STEVE GIBSON EN BARCELONA
Steve Gibson
LA CARNE, EL FUEGO Y LA SOMBRA
Steve Gibson tiene alma de escritor o de filósofo. O de las dos cosas simultáneamente y, además, de escultor y de pintor. No es un artista que cree por acumulación, a golpe de intuiciones sin más o de necesidad de vaciar sus impulsos con la forma de un torrente, sino que trabaja con una idea global, con un punto de vista, como quien cuenta una historia o compone una sinfonía donde todos los elementos se agrupan en un todo. En un universo bosquejado en todas sus partes, en un río de pensamiento, en una novela del arte. Steve Gibson es un escultor obsesivo y peculiar: disfruta hasta la saciedad en su estudio, le encanta el trabajo, el uso del cutter, que es su instrumento predilecto, la manufactura del cartón, como si fuera uno de aquellos estibadores de su niñez y de su adolescencia en Liverpool. Se centra y además se instala en la ardiente oscuridad del creador, en la búsqueda a tientas de la claridad.
Puede ocurrirle lo que le ha sucedido con esta muestra en la galería Mito: de golpe, por azar o por deslumbramiento, se encontró con la figura de Thomas Stearns Eliot (Sant Louis, Missouri, 1888-Londres, 1965) y con su poemario The Waste Land -La tierra baldía o La tierra estéril como acaba de traducir Jaime Tello en Visor- y sus versos le persiguieron. Le persiguieron sus versos e incluso la voz del poeta, que había grabado esa composición de 1922. A partir de La tierra baldía, un libro simbólico sobre la aridez y la desolación, Steve Gibson concibió un proyecto, una instalación y, en cierto modo, un autorretrato: Gibson se zambulle en sí mismo y en sus figuras, y se revela atormentado y paciente a la vez, impetuoso y doliente, vitalista y exigente, como alguien que se desangra en inconformismo y en intensidad. La tierra baldía, grabada por el propio poeta y editor Eliot, Premio Nobel de Literatura en 1948, fue el detonante de su nuevo trabajo: el detonante, la inspiración, el impulso incontenible. Solo oía, como única música del universo, como único mensaje de los dioses y los hombres, la voz del poeta que, verso a verso, intentó compendiar las contradicciones del mundo, a través de la propuesta poética de una especie de planeta de muertos vivientes: “April es the cruellest month…” (Abril es el más cruel de los meses). El título de la muestra es inequívoca: Date prisa. Es la hora. Y hasta en estas dos frases también se percibe la ansiedad, el vértigo, y quizá el tono de advertencia. El propio escultor, tan reflexivo y tan poco dogmático, se pregunta: “¿De qué ha llegado la hora?”. Instalado en el ardiente enigma, repite: “En realidad, ¿de qué habrá llegado la hora, Steve?”.
La muestra se inicia con ‘El rey pescador’, ese personaje del que ya habló Chretien de Troyes que espera su redención. Es un monarca de la nada y de la aridez, es un prisionero en un mundo de tinieblas, es un hombre, o una sombra, herida en las piernas o en los mismos genitales por una jabalina. Es un ser amputado –en el cuerpo, en el alma, en el ánimo, en su sexualidad, en su propio territorio de frontera-, con un conflicto de identidad, y espera. Al centrarse en este personaje, tan enigmático en el fondo, al representarlo, Steve Gibson se asoma al precipicio, a la conciencia, a la soledad, al sentido del deber. Al fin y al cabo, ‘El rey pescador’ también es un exiliado en el mundo: debe atender sus tierras y su imponente castillo, se extravía en el bosque y aguarda, sentado en un peñasco ante el lago, una visita definitiva: el sortilegio que lo devuelva al reino de los vivos. La resurrección tras internarse en el bosque sagrado.
Me parece muy oportuno explicar aquí el método de trabajo del escultor, la elección de sus materiales, esos cartones que exhibe como una piel desnuda, erizada de texturas, de expresividad y tal vez de cicatrices. Dice: “Mis esculturas empiezan por los pies: se alzan, crecen, se conforman lentamente, como hace un pintor con sus pinceladas, y así, poco a poco, voy construyendo esa figura en el aire. Borro y quito con el cutter, estoy como repintando, como si quisiera que se vieran todas las capas. Creo volumen y creo ritmos hasta que la figura exhibe su condición humana, los detalles de su anatomía, su piel y su fuerza”.
Steve Gibson también se mueve en cierto plano de ambigüedad. Le gusta el cultivo de la paradoja, de la contradicción, de la apariencia de la verdad y de la verdad de las mentiras. En otra de las piezas, ‘La mujer que se masturba’, ha situado a su protagonista de cuclillas: se toca en el centro del sexo y de la vida, se hurga, se acaricia, y grita. ¿Por qué grita? De gusto, de rabia, de desamparo. Esa criatura, tan apasionada como equívoca, también puede rastrearse en la segunda parte de La tierra baldía, titulada ‘Una partida de ajedrez’, donde una mujer está sentada en una silla, al borde de la esperanza o la desesperación. Con ‘La mujer que se masturba’, Gibson reflexiona sobre el placer y la soledad, sobre el cuerpo, sobre la cautividad. Y lo hace como a él le gusta: con energía, con ese feroz expresionismo que resume la emoción, el sentimiento, el desgarro y el dolor. Y, por supuesto, también manifiesta un grado de frustración. Esta palabra, frustración, es otro sustantivo clave de una propuesta que aborda el futuro, el fin del mundo, la idea inextricable del Apocalipsis.
El escultor adopta una actitud severa. Un punto de vista dramático. Se expresa físicamente: con rugosidades, con un gesto brusco, con la carne estremecida. Pero también se siente, o quiere serlo, un escultor lúdico y telúrico, un escultor que juega, que subvierte el orden del mundo y de lo convencional. A veces intenta darle la vuelta a las cosas como se le da a un calcetín, y lo hace por la vía del surrealismo, de la metafísica o del estupor. En otra aproximación a la realidad crea ‘Una crucifixión’, un tema muy pictórico que ha tenido una correspondencia casi siempre brutal. Un día, Steve Gibson se puso a ver fotos de algunas de las guerras del mundo que ha retratado el fotoperiodista Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía de 2009: fotos de mujeres y niños marcadas por las balas, por las minas, por la crueldad sin compasión. Mujeres y niños amputados que, tras la violencia, intentaban sobreponerse, recomenzar, reconquistar la normalidad. Algunas de esas instantáneas le inspiraron dibujos, casi manchas sobre la condición humana, trazos sombríos sobre el horror y el sueño. Ojeando fotos y catálogos del reportero dio con una instantánea que le llamó la atención: un niño al que le faltaba uno de sus miembros que estaba tendido, como adormecido, en una actitud onírica que invitaba a pensar que nos encontrábamos ante un ángel. O ante una aparición de luz tras la batalla. De esa foto partió Steve Gibson, y de nuevo de un fragmento de La tierra baldía, para continuar preguntándonos y preguntándose. ¿Estará ese joven en tránsito hacia un futuro nuevo tras tanto dolor? ¿Vivirá un inefable instante de paz, un arrebato casi místico de sosiego y de reencuentro consigo mismo?
El montaje añade otro asunto, otro personaje de Eliot: ‘La mujer que grita’. Probablemente, Gibson se haya inspirado en un fragmento como éste: “When lovely woman stoops to folly and //Paces about her room again, alone, //She smooths her hair with automatic hand, // And puts a record on the gramophone. // This music crept by me upon the waters”. (Cuando una bella hembra se inclina a hacer locuras // Y vuelve a pasearse, a solas, por su cuarto, // Se alias los cabellos con mano automática, // Y pone un disco en el gramófono. // ‘Esta música se deslizó junto a mí sobre las aguas”. Traducción de La tierra estéril, de Jaime Tello. Visor, 2009). También habría podido inspirarse en la última parte del libro: ‘Lo que dijo el trueno’, aunque en realidad ha elegido este fragmento: “'My nerves are bad to-night. Yes, bad. Stay with me. 'Speak to me. Why do you never speak. Speak. 'What are you thinking of? What thinking? What?
'I never know what you are thinking. Think.' («Estoy nerviosa esta noche. Muy nerviosa. Quédate conmigo.
Háblame. ¿Por qué nunca hablas? Habla. ¿En qué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué?Nunca sé en qué piensas. Piensas.»
Seguimos en ese mismo lugar de incertidumbre: qué le sucede a esa mujer. ¿A quién espera? En el libro, un hombre la visita, y no se sabe bien si conversan o sueñan juntos, si hacen el amor, no se sabe qué ocurre. Solo tenemos la certeza de que la decepción se ha instalado en la vida y en la intimidad de la mujer. El escultor cierra la red de sus pensamientos con ‘El viejo hermafrodita’, un hermafrodita más bien maduro con senos y pene. Es la visión de la dualidad y de la mutación permanente, del cambio constante. Es la visión también del nuevo mundo.
De algún modo, este universo desapacible refleja el carácter creador del escultor de Liverpool. Dice: “Me cuesta mucho estar feliz y estar en calma”. Esta muestra, tan impetuosa, tan rotunda y tan próxima a Lucian Freud, quizá atienda a esa búsqueda de la paz interior. Del sosiego. Del remanso y del cobijo contra todas las tormentas. “La escultura es lo que me mueve, lo que me anima y me alimenta. Es un lujo, un placer y una maldición”, confiesa el artista.
Hay que cerrar este viaje por el mundo simbólico de Steve Gibson. Y debemos hacerlo observando la energía de su propuesta, la feliz convivencia de la plasticidad con la exasperación, de la rudeza con la suavidad, de la meditación y de la intuición. En el fondo, Gibson trabaja con las artimañas del pintor, con sus brochazos bruscos, con su sentido de la esencialidad, con la paleta precisa de la sutileza. Cabría decir que es un pintor que esculpe en cartón, un pintor que desolla los miembros de sus personajes uno a uno, músculo a músculo. Que los estudia como un anatomista. Por eso, le oímos decir una y otra vez que sus fuentes de inspiración, cuando se encierra en el taller y crea un peculiar ambiente, son grandes pintores: su paisano Lucian Freud y su poética del temblor desnudo, el refinamiento expresivo y realista de Velázquez, la obra de John Sargent y Joaquín Sorolla, “porque a ambos se les ve la pincelada, las huellas que dejan en la tela”, y esas pinturas tan carnales de Stanley Spencer.
Steve Gibson no deja indiferente a nadie. Posee sentido del trabajo, talento e intencionalidad. Intencionalidad poética, estética y filosófica. Más que la perfección ansía la conmoción.
*Este texto mío forma parte del periódico–catálogo de la muestra ‘Hurry up pleaste, it’s time’ de Steve Gibson que se expone en la galería Mito (Calle Roselló, 193) de Barcelona hasta el 16 de mayo. La foto de la obra de Steve Gibson está realizada por Antonio Ceruelo. La muestra incluye otro texto de Manuel Pérez-Lizano y otro de Marina Díez-Gascón.
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