a los vanguardistas y a los cubistas, impregnados en algún caso del viejo espíritu de ‘Els Quatre Gats’.

 No se sabe mucho de aquellos años iniciales, salvo su interés por el arte, una pulsión auténtica y apasionada por la pintura. Al principio, en un tono de colores desvaídos, de incendio mitigado, se encontraba a sí mismo en la órbita del cubismo y del postcubismo, más próximo a Juan Gris, y a su inventario vertiginoso de objetos y delirios para el bodegón, que a Picasso. La Guerra Civil lo sorprendió en Madrid, pronto se integró en la FAI, y se incorporó al frente de Aragón, en concreto combatió en el tórrido y espeluznante verano de 1937 en Belchite. En febrero de 1939, cuando la España que había soñado ya empezaba a desmoronarse, tomó el camino del exilio a Francia, y conoció los campos de prisioneros de Argelés-sur-Mer. Logró dirigir sus pasos a París, y allí entró en contacto con personajes claves en su trayectoria: otros pintores del exilio, el escritor Jaime Sabartés y, sobre todo, Picasso. Se intercambiaron retratos, y el malagueño universal le ayudó a profundizar en la pintura y debió sugerirle algunos caminos para su evolución.

Virgilio Vallmajo –al que Juan Manuel Bonet dice que lo conocían como Virgilio a secas- iría derivando hacia una abstracción geométrica. Nunca dejó de ser un artista sobrio, sin demasiada filigrana, con aspiración a la esencialidad. Había bebido en las corrientes de vanguardia, y también conocía y había asimilado a artistas como Malevich, Kandinsky, Mondrian, etc. Todos ellos, de algún modo, están presentes en la pintura más intensa de cromatismo de su segunda época, más poderosa de intención y de vigor, de líneas nítidas, aguzadas en ocasiones, simétricas, armoniosas, límpidas: he ahí el trazado de un mundo que anhela el orden y la música. Virgilio Vallmajo fue un creador enfermo, escaso de recursos, un pintor que iba de ribera en ribera, de ciudad en ciudad, huyendo de su destino. Él, como tantos otros, también sintió el acoso de los nazis y la herida de guerra, íntima e insalvable, de los despatriados a la fuerza. Recorrió Collioure y Vermeille, se asentó en Toulouse, logró exponer dos series como Naturalezas muertas y Paisajes del Mediterráneo, pero tenía algo de joven moribundo, acuciado por la tuberculosis. Falleció a los 33 años en París, tras peregrinar por varios hospitales. Dejó, en el interior de un granero, alrededor de cien obras en casi todos los soportes: mantas y sábanas, óleos, papeles, tablas y cartones. Esa producción era la escritura de un artista, los trazos y los símbolos y los objetos de un creador que murió demasiado pronto, víctima de los huracanes de la violencia y la sinrazón.

 

La galería Aroya de Adrián Aroya expone estos días la obra de Virgilio Vallmajo. Esta pieza se titula Bodegón con ajedrez y está fechada en 1941.

 

2 comentarios

Batlle - Vallmajo -

Esta reproduccion de pintura no es de Virgilio Vallmajo!!!

Batlle Vallmajo -

Esta obra reproducido no es de la mano de Virgilio Vallmajo!!!