MARTÍNEZ DE PISÓN SELECCIONA 'PARTES DE GUERRA'
“LA GUERRA NO PERTENECE
SÓLO A QUIENES LA SUFRIERON”
[Entrevista a Ignacio Martínez de Pisón. Esto no es un cuento. La muerte, la injusticia y, a veces, la esperanza se citan en la Guerra Civil a los ojos de los escritores, que recogen todo ese material. Los 35 relatos que Ignacio Martínez de Pisón ha reunido en ‘Partes de guerra’ (RBA) muestran la parte más literaria del horror. Esta entrevista la ha publicado el diario El Público y la hace el periodista y narrador Peio H. Riaño, que acaba de publicar su último libro en Caballo de Troya. La foto de Pisón es de Edu Bayer.]
Era lo que faltaba. No existía una antología de relatos de la Guerra Civil. El escritor Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ha compilado la primera y prefiere que se lea como una gran novela sobre la batalla. Asegura que, desde el día que estalló hasta la actualidad, la contienda es una fuente de inspiración de magníficos relatos breves, y por ella ha pasado el testimonio y la imaginación de autores como Manuel Chaves Nogales, Max Aub, Delibes, Ana María Matute, Bernardo Atxaga, María Teresa León o Mercè Rodoreda.
¿La guerra también le pertenece al lector?
Esta guerra y muchas otras. Pocos temas literarios son tan apasionantes como las guerras. En ellas, el ser humano puede mostrar lo mejor y lo peor de sí mismo, y el escritor tiene una oportunidad inigualable de indagar en los recovecos de su alma.
¿A qué se refiere con “Gran Novela” cuando escribe en el prólogo que no existe ninguna sobre esta guerra?
Podrían citarse varias novelas interesantes o incluso buenas que han tocado el tema de la Guerra Civil. Pero no parece que ninguna de ellas sea la definitiva, la que haga inútil que otros novelistas sigan intentándolo. Dicho de otro modo, no tenemos un Guerra y paz o un Vida y destino.
¿Cuál ha sido el criterio de selección de los relatos?
Ya que no existe una Gran Novela sobre la Guerra Civil, me interesaba contarla a través de las voces de diferentes autores. Digamos que estos treinta y tantos relatos aspiran a llenar ese vacío. Por eso los cuentos están ordenados cronológicamente, desde el comienzo hasta el final del conflicto. Tal como están dispuestos los textos, creo que el libro puede leerse como un relato casi unitario, como una novela. Muchos escritores habituados a sendas alejadas del realismo optaron por una narrativa ajustada a los hechos, incluso con un componente de crónica. De todos los relatos del libro, sólo el relato de Mercè Rodoreda, intimista, esquiva deliberadamente el realismo.
¿Hay algún rastro en el estilo de los que vivieron en primera persona la guerra?
Sin duda, el autobiografismo. Leyendo, por ejemplo, los relatos de Calders, Delibes, Pereira, Aldecoa o García Hortelano, no es difícil intuir cómo vivió cada uno de ellos la guerra. Cuentan episodios que tienen todo el aroma de la verdad.
¿Por qué esa necesidad por el realismo?
Supongo que el realismo se les impuso a los autores como la opción más natural de enfrentarse a la Guerra Civil como tema literario. Tampoco debe extrañarnos. Muy poco después, como respuesta literaria al fenómeno de la resistencia partisana y a la propia Guerra Civil italiana, también en Italia los escritores optaron por el realismo. Así fue como nació el neorrealismo.
Malraux y Hemingway vivieron muy de cerca la contienda. Son los primeros en hacer de la Guerra Civil material literario. En este sentido, ¿cómo son las maneras de un escritor que ha pasado por la batalla y las de uno que no la vivió en primera persona?
Malraux publicó en 1937 La esperanza, una novela que, entre otras cosas, aspiraba a llamar la atención de las potencias democráticas sobre la situación que estaba viviendo la República española. Hemingway, en cambio, no publicó ¿Por quién doblan las campanas? hasta 1940 y con esa novela buscaba alertar a la opinión pública norteamericana contra el fascismo internacional, que estaba adueñándose de Europa. En ambos casos, se buscaba una intervención directa sobre la realidad. En textos posteriores, la guerra aparece como recordatorio de la ilegitimidad del régimen de Franco. Hasta llegar a los relatos de los autores que desarrollaron su actividad literaria tras la muerte de Franco. Para ellos, la aproximación a la Guerra Civil puede tener algo de restitución histórica y moral, pero es un acercamiento literario.
¿Por qué el relato corto?
Supongo que la Guerra Civil era un tema tan vasto y complejo que no resultaba fácil abarcarlo en su totalidad por medio de una novela. Los cuentos, en cambio, no aspiran a esa totalidad y se conforman con ofrecer algunos destellos parciales del conflicto.
¿Qué ha conseguido al incluir generaciones de escritores que no vivieron el conflicto desde dentro?
No quería limitarme a lo estrictamente testimonial. La guerra no pertenece sólo a quienes la sufrieron personalmente, porque sus efectos aun se sienten.
¿Cuántos de ellos están escritos desde la venganza?
Por sorprendente que pueda parecer, la venganza está casi ausente en los relatos que he escogido para Partes de guerra. Hay, es verdad, cuentos sobre las atrocidades que se cometieron y sobre los extremos de crueldad que puede alcanzar el ser humano. Pero también hay cuentos sobre el deseo de reconciliación, sobre la necesidad de comprender los motivos del enemigo, sobre la capacidad del ser humano para salir adelante en tiempos tan convulsos... La Guerra Civil es al tiempo el tema y el escenario de las historias. Por ejemplo, el cuento de García Hortelano, a la vez que recrea la vida en Madrid durante el último año de la contienda, narra el despertar de un niño a la sensualidad y el deseo. En el libro, la retaguardia está tan presente o más que el frente y ahí, en la retaguardia, seguían pasando más o menos las mismas cosas de siempre.
¿Qué ha tenido más peso en la selección, la verdad histórica o la precisión de la expresión literaria?
La calidad literaria, sin duda. Pero no concibo la buena literatura sin un fondo ético y, por tanto, sin un intento sincero y desprejuiciado de aproximación a la verdad. En el viejo debate sobre literatura y moral, siempre se acaba sacando el nombre de Céline, antisemita y colaboracionista con el nazismo y al mismo tiempo buen escritor. En lo que se refiere a la Guerra Civil, tal vez el ejemplo análogo sería el de Madrid, de corte a cheka, de Agustín de Foxá. En todo caso, si cada relato aspira a transmitir su verdad (a veces una verdad pequeña y subjetiva), el conjunto aspira a acercarse a una verdad mayor, una verdad que puede ser compartida.
¿Este libro puede hablar en nombre de todos?
Es un libro que recrea muchas facetas y episodios diferentes del conflicto desde muy distintos puntos de vista. Hay escritores de prácticamente todas las zonas de España, escritores no sólo en castellano sino también en catalán, gallego y vasco, escritores de los dos bandos, de diferentes generaciones... En eso sí que hay una aspiración a la totalidad.
¿Quiso recoger testimonios de uno y otro lado?
La prioridad fue reunir los mejores cuentos sobre la guerra, fueran del lado que fueran. Pero encontrar buenos cuentos que fueran declaradamente franquistas, no fue fácil. Los de García Serrano y López Anglada podrían considerarse una excepción y el relato de Edgar Neville hay que entenderlo en el contexto biográfico del autor.
Imagino que podría citar un ejemplo de honradez.
El prólogo del republicano Manuel Chaves Nogales a los cuentos de A sangre y fuego, libro de 1937, es un ejemplo de rectitud y honestidad intelectual. Para él, después de los primeros y durísimos primeros meses de conflicto, llegó un momento en el que el odio y la estupidez se habían hecho dueños del país, y la cosa no tenía solución. En ese prólogo, condena por igual la sangre derramada por las cuadrillas de pistoleros de Madrid como los asesinatos de inocentes por la aviación franquista.
¿En narrativa es posible la equidistancia y, sobre todo, es necesaria?
No creo que, ante la Guerra Civil, haya que aspirar ni a la equidistancia ni a la neutralidad. Para mí, la razón y la legitimidad estaban de un lado, el de la República. Otra cosa es que aspiremos a la imparcialidad, lo que sí me parece deseable. Y creo que los autores de estos relatos, o al menos una gran mayoría, también buscan esa imparcialidad.
¿Cuándo se da por concluido un acontecimiento colectivo para literatura como opción temática?
Para la literatura, esos temas seguirán siempre vigentes. Otra cosa es que la sociedad en algún momento perciba que las cicatrices de aquella herida se han cerrado completamente. Todavía no ha ocurrido, pero incluso eso, cuando ocurra, no le restará vigencia literaria.
Ausente por prescripción familiar
El gran libro de relatos cortos sobre la Guerra Civil de los últimos cinco años, ‘Los girasoles ciegos’ (Anagrama, 2004), ha quedado fuera de la compilación de estos 35 escritos. Ignacio Martínez de Pisón quería cerrar el libro con uno de los cuentos de Alberto Méndez, titulado ‘El idioma de los muertos’, pero los herederos decidieron rechazar la invitación porque “no querían desgajar el libro original”. Pisón vio en el cuento que trascurre en 1941, sobre la represión durante la posguerra, un relato perfecto para el epílogo. En el cuento que quería Pisón del libro Premio de la Crítica y Nacional de Narrativa de 2005, un profesor de chelo adorna la vida de un tal Miguel Eymar, hijo del coronel que le interroga, para ganar tiempo y dejar que corran los fusilados para tratar de salvarse. El profesor distorsiona los hechos de la muerte del hijo día a día.
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