ELÍAS MORO: DOS POEMAS INÉDITOS
CEMENTERIO ALEMÁN DE YUSTE
Para Álvaro Valverde
Es allí, me indica el paisano alzando la cachava en la dirección correcta, subiendo la cuesta suave que desemboca en la entrada del monasterio.
El contraste impresiona: el estallido feraz de los castaños y olivos, de los helechos y madroños frente a la estricta, imperturbable geometría de la muerte: esas cruces de nombres extraños certifican muertes lejanas, jóvenes muertes sin sentido perdidas ya en la edad del tiempo, en el pavor de la memoria, en ausencias lejanas.
En veinte años la muerte no envejece; allí sigue, guardando celosa y terca los frutos sombríos de la sinrazón y la barbarie.
Veinte años después comparecen los mismos invitados: Joachim, Otto, Gottfried… Hombres y nombres semejantes a otros que un día jugaron sobre la nieve y los otoños.
Vengo a decirles adiós, a hablarles de su inútil muerte.
Están ahí firmes, marciales, como dispuestas para un desfile;
cada cruz se levanta sobre el cuerpo de su dueño,
joven extranjero que reposa en otra tierra,
tan distinta a la suya.
Y en su quietud sin palabras, allá van,
como una cuerda de presos derrotados,
hacia el olvido y la memoria.
BENDICIONES
Bendito el que en la inconsciencia del sueño ama a la mujer de ojos marrones, al niño con su bicicleta y sus libros, e l que ha dicho basta a la esclavitud del trabajo y sin fatiga ni rencor se ha tumbado a la sombra del alerce
Bendita aquella que plancha su vestido pensando en el baile del domingo, la que arrulla su pelo con un peine de carey y acaricia los espejos, y es alegre en el adiós, venturosa en los tumultos del abrazo
Bendito quien amasa unos gramos de locura y los reparte con una sonrisa que ilumina las avenidas y los templos, el que se acerca al gorrión con unas migas de pan y lo mira en su huida deseándole buen viaje
Bendita la mujer que conoció los dolores del parto, la que lleva canela en el aliento, aquella que entregó su leche para el hambre de los otros, la amante de los eclipses celestes, la que tuvo un animal marino entre las manos y comprendió su miedo a la intemperie
Bendito aquel que fue inflexible con el oprobio, el que encorvado por los castigos que no merece se yergue y toma la palabra, el que es torpe sin malicia, el inocente de todas las iniquidades
Bendito el que sólo quiso un palo para escribir en la arena, una corbata de agua para la sed de sus mujeres, unos zapatos de esparto para transitar por la esperanza, una música cualquiera para alejar sus espantos
Bendita aquella que se ata a sus instintos y es fértil en la ternura, jovial en su desprendimiento, tímida y torpe ante el beso y sus fronteras, la que ha pasado la noche en un túnel bajo las bombas y luego ha vuelto a escarbar bajo los escombros buscando la foto de su boda y la sonrisa de los hijos
Bendito el que sale de una mina empapado de carbón y ruido, el que ha llorado en el recuerdo de su mujer y los dedales, el anónimo viandante que equivoca la ruta sin darle importancia, quien resurge cada día de los arenales de la desgracia
Bendito el que se hizo un violín con una lata, un camión con una caja de pescado, alguien a quien querer por nada con un muñeco de trapo, el que ganó un campeonato con unas chapas de refresco
Bendito el que para el día miércoles se ha propuesto pasear al perro, encender la lumbre con astillas, preparar una comida contra el frío, escribir ese poema que le ronda
Y afortunado aquel que tuvo dos hijas cuyos nombres, en el bello lenguaje de su mujer, podrían traducirse por princesa que amanece
*Elías Moro, a petición mía, me envía dos textos para el blog. Son dos textos inéditos. La foto es un retrato de Elías, poeta y narrador y traductor, autor de ‘Me acuerdo’, un libro muy bonito que ha publicado Calambur y que presentó en Zaragoza.
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