JUAN EDUARDO ZÚÑIGA: ENTREVISTA Y HOMENAJE
Esta tarde, en la Biblioteca Nacional, promovido por algunos de sus mejores estudiosos como Fernando Valls, Juan Eduardo Zúñiga recibe un homenaje. Hace algunos años, Antonio Muñoz Molina lo saludaba con el nombre de ‘Maestro’. Conocí a Juan Eduardo Zúñiga hace algunos años, gracia a María Luisa Blanco, directora entonces de ABC Cultural: hemos coincidido en varias ocasiones, lo he visitado en su casa, y le he hecho varias entrevistas. Aquí rescato una que propone un pequeño viaje por su obra y que se centra especialmente en el libro ‘Flores de plomo’, que gira en torno al suicidio de Larra y de Felipe Trigo. [Hoy, Juan Cruz entrevista al escritor en ‘El País’. Ese estupendo fotógrafo que es Gorka Lejarcegi le hace un espléndido retrato, este].
CITA CON JUAN EDUARDO ZÚÑIGA EN SU CASA
Juan Eduardo Zúñiga escribe sin prisa con los ojos puestos en el Parque del Retiro. De ahí su breve obra, en la que predomina el cuento. Como si fuese Chejov o Turgueniev, sus maestros, mira las cosas, surge la primera idea, la envuelve en sutileza, en dolor y psicología, y brotan las páginas: piezas breves, estilizadas, con temblor interior. Una anécdota que ahora se torna asombrosa marcó su vocación: cuando era niño y vivía en un chalet de las afueras de Madrid, alguien arrojó por la verja del jardín un folleto que anunciaba una nueva colección editorial y que contenía la novela completa de Ivan Turgueniev, Nido de nobles, que le produjo una honda emoción a pesar de contar "una relación entre hombre y mujer, de fracaso vital, de presentimiento de ruina". Si a eso le sumamos que en su cuarto tenía dos estampas rusas --representaban un episodio de la lucha de los zares contra los cosacos y la discusión entre Pedro I el Grande y su hijo Alejo-- es fácil de comprender su pasión por la literatura rusa, a la que le ha dedicado dos libros, Los imposibles afectos de Ivan Turgueniev (1977) y El anillo de Pushkin (1989). Aprendió el idioma en una gramática para franceses que encontró en la Biblioteca Nacional; luego también tradujo a narradores y poetas búlgaros y la prosa del portugués Antero de Quental. El otro detonante que le hizo escritor fue la Guerra Civil. En medio de aquel horrible acontecimiento de desconcierto y dolor, comenzó a redactar sus primeros cuentos con vocación de estilo, con el afán de culminar algo bellamente escrito. Si hubiese hurgado más en los secretos de su familia habría descubierto que en la farmacia de su padre trabajó un joven mancebo de botica llamado Ramón José Sender.
--Usted empezó su carrera como novelista con El coral y las aguas (1962), que transcurría en la Grecia clásica pero que abordaba asuntos actuales.
--Lo que hacía yo eran esas trasposiciones a ese mundo tan lejano como el mundo griego, y aprovechaba para contar circunstancias personales de los vencidos y de los vencedores. Creo que había en ella una gran riqueza de experiencia de la actualidad. Utilicé un sistema de símbolos y no fue percibida en su totalidad la carga de crónica social que había. La novela pasó sin pena ni gloria.
--Su siguiente libro de ficción tardó en llegar fue Largo noviembre de Madrid (1980): cuentos sobre la Guerra Civil que se alejaban de la narración de trinchera al uso.
--Yo me encontré con un pequeño tesoro de recuerdos de aquella época, pero a mí lo que me interesaba era la reacción a la lucha en la psicología de la población civil, o de la gente sin voz, en una ciudad sitiada, amenazada por el bombardeo, la falta de alimentos y todas las incomodidades de la vida cotidiana. Y comprobar qué perduraba del ser humano y de las pasiones eternas en unas circunstancias tan adversas.
-La tierra será un paraíso (1989) se centraba en la lucha clandestina de posguerra y tenía algo de texto complementario. ¿La concibió así?
--Creo que sí, era la continuidad histórica de los vencidos. La dolorida peripecia de los que no se resignaron a quedar vencidos. Ellos ponían en práctica un tipo de lucha y de oposición a lo que les rodeaba y yo quise recogerlo en los distintos cuentos. Recogí, por decirlo así, el pensamiento clandestino, la conciencia clandestina de oposición política, generalizada, al margen de cualquier partido.
--Madrid seguía siendo su territorio de ficción. ¿Le ha interesado especialmente la imagen literaria de la capital, igual que ha ocurrido con autores como Mesonero, Pío Baroja, Ramón Gómez de la Serna?
--Claro que sí, me siento muy unido y muy identificado con estos cronistas que ha tenido Madrid. No obstante, echo a faltar el cantor de Madrid como lo ha habido en otras capitales, porque aquí lo que ha habido son cronistas, una escuela de madrileñistas, que son más bien más bien casi casi costumbristas. A Madrid le ha faltado un exaltado amoroso que la cante.
--El grueso de su producción es el cuento, el relato, la narración breve. ¿A qué se debe?
--Para mí el cuento está relacionado con algo de la fisiología, lo mismo que se decía de Proust acerca que su obra está relacionada con el asma que sufría, yo tengo así como una curva de creación, y hago cuentos que no pasan de equis número de folios de una manera automática. No es que me lo proponga, es que cuando termino el cuento aquello está en diez folios o menos. Probablemente mis neuronas no dan para más. Me veo encantado por esa brevedad como si estuviese esclavizado por la sensación de emotividad con que está cargada la poesía. No sé si tengo una inclinación lírica de poeta frustrado.
--Esa concentración poética es más que evidente en Misterio de los días y las noches, y le emparenta claramente con Turgueniev y Chejov. ¿No sé si está de acuerdo?
--Turgueniev es el gran conocedor del alma humana y de esos matices finísimos de los sentimientos, de la psicología y de la unidad del hombre con el paisaje. Eso es lo que más me ha atraído de él. Chejov posee una gran sensibilidad para la percepción del sufrimiento humano, que yo también he sentido. Es lógico que me sienta muy próximo a ambos. Con ese libro me propuse hacer como un experimento porque yo me había considerado siempre como un documentalista de la realidad y ahí asumí el reto de la fantasía, de lo imposible, de lo irreal. Y también quise tender hacia el poema en prosa.
--Con Flores de plomo persiste en el cuento. O en esa técnica de la fragmentación: la del cuento o secuencia que, por acumulación, acaba formando un conjunto unitario. ¿Cómo definiría este libro: una gavilla de cuentos o una novela coral en torno al suicidio de Larra?
--Tanto Larra como el suicidio casi son dos elementos secundarios, en realidad lo que motiva el libro y lo orienta es una meditación acerca de la repercusión que tiene nuestro comportamiento en el alma ajena, en la sensibilidad que nos rodea. Estamos responsabilizados de nuestros actos no sólo con nuestra propia vida sino también con la de aquellos que conviven con nosotros o que, más o menos, nos contemplan. Y tomé esa figura pública que tuvo una importancia muy grande en el Madrid del siglo XIX porque vi que era máxima su responsabilidad. Al matarse era como si no fuera consciente que desencadenaba un dolor o cualquier reacción plenamente emotiva en las personas de su entorno. Es cierto que no son cuentos aislados, porque hay como una trama con un personaje fundamental que es un suicida, cuya sombra se percibe siempre.
--En los años 50, ya publicó una selección de Artículos sociales de de Larra. ¿Por qué le atrae tanto su figura?
--El libro apareció en los años 50 o 60 cuando no era muy conveniente recordar lo que Larra decía sobre la policía o la justicia social. No es que me atrajese el suicidio, no, lo que me atraía era su capacidad asombrosa de escribir sobre temas interesantes, apasionantes, humanos, con una gran belleza porque el estilo de Larra es de unas proporciones espléndidas.
--En Flores de plomo Larra sólo aparece en el tercer cuento, en esa tarde con aguanieve de lunes de carnaval, cuando Dolores Armijo, acompañada de su amiga María Manuela, le va a pedir sus cartas de amor.
--Ahí hay una clara referencia a la vida de la mujer en aquella época y esa travesía es como el calvario que ellas van a sufrir para ir a recoger las cartas de Dolores Armijo, que son el determinante del suicidio. A la vez expreso la idea que yo tengo de Dolores Armijo: era una muchacha de su época en el sentido de que no tenían preparación, puramente pasional, se quedó huérfana muy pronto, se casó muy joven con el hijo del Cambronero, el famoso abogado, y debía de ser un poco frívola, ligera, acaso no dramatizaba la relación con Larra como él exigiría.
--La narración sucede prácticamente en un único día de aguanieve. ¿Y por qué ha incluido a Felipe Trigo en el capítulo final, no teme que ese relato extemporáneo rompa la estructura del volumen?
--Quizá, pero era una forma de sugerir que unas circunstancias análogas podían motivar reacciones parecidas en dos momentos históricos diferentes. Había razones sentimentales equiparables. Trigo es el posible equivalente de un Larra actual, con algunas diferencias. Ambos fracasaron en política, y en su vida amorosa. Y en cierto modo en su propia obra: uno no pudo solucionar los problemas de España, a pesar de ser el periodista mejor pagado y más prestigioso, y otro nunca logró auténtica consideración literaria.
--El libro también tiene una lectura política, casi contemporánea. Un personaje de clase baja dice que a Larra lo han matado los fanatismos de España.
--Es un testigo y a la vez un conjurado de clase baja, frente a tantos personajes de clases acomodadas. Este es un hombre del pueblo, y su reacción inmediata es desconfiar y pensar que esta muerte puede ser puramente política. La historia está dada como trasfondo. Hago referencias a hechos históricos del momento como la muerte del general Quesada, el ahorcamiento de Riego, el fusilamiento de Torrijos.
--Y también hay personajes reales como Zorrilla y Roca Togores, marcados por la muerte de Larra.
--Zorrilla comenzó a hacerse famoso en el funeral de Larra con un poema que no pudo acabar de leer y sí lo hizo Roca Togores, diplomático, autor efímero en nuestra literatura, que estaba disgustado por el éxito de Larra. Cuando sabe que ha muerto, se da cuenta de que el espectador de su triunfo ha desaparecido, por tanto es como si quedara inutilizada su posible victoria literaria al no tener este odiado rival. He querido poner estas figuras para sugerir el acompañamiento que realmente tuvo Larra en su época, aunque he tenido que contener la erudición.
--¿No ha querido también meditar explicítamente sobre el poder de la literatura?
--La importancia de la literatura me preocupa a mí como a todos los escritores: hasta qué punto lo que se hace es válido, es permanente y puede aportar algo al lector: conocimiento, placer, satisfacción de aventura puramente o bien alguna educación íntima. Eso lo que me propongo con cada uno de los libros. No me atrevo a decir que la literatura puede ser educadora, pero sí es como un amigo íntimo que nos puede servir para momentos de confidencia y de apoyo moral. Trato de escribir con el rigor que exige la literatura, que es un producto de nuestra propia conciencia.
--Usted se ha definido como una persona más bien solitaria, ajena a capillas. Por su condición de testigo imparcial, ¿ha reflexionado sobre el actual momento de la narrativa española?
--Estoy convencido de que ahora España tiene un movimiento literario portentoso, yo lo comparo con lo que era la literatura que se hacía aquí en los 40, 50 y 60, y es que no tiene punto de comparación. Me siento muy contento de ser contemporáneo de escritores como Antonio Muñoz Molina, Javier Marías o Belén Gopegui, que ha escrito tres novelas que indican una personalidad de escritor. El otro día pensaba yo en Juan Marsé, que es un hombre discreto, que está metido en un barrio barcelonés, que se ha salvado de cierta decadencia que había en su torno. Yo estoy contento de que Marsé haya hecho su obra con esa seriedad y esa dignidad. Vuelvo la vista atrás y pienso en Delibes, al que también admiro. Sin embargo aún no ha surgido la obra grande y genial que caracterice nuestra época. Estoy convencido de que tiene que surgir de estos talentos jóvenes.
--Siempre había pensado que con quien más se identificaba era con Baroja...
--Es para mí el gran escritor del siglo XX español: fue un hombre sedentario, inmóvil en su ciudad, pero con una gran fantasía y una gran capacidad de introspección y cultura. Ha dejado una obra espléndida sin necesidad de haber llevado una vida de aventurero ni de grandes peripecias como se ha alegado que es fundamental para el escritor. Es el antagonista de Blasco Ibáñez o Hemingway. Y ahí están proyectos como Memorias de un hombre de acción, sus Trilogías. Para mí es una figura excelsa, siento un gran respeto por él y creo que su estilo es irrepetible. Trabajaba mucho más de lo que aparenta.
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Maribel -