Blogia
Antón Castro

UN CUENTO DE JUAN VILLALBA

UN CUENTO DE JUAN VILLALBA

ASESINOS

 

Por Juan VILLALBA SEBASTIÁN*

                  

A Gonzalo Montón.

 

         Iba a ser mi primer trabajo, mi prueba de fuego real. Entramos en el bar con decisión, sin mirar a los lados.

-¿Qué vas a tomar, J.V? –me preguntó G.M haciendo un gesto para llamar la atención del camarero, un chico joven de ojos saltones y azules como el mar azul.

-Una Sputnik –le contesté.

-Ya lo has oído, una Sputnik y una cerveza negra, muchacho –pidió G.M.

 

         En el fondo del local, un grupo de hombres maduros y trajeados flirteaban con unas jovencitas montando cierta algarabía. Fuera comenzaba a anochecer.

-¿Quiénes son, muchacho? –preguntó G.M levantando levemente la barbilla en dirección al grupo.

-Políticos –contestó el chico arrastrando la palabra por el fango del desagrado.

-¿Qué hacen aquí esta tarde? –se interesó G.M.

-Ya lo ve, vienen casi todos los días y tontean con las chicas, ya sabe… se toman unas copas… las invitan… las provocan… luego se marchan todos juntos a pillar cacho… Usted ya me entiende… –respondió buscando nuestra complicidad.

-Sí –afirmó G.M moviendo la cabeza afirmativamente y guiñándole un ojo. Algunas parecen menores, ¿verdad, muchacho? –añadió poniendo un billete sobre el mostrador.

-Seguramente –contestó mientras se cobraba las consumiciones.

-¿Conoces a José Ángel Bonete, el concejal de urbanismo? –inquirió G.M.

-Sí, es aquel del rincón que achucha a la más jovencita de todas.

-Eres un chico vivo, llegarás lejos – dijo G.M dejando en el plato las vueltas como propina.

Nos sentamos en  un reservado para ultimar el plan.

-Ha llegado el momento de la verdad, muchacho –dijo G.M. pasándomela oculta debajo de su sombrero de  paja de ala ancha sobre la mesa.

 

La cogí con cierta inseguridad y él, de inmediato, vio la duda agazapada en el dedo índice de mi mano derecha, al tiempo que un ligero temblor en la izquierda confirmaba sus sospechas.

-Atiende a este consejo de un viejo zorro, una vez un tipo con el que trabajé me dijo que en un asesinato no se puede ser inocente sin ser al mismo tiempo la víctima, no estoy de acuerdo, en un asesinato nadie es inocente, ni siquiera la víctima. Por eso, no te lo pienses, plántate frente a él y dispara sin dudarlo ni un momento –me aconsejó mirándome fijo a los ojos con el aplomo de un profesional veterano- Ya lo has oído, es aquel que coquetea con aquella jovencita en el rincón, pura basura, acércate un poco más si quieres y ocupa una buena posición, distribuye el peso de tu cuerpo sobre las dos piernas, flexiónalas un poco y  cuando lo tengas a tiro, no lo dudes, dispara sin perder un segundo, hazlo repetidas veces, para asegurarte de no fallar. No veas en él a una persona, alguien con familia y todo eso, para nosotros es  únicamente trabajo, nada más, algo que hacemos por dinero, tan sólo es un objeto inerme, sin pasado y, por supuesto, a partir de este momento, sin futuro. Después vuelve sobre tus pasos con rapidez, yo te cubriré la salida por si hubiera algún problema. Es muy fácil. No te preocupes, todo irá bien –concluyó tranquilizador.

         Sin pensármelo dos veces me levanté, salí del reservado y en tres zancadas me situé a poco más de cuatro metros de la víctima. Disparé varias veces, como me había indicado G.M. Nadie se movió, tan sólo sus caras reflejaban asombro y un cierto desconcierto. Él quedó allí, sobre el diván, boqueando como un pez fuera del agua, aflojándose el nudo de la corbata, tratando de meterse el oxígeno necesario para seguir viviendo a cucharadas. Salí rápido, pero sin precipitarme. G.M. me esperaba en la puerta, como habíamos planeado.

Cuando abandonamos el local, todavía resonaban en mis oídos las palabras suplicantes de Bonete: “¡No me mates! ¡Diles que no me maten!”, como en el cuento de Rulfo, pero ya era demasiado tarde: mi mano izquierda sostenía la cámara Leika, mientras el pulgar y el corazón manejaban con precisión el objetivo de 50 mm., al tiempo que el dedo índice de la derecha apretaba el disparador repetidas veces para acabar con cualquier arranque de inesperada dignidad, para matar una y otra vez cualquier atisbo de decencia, para asesinar al joven idealista licenciado en periodismo, convertido a partir de ese momento en paparazzi. Ahora, ya en la calle, sólo pensaba en el dinero que nos darían en la agencia por las fotos y en el próximo trabajo.

 

*Este cuento de Juan Villalba Sebastián pertenece a su libro ‘Cuarto menguante’, que publicaba recientemente Eclipsados, el sello de otro turolense, Ignacio Escuín Borao. La fotografía corresponde a uno de los protagonistas del relato: el profesor, cinéfilo y escritor Gonzalo Montón.

 

0 comentarios