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Antón Castro

CARY GRANT: UN ACTOR DE MATICES INVISIBLES

CARY GRANT: UN ACTOR DE MATICES INVISIBLES

Me acabo de encontrar con esta foto de Cary Grant y me ha gustado tanto que recupero aquí este texto que escribí hace algún tiempo sobre uno de mis actores más queridos. No sé quién es su autor, si alguien lo sabe lo pondré aquí de inmediato.

 

Alfred Hitchcock dijo una vez de Cary Grant, uno de sus actores preferidos: “Podría seguir actuando con un huevo podrido en la cara y seguiría pareciendo tan fascinante como siempre”. El realizador Fernando Trueba, en su “Diccionario de cine” (Planeta, 1997, reeditado luego por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) lo califica como el mejor actor de la historia: “Era algo más que un actor. Era un signo. Y por ello el intérprete ideal para directores de tendencias abstractas, que él humanizaba a base de esa indescifrable cualidad llamada encanto”. Fascinación y encanto: he ahí dos atributos de Cary Grant. Trueba añade: “Fue el más económico, el que con menos ha contado más, el que te comunica sus emociones escondiéndolas en vez de exhibiéndolas; entonces, definitivamente, Cary Grant es el mejor actor de la historia del cine, aparte del más cinematográfico de todos los actores, el menos teatral, el menos melodramático, el más específicamente cinematográfico”. Todas esas cualidades que no pueden adquirirse con ningún método ni en ninguna escuela. Curiosamente, Cary Grant -que encarnó a personajes escépticos, solitarios, tímidos y a la vez cínicos que no parecían resignarse a un único amor-, también creyó que una trayectoria se construye con lucha titánica, con esfuerzo y con voluntad de redención social.

La suya fue, sobre todo, una infancia triste: casi miserable por la modestia de su familia, angustiosa por el temor enfermizo de su madre a que a él, a su segundo hijo, le ocurriese cualquier desgracia. Ella, Elsie, jamás pudo remontar la muerte de su primer hijo, nacido en 1900, de la que siempre se sintió culpable. Ese remordimiento la llevó a la sobreprotección de su segundo hijo, que alumbró un 18 de enero de 1904, Archibald Alexander Leach (“intentó asfixiarme con su amor –diría luego Cary Grant-. No pasé un solo instante de felicidad bajo el mismo techo que mis padres”) y posteriormente la condujo a un psiquiátrico. Un día, cuando tenía nueve o diez años, Archibald se despidió de ella como siempre, y cuando volvió del colegio le dijeron que se había tenido que ausentar. Tardó dos décadas en saber la verdad de ese encierro, y ya era entonces un actor famoso, y además había perdido a su padre. A los catorce años, abandonó el colegio y se sumó al Troupe Pender de cómicos de la lengua; con la compañía aprendió mucho: realizó acrobacias y pasos de baile, y aun tuvo tiempo de mejorar su acento de Bristol.

En 1920, partió a Estados Unidos y compaginó, como método de supervivencia y de crecimiento artístico, empleos de hombre anuncio y de “bufón” en el hipódromo de Nueva York con su presencia como cantante en comedias musicales y en números más o menos circenses, bajo el nombre de Archie Leach. De ahí dio el salto en papeles secundarios al cine, donde lo mismo mostraba un perfil de galán romántico con el cual tendría sus primeros éxitos que mostraba algunas virtudes que le harían famoso luego: la sensibilidad, la perspicacia, la lectura correcta de una papel, la fina ironía, su sentido del humor y aquella facilidad casi inefable que poseía para solventar cualquier papel o conflicto sin despeinarse. Esas características las iría potenciando más tarde, lo mismo que la sabiduría con que mezclaba el desconcierto y la seguridad, y otro rasgo que cultivó con elegancia y magnetismo: la ambigüedad. Aquella ambigüedad que le permitía aparentar perversidad o un oscuro tormento y que tendría sus mejores momentos en películas como “Sospecha” (1941) o “Encadenados” (1946) de Hitchcock. Pero no adelantemos acontecimientos. Sus inicios, de verdad, están vinculados a dos actrices: Marlene Dietrich en “La venus rubia” (1932) y a Mae West (ella presumió siempre de “que exigió su presencia”), con la cual realizó dos películas: “Lady Lou” o “No soy ningún ángel”.


Antes de dar ese paso decisivo que ya fue “La gran aventura de Silvia” (1936) de Cukor, junto a Katharine Hepburn, trabajó con grandes damas de Hollywood como Jean Harlow o Irene Dunne como galán romántico. Howard Hawks descubriría su inmenso talento cómico como profesor despistado en “La fiera de mi niña” (1938), y acabaría convirtiéndolo en su actor preferido; con él hizo otras películas como “Sólo los ángeles tienen alas” (1939), “Luna nueva” (1940) (una de las mejores sátiras sobre el periodismo, donde el cínico y burlón Cary Grant volvía  a seducir a su ex esposa, Rosalind Rusell, en vísperas de su nueva boda, algo que también hizo impecablemente en “Historias de Filadelfia” de George Cukor”, también ese mismo año), “Me siento rejuvenecer” (1952) y “La novia era él” (1949). Cary Grant, en cualquier papel, establecía de inmediato una complicidad con el espectador, fundada en el talento, en la versatilidad y en una estrategia espontánea de seducción. Y en una inteligencia dibujada, sin ostentación alguna, con matices invisibles. 

Bordaba cualquier papel. Y a esos títulos, hay que sumar otras obras maestras: “Arsénico por compasión” (1944) de Capra, la ya citada “Encadenados”, junto a una insuperable y bellísima Ingrid Bergman, en una historia de amor entre una mujer necesitada y el hombre que niega sus sentimientos y que avanza en medio de una intriga relacionada con el uranio oculto en una botella, o “Con la muerte en los talones”.         

En un periodo de crisis, de cierta caída en la monotonía del galán guapo, Hitchcock le recuperó con papeles hondos y completos; tras “Atrapa a un ladrón” (1955), en 1959 le daría uno de los papeles de su vida en “Con la muerte en los talones”. Y algo más tarde redondeó su extraordinaria filmografía con una pieza deliciosa: “Charada”, junto a un ángel o a un cisne de alada beldad como Audrey Hepburn.

Cary Grant se casó cinco veces. Una de ellas con la millonaria Barbara Hutton, convivió casi una década en una casita de Santa Mónica con el actor Randolph Scott (de ahí las acusaciones de homosexualidad que se han vertido sobre su figura en tiempos en que se entendía como “amor oscuro”) y no llegó a recibir más que un Oscar por su carrera en 1970. Un montón de historias sobre su tacañería y maltrato a sus esposas ensombrece su leyenda, aunque se sabe que entregó el caché de una de sus películas para el ejército inglés que combatía en la Segunda Guerra Mundial. Katharine Hepburn, con quien dio vida a algunas de las mejores parejas del cine, dijo de él: “Cary Grant es una personalidad que funciona siempre. Posee un encantador sentido del ritmo, del tiempo, un rostro divertido y una voz adorable”. 

 

 

 

 

2 comentarios

JUAN MANUEL -

un dia hablando con el columnista Alvite me definio a Grant de la siguiente manera ¨desprendia tanta elegancia que pedia al barman cerveza y le servian un martini¨

JESUS -

Lo cierto es que si lo comparamos tanto a él como a sus peliculas con lo que hoy en dia puede verse ... te dan ganas de pedir un poco de Arsénico por Compasión y dejar este mundo.

Y a todo lo que de él se dice habria que añadir, que en la Fiera de mi Niña,la bata con la que se pasea (rosa en la versión coloreada) de Katharine Hepburn, seguramente le sentaba mejor a él que a ella. Era elegante hasta para eso.