Blogia
Antón Castro

ENRIQUE CEBRIÁN ESCRIBE DE ARAGÓN Y EL MAR

ENRIQUE CEBRIÁN ESCRIBE DE ARAGÓN Y EL MAR

LLAMPUGA

 

 

A Íñigo Linares y Jordi Calvís

 

 

Por Enrique CEBRIÁN

Ahora que lo veo con sus velas abiertas sobre el Mediterráneo, frente a las costas de Sirualas, y recuerdo que hace poco su quilla cortaba las aguas frías del pantano de Búbal, no puedo evitar pensar en ese viaje, desde Aragón al mar, y en todas las historias y deseos, en todos los poetas, que imaginaron ese sueño antes de que el Llampuga lo hiciese, a su manera, realidad.

Siempre me ha parecido fascinante la relación de Aragón, especialmente de Zaragoza, con el mar. Es el relato del abandonado que nunca superó la huida de la amada. O quizás sea más, quizás sea el delirio tormentoso de quien llora la pérdida de lo que nunca tuvo. Puede que hace millones de años hubiera el mar en este páramo, puede que la última gota dejara, antes de secarse para siempre, un aroma perpetuo, una nostalgia eterna a cuyo dictado, como una maldición bíblica, hubiéramos de someternos todos aquellos a los que el azar nos trajera a nacer o a vivir en esta tierra.

Javier Delgado, en su espléndido poemario Zaragoza Marina (Colección “Poemas”, Zaragoza, 1982), adopta esa óptica del abandono: aquí es una femenina Zaragoza la que se queda sola después de la visita de su amante marino. Sus versos iniciales son adelanto de una catástrofe disfrazada de belleza: “No conoces el mar / (los libros dicen que sube la marea / dos veces cada día) / ni conoces la tarde enfebrecida / de gritos de gaviotas. / Confundirías el ruido de las olas: / no sabrías oír de cada una / un retazo distinto de tu historia. / No naciste para traducir / el canto de las caracolas”. Hace poco reaparecía este raro pero famoso libro en una magnífica edición verdaderamente recomendable, con ilustraciones de Jorge Gay y prólogo de Mainer (Prames, Zaragoza, 2005).

Ha de admitirse que no deja de resultar curioso que estos secarrales hayan parido a hombres como el científico Martín Cortés de Albacar, natural de Bujaraloz, autor en el siglo XVI de un Arte de navegar que fue libro de texto en toda Europa y que conoció numerosas ediciones; o como Pedro Porter y Casanate, marino nacido en Zaragoza en el siglo XVII y que fue explorador de California y gobernador de Chile; u Odón de Buen, a propósito del cual hemos de confesar que hace falta echarle imaginación para creerse que al hijo del sastre de Zuera le dé por convertirse, a finales del siglo XIX y principios del XX, en el padre de la oceanografía española. Un contemporáneo de Porter, el cronista real y cronista de la Corona de Aragón Diego José Dormer, afirmaba en sus Discursos histórico-políticos de 1684 (y no era el único en sostener ideas como ésta) que sería oportuno para Aragón el tener un puerto de mar: Vinaroz, Benicarló, Los Alfaques o hasta Pasajes eran algunas de las posibilidades que Dormer mencionaba. Lo cuenta José Luis Melero en Los libros de la Guerra (Rolde de Estudios Aragoneses, Zaragoza, 2006). Y en el mismo lugar se recuerda cómo en algunas obras literarias y en ciertas solicitudes de ayuntamientos en los años treinta se pedía una salida al mar para Aragón, o para Zaragoza concretamente, en pago generalmente –se decía– a la fidelidad de la ciudad al movimiento nacional. Sin necesidad de tener que ser fiel a cosas tan poco merecedoras de tal sentimiento, uno puede observar, paseándose en verano por ciertas localidades costeras, principalmente por Salou-Cambrils, que muy probablemente nos encontremos ya ante un sueño alcanzado.

Si esto último puede todavía no ser compartido por todos (algún escrupuloso purista quedará…), lo que no presenta dudas es que Aragón, en su historia, tuvo mar. Y lo tuvo hasta el punto de hacer afirmar a Roger de Lauria en el siglo XIII que, no ya un barco, sino ni siquiera un pez había en el Mediterráneo que osase moverse por sus aguas sin llevar en la cola las cuatro barras de Aragón. Confieso que desconozco la exactitud del dato, pero hace poco decía Joaquín Carbonell que hasta siete fueron las veces que Aragón tuvo mar. Lo creeremos así, pero, aunque se hubiera equivocado, habrá que perdonar siempre a quien escribió y compuso, allá en los setenta, Me gustaría darte el mar, una hermosísima canción de amor a la tierra y una hermosísima canción de amor sin mayores precisiones, de amor sin más.

Lo de haber tenido mar en el pasado es uno de los asuntos de una divertida entrada en el blog del periodista y escritor Sergio del Molino en la que, tras recordar que el embalse de Mequinenza recibe el excesivo nombre de Mar de Aragón o que al Ebro, a su paso por Zaragoza, le han crecido playas, podemos leer: “No, Aragón no se sacude esa nostalgia. A Aragón le gustaría tener todavía cuarteles de almogávares y un Museo Naval en el paseo de la Independencia”. Del Molino resume muy bien la situación cuando habla de Aragón y su “incurable e infantil nostalgia marinera, absolutamente injustificable, pero encantadora” (http://sergiodelmolino.blogia.com/2006/111001-nostalgia-de-mar.php). Al parisino gusto por las playas fluviales, ha de añadirse la transformación que, en general, han vivido las orillas del Ebro con motivo de la Exposición Internacional de Zaragoza 2008, la cual ha dado pie al número 6 de la revista Aragón en Portada (julio de 2009) a hablar incluso, ahí es nada, de “la costa zaragozana”.

Aparte del caso de Carbonell, hay presencia marina en la música de Héroes del Silencio, de Más Birras, de Ángel Petisme o de Amaral. Y, cómo no, en diversas canciones de José Antonio Labordeta, entre las cuales destaca su Zarajota Blues, tema que ha interpretado y grabado junto a Joaquín Sabina y en el que se recitan unos versos en los que, tras llamar a Zaragoza cosas como “madrastra” y “madre inútil”, le lanza esta pregunta: “Vieja tumba crecida a mis espaldas, / ¿a qué hora abandonas el mundo / para huir con nosotros hacia la hermosa mar / tan dulce y tan lejana?”. Labordeta es asimismo autor de un libro misceláneo, Tierra sin mar (Xordica, Zaragoza, 1995), en el que se dan cita los recuerdos personales y el análisis socio-político de la realidad aragonesa. Labordeta –que vio el mar por primera vez, aguas besadas por el Cabo de Salou, a los veintitrés años desde lo alto del Campamento de Milicias Universitarias de Castillejos– cuenta cómo hasta entonces su mar personal fue la Plaza de Lanuza y el Mercado Central, con su trasiego.

Si seguimos en el ámbito de la literatura, nos viene rápido a la mente el conjunto de poemas de He roto el mar, escrito por Manuel M. Forega (CSIC, Madrid, 1987; 2ª edición corregida y ampliada en Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 1993). Un libro robado a la vida y a los libros, con esa vastedad precisa (valga el oxímoron) que tiene el idioma de este autor.

Y no podemos olvidarnos de Antón Castro y de ese diccionario al revés que es el libro Zaragoza, de la Z a la A (DPZ, Zaragoza, 2003), en el que participa precisamente escribiendo la entrada “Mar” (esto ya de por sí chocante en un libro dedicado a Zaragoza y su provincia) y contando que llegó a la capital de Aragón en su busca; lo cual, viniendo de Galicia, no deja de tener mérito. Sin embargo, el libro en el que definitivamente lleva a cabo su declaración de amor marina es Golpes de mar (Destino, Barcelona, 2006), que toma precisamente su título de una canción de Petisme, y que es considerado por su autor el libro de su vida. En su más reciente Fotografías veladas (Xordica, Zaragoza, 2008) vuelven a aparecer, entre otras, dos de sus pasiones: Zaragoza y el mar.

Podríamos seguir. Probablemente se queden en el tintero que no uso otras muchas referencias. En cualquier caso, estas líneas en ningún momento han pretendido, pese a lo que pudiera parecer, convertirse en un catálogo exhaustivo de la relación de amor-desamor mantenida entre Aragón y Zaragoza y el mar. Creo además recordar ahora que Félix Romeo ya escribió algo parecido en su columna “Las Naturales” de Heraldo Domingo. O quizás lo soñé.

Como digo, esto no es un listado definitivo y exacto. Ni lo pretende tampoco. Se trata tan sólo de recuerdos venidos a mi mente mientras, sentado en la playa de Sirualas, veo a lo lejos navegar al Llampuga. Comienza el verano y es probable que algunos de ustedes, desafiando al secano, al asfalto y a la crisis, se acerquen un instante a la orilla del mar y que lo hagan guiados por la nostalgia de un sueño. Si tienen entonces la suerte de alzar la vista y ver este velero que es un sueño hecho realidad, envíen un saludo a sus tripulantes; ellos, desde el mar, abrirán una lata de cerveza a su salud, brindarán por ustedes y les desearán –como hago yo ahora– un muy feliz verano.

 

*El narrador y poeta Enrique Cebrián me manda este texto sobre Aragón y el mar y los sueños marinos. Me encaja perfectamente en la nueva serie que he abierto, ‘Estampas de verano’, y además le agradezco ese recordatorio de algunos libros míos vinculados con el mar. La fotografía es anónima y norteamericana.

 

 

 

6 comentarios

Enrique -

Gracias, Octavio. Abrazos.

octavio gómez milián -

Lo he linkado a mi blog también, un texto estupendo, enrique.

octavio gómez milián -

Lo he linkado a mi blog, también. Un texto estupendo, Enrique.

Enrique -

Antón: gracias, una vez más, por colgarlo. Gracias, Mayusta. La foto, ciertamente, es magnífica.

Niggerman -

La foto es buenísima.

mayusta -

¡Magnífico! Me voy a la playa...