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Antón Castro

MAUTHAUSEN Y ANDRÉS PÉREZ

MAUTHAUSEN Y ANDRÉS PÉREZ

El pasado jueves conocí al escritor sevillano Andrés Pérez Domínguez. Nos hemos carteado un par de veces, tenemos varios amigos comunes. Cuelgo aquí este reportaje que publicó la revista ‘Leer’ de Francisco Luis del Pino sobre su novela ‘El violinista de Mauthausen’, de la que hablará próximamente en ‘Borradores’.

 

[Escribe Andrés Pérez Domínguez en su blog http://www.laseparata.blogspot.com/: Este es el reportaje que salió en el número de diciembre de la revista Qué Leer sobre El violinista de Mauthausen. Lo firma el gran Paco Luis del Pino, con quien tan buenos ratos compartí en aquel viaje a Austria en noviembre pasado.]

MÚSICA EN LA NIEBLA

Con Pérez Domínguez en Mauthausen

Texto y fotos: Francisco LUIS DEL PINO

Hemos viajado con Andrés Pérez Domínguez, autor de “El violinista de Mauthausen” (Algaida), Premio de Novela Ateneo de Sevilla 2009, hasta el más siniestro campo de concentración nazi en Austria. Los tres escenarios de la novela, el París ocupado, el campo de Mauthausen y el Berlín del final de la segunda guerra mundial, enmarcan una historia de amor con el espionaje como espina dorsal.



La espesa niebla que casi oculta el campo de concentración de Mauthausen y la fría temperatura de la mañana parecen una reproducción por encargo de un día cualquiera en el siniestro y monumental lugar a principio de los años 1940. En cualquier momento, uno espera ver aparecer en la Appellplatz (el lugar donde formaban los prisioneros, situada entre los barracones) a famélicos seres embutidos en uniformes grises con rayas azules, como espectros custodios de este enorme almacén de dolor y muerte.

La calle pavimentada por la que andamos entre barracones –uno de cuales, explica el autor, era un burdel para uso y disfrute de los kapos– fue de tierra, y las duchas donde vertían el gas ciclón-b o los dos hornos crematorios que se conservan parecen haber retenido, en su cuidado deterioro, todo el espanto de aquel horror. Pero es, sin embargo, la terrible escalera por las que los deportados ascendían cargados con enormes piedras a la espalda, sujetas en una mochila de madera, desnutridos y vacilantes, la imagen más terrible que se le aparece a cada visitante.


Escalera al infierno

En la cantera de Winergraben, inmediata al campo central de Mauthausen, trabajará Rubén, el protagonista español de El violinista de Mauthausen. Allí sufrirá el tormento del esfuerzo y agotamiento en la criminal escalera, de la que se dice que costó un muerto por cada una de sus losas… y tiene 186 peldaños. Rubén Castro es un exiliado español que abandonó su patria en plena guerra civil (1937) y se fue a París, donde vivía con su prometida, Anna Cavour. Durante la ocupación alemana de Francia, una noche la Gestapo lo detiene y trunca una existencia feliz. Empieza entonces su marcha hacia la tragedia junto a muchos otros condenados, con la muerte acechando a cada kilómetro que el pestilente vagón ferroviario recorre; primero el campo de Sandbostel; después, Mauthausen.

La primera expedición española, compuesta por 392 hombres, partió del Stalag XIII (Moosburg, cerca de Múnich) y llegó el 6 de agosto de 1940 a Mauthausen.Y el 24 del mismo mes le tocó el turno al convoy conocido como Angulema, que dejó allí a 430 españoles, incluidos mutilados y niños de trece años. De aquellos 430 españoles murieron 357 en Mauthausen, un 87 por ciento. Rubén podría haber llegado en cualquiera de los convoys cuyo destino fue la pequeña estación de ferrocarril del pueblo, a pocos kilómetros de un campo central que con los años adquirió el aspecto de una fortaleza medieval. Los españoles, a los que se distinguía por su uniforme con una S enmarcada en un triángulo, contaban entre sus filas con muchos especialistas en diferentes trabajos de construcción y los ocuparon por ese motivo en levantar muros, en la pavimentación y en la cantera.

Los deportados esclavizados en la cantera que ya no podían aguantar más se arrojaban al vacío desde unos setenta metros, con la piedra en la mochila como lastre, para asegurarse una muerte instantánea. Rubén, que lleva tres años encerrado, está a punto de sucumbir. Su mejor amigo en el campo ha sido abatido de un disparo y sus fuerzas flaquean, pero un vals tocado por un violín le salva y decide continuar vivo todo lo que pueda. El recuerdo de su prometida lo martiriza; lo que no sabe Rubén es que ella lleva intentando salvarlo desde su detención. Anna Cavour ha sido captada por un agente estadounidense, Robert Bishop, para que trabaje para la causa aliada. Un individuo que la forzará a unas relaciones con un enemigo, el ingeniero y violinista alemán Franz Müller, que complicarán sus sentimientos y jugarán un papel decisivo en la trama de la novela.

Explica el autor que la música, o más aún, la crueldad mezclada con la música y el violín como instrumento más representativo de esa época, es lo que le hizo incorporarlo a la ficción como sujeto más que como objeto: “¿Te acuerdas? Aquel violinista solitario de los jardines de Luxemburgo?”, dirá hacia el final uno de los protagonistas. Y es que, cuenta el autor en este paraje siniestramente apacible, mientras la niebla nos envuelve: “Una vez, en una estación de metro, vi a una pareja muy joven bailando un vals en el andén, sin música, ajenos a todo, como si nadie los estuviese mirando. La imagen era tan poderosa que no dejó de perseguirme hasta que escribí esta novela”. Las pequeñas orquestas que acompañaban a los condenados en los campos de exterminio, y que en Mauthausen también existieron, son algo que el autor conoce bien. Como sabe qué destino sufrieron la mayoría de los deportados, entre los que se encuentran los más de 7.000 españoles republicanos asesinados de una manera u otra en Mauthausen. Y también en Gusen, el campo anexo, situado a cinco kilómetros del anterior, donde, a pesar de ser construido más tarde, fueron alojados muchos más prisioneros. Y todo eso a la vista de los habitantes de la zona, que difícilmente pueden alegar ignorancia ante lo acontecido. Aunque sucedía lo habitual en todos los campos de exterminio, Mauthausen tenía una peculiaridad: un espacio dedicado a las duchas carecía de paredes y allí es donde muchos prisioneros sufrían el suplicio de recibir chorros de agua fría a bajas temperaturas y ser golpeados hasta la muerte. La piel se torna de carne de gallina al pasar revista a cualquiera de las torturas que padecieron los deportados. “He querido rendir un homenaje a todos los españoles, sin politizarlo”, matiza Andrés Pérez Domínguez mientras su mirada parece perderse en la lejanía, como intentando vislumbrar entre jirones de niebla a aquellos compatriotas muertos hace más de sesenta años. Sabe el autor que, al atreverse a tratar un tema tan dramático en clave de ficción, corre un riesgo notable. Por eso los personajes de su novela están cuidados y muy trabajados psicológicamente. “Cuanto más ricos son los personajes, mejor. Creo que el lector se da cuenta de ello por el tipo de lenguaje que emplean”. El autor ha construido una novela, a su juicio, con “un mensaje de esperanza”, donde “cada lector puede encontrar algo que le interese. Puede ser la historia de amor, la de espionaje o la de la segunda guerra mundial”.

El violinista de Mauthausen tiene sus guiños y una cierta dosis de ironía que también hay que saber descubrir. Buen cinéfilo, Andrés Pérez Domínguez ha bautizado a un sargento norteamericano que aparece en el Berlín ocupado por las cuatro potencias con el apellido del gran actor Ernest Borgnine, que encarnó el papel del malvado sargento de la Policía Militar en De aquí a la eternidad. Y al violinista Franz Müller lo ha apellidado igual que el jefe de la Gestapo y con el mismo nombre que Franz Ziereis, el criminal comandante de Mauthasen.

 

De París a Berlín

París es la primera ciudad que aparece en la novela, un París ocupado por las tropas nazis después de que la Wehrmacht haya vencido a las fuerzas anglofrancesas obligándolas a reembarcarse en Dunkerque. De allí, Anna Cavour, la prometida de Rubén Castro, viajará a Londres para entrenarse como agente; después irá a Madrid, Sevilla y San Sebastián. Pero será en el Berlín vencido y casi destruido donde el acto final cobrará vida. Un marco en el que la guerra ha dejado profunda e inapelable huella, pero entre sus cascotes todavía alienta el fanatismo nazi y los “lobos” acechan cualquier intentona de pactar con los aliados. Científicos degollados y una búsqueda intensa tras un individuo que los servicios secretos norteamericanos ambicionan se pase a sus filas intensifican los últimos peldaños de esta escalera de pérdidas y reencuentros, cuyo dramatismo medido por la sensatez y agilidad de una buena pluma hace de El violinista de Mauthausen una notable historia narrada con pulso veterano.

Al dejar atrás el campo de concentración y de exterminio de Mauthausen, cuando la niebla casi se ha desvanecido por completo, el autor vuelve la mirada hacia lo que fue la entrada como esperando encontrar, todavía, la gran pancarta colgada del portal por los españoles republicanos saludando a las tropas norteamericanas que liberaron el campo el cinco de mayo de 1945. Seguramente, Andrés Pérez Domínguez, ve en su imaginación a Rubén Castro entre ellos, al lado de Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen que capitaneó la red secreta que robó miles de fotografías a los nazis, y que con su Leika retrató las escenas más impactantes que se conocen de cualquier campo. Un violín debió sonar entonces, mucho más libre y alegre en Mauthausen.

 

*Este texto de Francisco Luis del Pino apareció en la revista ‘Qué leer’. No he podido coger sus fotos, no me ha dejado el sistema, y tomo esta de internet, en concreto creo que de 'El Público'.

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