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Antón Castro

LA MIRADA DE MANUEL DERQUI

LA MIRADA DE MANUEL DERQUI

Texto: ISABEL CARABANTES DE LAS HERAS

La cámara de fotos es una prolongación del ojo en el tiempo, una caja de caudales para guardar cuantas miradas acogimos entonces (6 de junio de 1956).

 

Ávido y ecléctico lector, Manuel Derqui (La Habana, 1921- Aragües del Puerto 1973) dirigió su mirada al mundo de los clásicos, de los mitos, de la ciencia-ficción y de los libros de viajes. Del mismo modo se mantuvo alerta sobre las nuevas corrientes, sobre las nuevas técnicas, tratando de adivinar por donde se dirigían los nuevos caminos de la literatura. Su mirada fue intuitiva y siempre acertada y a través de ella, a lo largo de más de treinta años, consiguió atesorar un conjunto de imágenes que construyen una personal y coherente narrativa.

Manuel Derqui se convirtió en una excepción al realismo chato y ramplón que dominaba gran parte de la narrativa de los años cincuenta y sesenta. Desde las páginas de Amanecer, llamó a la subversión de esa vanguardia cultural que no existía y que él tampoco logró introducir a pesar de sus intentos. En 1950 fundó junto a Abrines y Fauquié la sección Sansueña, dentro de la Sociedad Filarmónica de Zaragoza. Dos años después aparecía el primer número de la revista Ansí. Publicación regida por tan heterogéneo grupo que alternaba su dirección como única fórmula para seguir editando. En 1954 ambos proyectos llegaban a su fin. Una tradición que mantener o la mera apatía de sus paisanos fueron sólo algunos de los motivos que hicieron que Derqui cambiase la dirección de su objetivo.

Hasta ese momento, una gran parte de su labor en la prensa escrita fue subsidiaria. Algunos de sus artículos sobre música una vez publicados, fueron recortados y trasplantados a las páginas de sus Notas y él mismo los llegó a definir como “pegotes”. Su profundo conocimiento sobre la ciencia-ficción quedó plasmado en un estudio del que sólo las dos primeras entregas vieron la luz, a principios de 1959, en Acento Cultural. Un inoportuno homenaje a Machado propició una renovación en la redacción y con ello un cambio en los colaboradores. Tan desconocido quedó aquel trabajo como lo fue su traducción de La odisea del Enterprise (1965). Personal versión en la que a través de las notas a pie de página llegó a establecer todo un estado de la cuestión de los más peregrinos asuntos.

            En estas mismas páginas, en este mismo suplemento, la mayor parte de relatos de Manuel Derqui fueron apareciendo lenta y pausadamente. Comenzaron a mediados de los años cincuenta, aumentó su frecuencia en los sesenta para volver a declinar a principios de los setenta. Junto a otros medios como fueron Índice, La actualidad española, Deucalión, Almenara, Orejudín o Despacho literario, el centenar de textos que aparecieron en prensa, como los otros tantos que permanecen inéditos, muestran un conjunto irregular de textos. En ellos los sobreentendidos parecen establecer un hilo conductor que anuda una fórmula narrativa que se repite una y otra vez.

            Análogas situaciones y contextos presentan un cúmulo de afinidades entre los relatos y las novelas. El elemento del viaje aparece en tres de sus trabajos: el germen de La persecución (1951) se desarrolla en La travesía (1953) para convertirse en el éxodo que configura El largo verano (1954). Asuntos que encuentran sus reflejos en relatos siameses como son “El pasajero” y “La partida”. Otro de estos ejes comunes lo constituye la propia ciudad. En ellos Zaragoza se presenta inmersa en una época casposa a la que Derqui trató de imponer a través de su narrativa el mismo sesgo innovador que había visto fracasar en Sansueña y Ansí. Algo de color en medio de una vida repleta de tragedias y de grisuras. Así las instantáneas de la realidad que fue presentando en muchos de sus cuentos se terminan convirtiendo en un maravilloso friso. En la novela La ciudad, escrita en 1955 y que no vio la luz hasta 1992, el autor se configura en un retratista selectivo de la sociedad de su tiempo, describiendo a un grupo de seudo-intelectuales sin referentes más allá que ellos mismos. Personajes que crecían y se recrecían basándose únicamente en sus propias opiniones. Los héroes fragmentarios plantean una realidad donde el protagonista se ha convertido en un cotidiano anti-héroe. El tratamiento temático de la infancia está motivado en estos cuentos por el afán de recuperar el tiempo perdido, el propio pasado. La rutina de sus días se convierte en sus textos en un tiempo hiperbólico. En el plano temático representan los conflictos del hombre de su tiempo. La trampa kafkiana aparece y desaparece en las novelas El Teatro Integral del Oklahoma (1950) o La fortaleza (1952) y pocos son los relatos escapan a este influjo.

            Por otra parte su primera y su última novela, Recuerdos y ensueños en las alturas (1948-1952) y Meterra (1955-1963) que no se publicaría hasta 1974, unos meses después de la muerte del autor, configuran las dos caras de una misma realidad: una parábola del artista y con ello de la ambición de ser único. Individuo que exige esa singularidad, que se atormenta por obtenerla e incluso por conocer su reputación más allá de su vida. De este modo, el trasfondo autobiográfico de muchos de sus personajes no le impidió una representación contrastada: proximidad y distancia mantienen un perfecto balance. Derqui es capaz de retratar fielmente la realidad de la que él mismo formaba parte sin olvidar que cada uno de los diferentes puntos de vista corresponde a un nuevo cambio de lente. Es por ello que gran parte de su narrativa se configura como una suerte de equilibrio entre la veracidad y el fingimiento.

            Manuel Derqui fue una personalidad tan insólita y atractiva como su propia obra. La originalidad de la mezcla de elementos estructurales y temáticos ofrece un resultado innovador. Esperemos que las miradas que a partir de ahora se vuelvan hacía su obra la acojan con la curiosidad que él supo despertar en todos sus lectores.

 

Isabel Carabantes es profesora de literatura, realizó su tesis doctoral sobre Manuel Derqui y este es un trabajo de síntesis que publicó hace unos meses en ‘Artes & Letras’. Me ha aparecido de repente en la memoria del ordenador y lo publico aquí. Isabel acaba de recibir un premio por  sus trabajos sobre ‘Meterra’ y Manuel Derqui. Isabel Carabantes es la editora de los ‘Todos los cuentos’ de Manuel Derqui (La Habana, 1921-Aragüés del Puerto, 1973) en la colección Larumbe de las Prensas Universitarias de Zaragoza.

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