XULIO L. VALCÁRCEL: CINCO POEMAS
Desde hace muchos años, Xulio López Valcárcel es un gran amigo. Desde finales de los años 70, había ido adquiriendo sus libros y había seguido muy de cerca su trayectoria. Xulio es un memorioso hombre de poesía (se sabe mil poemas, mil canciones, mil anécdotas: su Memoria de poeta no tendrá precio, será tan extraordinaria como la de Pepe Cáccamo), la ternura y la humanidad que anda, la dulce lucidez que llegó de Lugo a Santiago y de ahí a A Coruña. Escribe y ha escrito de todo: poesía, narrativa, ensayo, textos de arte, es un formidable viajero que redacta sus andanzas, un curioso de las cosas de la vida y un cultivador de la amistad. Vive frente al mar: en su casa con vistas y en su refugio de marino-poeta frente a la Marina de A Coruña, en un espacio lleno de cuadros; ahí tiembla de cuando en cuando un cuadro de Ignacio Fortún, el pintor zaragozano de Las Fuentes. A Xulio le he pedido algunos poemas, y ha tenido una deferencia absoluta: la joven Diana Varela Puñal ha traducido unas composiciones de A melancolía dos corpos para este blog. Y aquí están con su ritmo y su segura dicción aprobada por el poeta que ha publicado en Aragón, en Olifante, El volumen de la ausencia, y en Lola Editorial, Casa última. Este texto es un viaje a los lugares infancia, al edén inicial del niño, a los aromas del campo invadido de lluvia. La foto es de mi querido Leopoldo Pomés.
De “A MELANCOLÍA DOS CORPOS”
XULIO L. VALCÁRCEL
Rescoldo
Ese calor que dejas en el lecho
al levantarte...
nada tan tierno, nada tan sutil
e inaprensible, nada tan íntimo.
El calor de tu cuerpo,
plumón de pájaro,
levedad de un ala,
ángel ignoto que dejó
su presencia invisible
en ese lugar que delimita,
impreciso, tu cuerpo;
tu cuerpo, leve peso,
pero tenue, más tenue, la tibieza
de ese rescoldo
sin materia, sin forma,
ingravidez diluida,
brasa última apagándose...
Frontera vaga, límite al no ser,
ese calor silente y hondo
que por los dedos asciende
en corriente amorosa,
hilos de rocío envolviendo
en una diana de ardor
el corazón.
Filme
Somos lo que recordamos
Te preguntas que sería de aquella muchacha
que perseguía su sombra
bajo un sol inclemente
en las lojas gastadas de una plaza desierta
remota escena de una película de los años cincuenta
Tú no habías nacido pero llegaste a conocer
la expresión de su mirada
el rictus de los labios
Era ella en su forma natural
o interpretación que hacía
obedeciendo indicaciones
Donde se separaban y donde confluían
la joven real y el personaje del filme
Olvidaste título música argumento
la única escena que regresa es la plaza
empedrada y la niña solitaria
tratando inutilmente de alcanzar
pisándola su propia sombra
Luego en otro plano un rostro mirándote
que era y que no era el suyo
Joven enigmática en un entorno
enigmático que se fue perdiendo
en el suceder de los años y que existe ahora
no como era –si realmente era-
sinó como tú la recuerdas
La joven de la ficción y la joven real
eran dos y la misma
pero sólo la de ficción sobrevive
en la divagación de estas palabras
La joven real ya no existe
Estará jubilada puede que muerta
seguirá tal vez persiguiendo su sombra
Padre apache
Amonal de los cuartos deshabitadas ruinas
en las que los muertos superan a los vivos
huele el dolor a intemperie te quedaste sólo
cumpliendo rígidas normas del centro
que te hospeda pero no te acoge
A mil quilómetros de casa
guardas abasto exiguo una mirada
unas frases el tacto de unas manos
un beso trémulo pábilo que alumbra
las sombras que te acosan
Como los viejos pieles rojas abandonados
entre la nieve que borra los caminos
cuando exánimes seguir no pueden
la tribu protectora que se aleja
Arrimado a las vacilantes brasas
de la vida que se extingue
en medio de la noche en la que aullan los lobos
acercándose
padre apache
Madres en la niebla
Llegan dispersas difuminadas en la niebla
madres fatigadas felices portando
en la cabeza sobre pañuelos enroscados
grandes tinajas de ropa
Hirieron los nudillos restregaron los dedos
en ardua labor cuando el invierno domina
con sus cuchillos de hielo
Esperan ellas el sol refugiado
en las sábanas de fulgor
almidonado
Planchan las madres pensativas
absortas en las aguas de un pozo
No se preguntan si el torso guarda
en la tersura de la prenda la maniobra
de la línea esmerada pacientemente perfilada
la eliminación de la arruga
No se preguntan si en los hilos tejidos
permanece la entrega
o si el amor es en sí mismo una alquimia
Ellas no se preguntan no lo precisan
pasan repasan insisten afinan
eternizan un gesto
que conjura maleficios y estira soledades
Regresan en la niebla las madres
con una brazada de sábanas blancas espumas
astros concentrados
todo un sol contra la cara
deslumbrándonos
Huele el dolor
A qué huele el dolor...
Como el frío, la soledad, el miedo
o la muerte,
tiene también un olor el dolor.
Muchas veces intenté descifrarlo
pero se esconde, se diluye,
se camufla. Ofrece pistas falsas.
Tiene algo de alcanfor, de cerrado, rancio,
algo de narcótico,
pudiera ser alcohol, adrenalina o mercurio,
como podría ser amoníaco,
vértigo o náusea.
Trae estigmas de ulcerada claridad,
descansa sin ser visto en las sillas
y oscila obsceno en las perchas de la tristeza.
Porque existe, huele; sí, el dolor huele
en las ojeras violetas, en los vidrios del insomnio
y en las cárdenas cicatrices de la espera
o la angustia.
Huelen los cuerpos doloridos,
huele la fiebre y la sombra
como huelen el cansancio, la miseria o el hambre.
Huele el dolor y nos oprime
en la boca un esparto,
una esponja en la garganta,
cuando percibimos nítido, punzante,
reconocible y al mismo tiempo indescifrable,
su aroma.
(Traducción del gallego: Diana Varela Puñal)
1 comentario
Beatriz -
Me han llegado al alma estos poemas.
Gracias