LLOP Y LAS 'VIDAS CONTADAS' DE MASSOT
En varios lugares he confesado mi pasión por las ‘Vidas contadas’ de Josep Massot. Solía publicarlas los lunes en ‘La Vanguardia’; alguna vez, excepcionalmente, los martes. Esa serie ya se ha terminado y espero que Pepe Massot, con quien me reencontré el viernes en Zaragoza, las publique pronto. Julio José Ordovás me manda este artículo donde José Carlos Llop, buen novelista, buen poeta, buen dietarista y un tipo estupendo (lo conocí hace poco en Dublín: me pareció entrañable y sabio), le pedía lo mismo a Massot. Que publique esos retratos en libro.
VIDA CONTADAS
JOSÉ CARLOS LLOP
No es mala escuela la del retratismo español. De Velázquez a Goya o el aburguesado Madrazo, hay una línea que acaba en Saura -que es nuestro Bacon particular. Paralelo a esa escuela española está el retratismo literario de los contemporáneos, que viene a ser el equivalente burgués o socializado de la tradición aristocrática del retratismo pictórico. Quizá no podamos hablar de Velázquez o de Goya -no vivimos ese tiempo-, pero ambos -aire, delicadeza y sarcasmo- están detrás de la escritura de los mejores retratistas de nuestra literatura. Pienso ahora en el Baroja de sus Memorias, en el Gómez de la Serna de Retratos contemporáneos, en el Pla de los Homenots, en el Juan Ramón de Españoles de Tres Mundos. Ya en nuestra época hemos tenido la suerte de contar con el gran retratista literario que ha sido Juan Marsé con sus Señoras y Señores, sección que se publicaba en la revista Por favor de mi juventud universitaria. Marsé ha sido el retratista de cámara y hablo aquí de cámara en un sentido puramente musical. Otros han preferido a Umbral -que ha sido un buen retratista de los personajes y personajillos de la sociedad madrileña- y yo, además de por Marsé, guardo un afecto particular por los retratos cosmopolitas de José Luis de Vilallonga, que ya son irrepetibles.
Pero la tradición continúa porque nada se acaba nunca del todo y en estos años hemos leido en los periódicos las semblanzas históricas de Rosa Montero, los perfiles de David Torres -reunidos recientemente en el sello mallorquín, La noche polar- o los retratos hablados de Matías Vallés en la contra de los sábados, aquí en DM. Y en estos últimos años también y también en un periódico -el barcelonés La Vanguardia- hemos podido leer una estupenda sección de retratos periodísticos. Me refiero a Vidas Contadas, del mallorquín afincado en Barcelona, Josep Massot -Pepe Massot, para sus amigos-. Hace algunas semanas leímos su inexplicable despedida -era una de las mejores secciones de La Vanguardia y vestía el lunes de manera impecable- y desde entonces seguimos en pleno síndrome de abstinencia. Todo acaba, desde luego, en esta vida, pero nunca lo hace la gente a retratar en un periódico. Massot, casi invisible, dejaba que el retratado se retratara solo mientras él llevaba sutilmente el timón. La marca de la casa se notaba en ese aire y delicadeza que son rasgo velazqueño y nunca en sarcasmo que sería recurso goyesco, ni en megalomanía de autor, cosa tan vulgar como extendida. Josep Massot respetaba el trabajo de sus retratados, que era el motivo por el que los sacaba en su sección: él sólo tejía una idea. De Tàpies a Gimferrer, de Wagensberg a Max, o de Vila-Matas a Leonor Watling, en Vidas Contadas se ha tejido, lunes a lunes, un tapiz jamesiano -no cito a James por azar ni capricho- de la riqueza artística, literaria, filosófica o científica de nuestra sociedad, sea cuál sea esa riqueza: es la que hay. Y sospecho que quien quiera consultar un mapa de los tres o cuatro últimos años tendrá que consultar sin duda la galería de retratos de Josep Massot.
*En la foto, Leonor Watling, que también protagonizó una 'Vida contada' de Pepe Massot.
La verdad es que Pepe y yo nunca hemos hablado de trabajo, supongo que porque cuando la amistad procede de un tiempo donde el trabajo no existía, éste sigue sin existir a lo largo de toda la vida. O sea que puedo decir por escrito lo que no he dicho por hablado. Ahora que Vidas Contadas ha dejado de existir quizá convendría reunir la sección -o una antología de la misma- en libro. Lo mismo que hicieron sus precedentes y por eso hemos podido leerlos -y aprender de ellos- los que hemos venido después. Si algo no falta en Massot es literatura. Recuerdo muy bien los poemas que escribía en su primera juventud, tanto en castellano como en catalán -y esos poemas estaban muy bien-. Recuerdo las tardes que pasamos traduciendo el Hugh Selwyn Mauberley de Ezra Pound -con el inglés que habíamos aprendido tanto de Alberto Saoner y como de la música rock- en la residencia barcelonesa donde vivimos a los 18 años. Recuerdo su pionera y formidable selección y edición del Diario de Jules Renard, hecha a cuatro manos con el escritor Ignacio Vidal-Folch y publicada por Mondadori. Recuerdo, en fin, la primera vez que aparecimos, Pepe y yo, en un periódico: él tenía 17 años, yo 16, y fuimos a ver a Gafim para escuchar sus recuerdos sobre Rosselló-Pòrcel, que era un poeta que entonces nos fascinaba y del que apenas nada se encontraba por ahí. A los pocos días, Gafim nos sacó elogiosamente en su sección Plaza Mayor, del diario Baleares. No sé qué diría, de vivir ahora, de las expectativas que vislumbró en uno ú otro. Pero sí sé que de haber leído Vidas Contadas, sentiría el orgullo del periodista que no se equivoca en sus apreciaciones a largo plazo y las publica para que el tiempo dicte luego su sentencia. Pues eso.
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