ENTREVISTAS: ÁNGEL GARI
“El demonio es una metáfora
del mal que el poder
usa según le conviene”
Ángel Gari, antropólogo y estudioso de la brujería y religiosidad popular en el Altoaragón, recibe el próximo sábado la Mención Especial del Festival ‘Espiello’
EL CURIOSO SIN COMPLEJOS. Ángel Gari vivió unos días a la intemperie en París, subió la torre Eiffel a pie y acarició las esculturas egipcias del Louvre y estuvo en la base norteamericana para oír y tocar los B-52.
Ángel Gari Lacruz (Huesca, 1944) adivina, presiente, ingresa en la trastienda de las cosas, en el ánima oculta del mundo. Posee desde muy niño una curiosidad inagotable, un afán de conocimiento absoluto. Dice que desde los siete años no ve nada; en días especiales de luz y solo a veces atisba un fragmento de claridad. La ceguera no le ha impedido ser un sabio de historia, de brujería, de religiosidad popular y de fotografía, de pintura y de narraciones orales, y de cine. Con él se puede hablar de un sinfín de películas, e incluso suele usarlas para sus charlas en distintos cursos. Conoce los objetos con minuciosidad: siempre le pide a diversas personas, “muy diferentes entre sí”, que le describan lo que ven, lo que le interesa, en una minuciosa tardea de convertir la imagen en palabra y de convertir también la palabra en imagen. Dice: “Yo he estado en los estudios de los pintores José Beulas o de Pepe Orús, por ejemplo. No puedo ver sus cuadros, pero me cuentan lo que han pintado, lo que se ve, y lo que han querido representar, lo que a menudo no se ve. Algunos cineastas como Jesús Bosque o Eugenio Monesma hacen lo mismo. Siempre he contado con maravillosos lazarillos. Soy y he sido muy afortunado”. Lo dice ante Pilar García Guatas, su mujer desde 1972, que ruega: “De mí no diga nada. Soy transparente”. Lo esencial es invisible a los ojos.
-¿Qué recuerda de su niñez con vista?
Vi hasta los siete años. Sufrí un ataque de meningitis y la cosa era tan dramática que la vista era lo de menos. Se trataba de sobrevivir. Me quedé paralizado por completo y varios médicos dijeron que eran imposible que viviera. Sin embargo, mi padre empezó a buscar medicinas en Alemania y en Estados Unidos, y también en la Gran Vía de Madrid, y poco a podo fui saliendo adelante.
-¿De qué visiones se acuerda?
Yo vivía en la plaza de la catedral, y recuerdo muy bien ese espacio, el enjambre de tejados, y unas vistas que dominaban el horizonte que se abría hacia el paisaje del norte, el Pirineo. Además, recuerdo la salida de Monflorite de los aviones-cigüeñas que se utilizaban para remolcar los aparatos de vuelos sin motor. Recuerdo especialmente una imagen: un día cayó un rayo al pie de una torreta y produjo un impacto increíble muy cerca de mí. Hasta entonces iba mucho al cine con mis amigos y con mis familiares, al Olimpia y al Principal.
-¿Cómo evolucionó, mejor dicho, cómo sobrevivió?
Viví una época de continuas visitas médicas, de análisis, de tratamientos. En Huesca vivía Ramón Solinis, que había sido boxeador, preolímpico y masajista; entonces no había fisioterapeutas. Empezó a darme masajes en las piernas y en la espalda y recuperé un poco de movilidad. Tuve que readaptarme a todo. Mi padre me llevó a dos médicos de Barcelona: Vilardell, que nos recomendó que debían hacerme un hueso artificial del fémur en París y operarme cada cuatro o cinco años, y Bastos, que había combatido en la guerra civil en Huesca.
-¿Le fue mejor con él?
-Sin duda. Me lo explicaba todo, aunque yo era muy niño, y eso es muy de agradecer. Me dijo: “Mira, Ángel, la naturaleza es sabia. Cortamos aquí y allí, colocamos el fémur en su sitio, y cuando haya que tocarlo habrá evolucionado mucho la tecnología. Ya decidiremos”. Aún no me lo han vuelto a tocar. Fue como un preceptor para mí. Incluso recuerdo que quien me llevó al taxi en brazos de regreso a casa fue él. Querría hablarle de otra persona importante.
-Adelante.
Por mi estado, íbamos de cuando en cuando a un chalé de unos familiares nuestros (los tíos Gloria y Domingo; su hija Pepita) en Barcelona, en la calle Diagonal. Allí coincidí con una tía, Josefina Jordana, que se había casado con un arquitecto norteamericano que trabajó en Sao Paulo. Ella me enseñó el primer transistor que he visto en mi vida y me enviaba materiales para ciegos: un tablero novedoso para dibujar; una caja de matemáticas con tipos de imprenta; los cubaritmos, que eran hexaedros en braille en los que estaban los diez primeros números y los cuatro signos, un termómetro para ciegos, plastilina… Era una mujer fascinante que tenía contactos hasta con Nixon y que me contaba cosas que se me antojaban increíbles. Ella me animó a leer.
¿Qué papel jugaron sus padres?
Fue fundamental. Ángel Gari y Teresa Lacruz, mis progenitores, eran los dueños de la Academia Gari, por la que han pasado más de 3.000 alumnos. Mi padre, republicano, había sido administrador de la Escuela Normal de Magisterio con Ramón Acín y fue fundamental en mi vida. A consecuencia de la enfermedad, iba retrasado, pero él me leía, me explicaba los temas, me adiestró en los cálculos rápidos de matemáticas. Estudié por libre hasta tercero de bachillerato… Aprendí braille con el delegado de la ONCE y me planteé si entraba en un colegio especial o en uno de enseñanzas integradas. Con mi padre, optamos por el Instituto Ramón y Cajal. Fue una experiencia estupenda.
Luego se matriculó en la Universidad de Zaragoza y residió en el colegio Mayor Cerbuna. ¿Cómo le fue?
Muy bien. Fue una auténtica revelación vital, como una apertura a un nuevo mundo. Fui responsable de Actividades Culturales desde 1964 a 1969, y estuve hasta 1971, cuando hice mi tesina. El Cerbuna era uno de los cuatro mejores colegios mayores de España, con el Pignatelli, también de Zaragoza, el San Juan Evangelista de Madrid y el Raimundo Lulio de Barcelona. Aquí dieron conferencias Jordi Solé Tura, Manuel Jiménez de Parga, cantaron Labordeta y Carbonell. En Huesca, a Labordeta lo rechazaron hasta en ocho ocasiones porque “sus letras eran inhumanas y antisociales”, según el delegado de Turismo. Qué bárbaro. También estuvieron, entre otros muchos, Julio Caro Baroja o el cantante portugués Luis Cilia, al que sacó de aquí a toda prisa en coche un compañero en dirección a Bilbao. El Cerbuna me abrió un mundo de libertad impensable en el franquismo.
-En esa época usted hizo papiroflexia.
Sí, puede verse ahora en la biblioteca María Moliner. Me enseñó a hacer trabajos en papel Eduardo Gálvez. La papiroflexia me era muy útil para conocer y dominar las estructuras geométricas, luego pasé a otros empeños más estéticos, a los animales, etc. En 1969 realicé un ‘cristo’ y un caballo de carreras…
-¿Cuándo empezó a interesarse por la brujería?
-Hay dos precedentes importantes. En 1961 se publicó el libro ‘El retorno de los brujos’ de Pauwels y Bergier, que me fascinó, y la vez empecé a leer la revista ‘Planet’, escribían premios Nobel, había textos de Lovecraft. La revista estaba en francés y mi padre me la leía y me la traducía de corrido. Ya en la Universidad, hice Historia. Un profesor me recomendó que investigase la producción de trigo en el norte de Huesca en el siglo XVIII.
No parece lo más excitante. ¿Qué hizo?
Fui a ver a Rafael Olaechea, el biógrafo de Conde de Aranda, y le dije que me gustaría trabajar sobre brujería. Le pareció estupendo. Me recomendó la lectura de ‘Patrocinio de ángeles y de combate de demonios’, escrito por Blasco Lanuza, abad de San Juan de la Peña. Allí encontré la pista del brujo Pedro de Arruebo. Me puse en contacto con Henry Kamen, a quien conocí en los archivos de Zaragoza, con Caro Baroja, al visité en Madrid, y con Gustav Henningsen, autor de ‘El abogado de las brujas’. Me fui a investigar al Archivo Histórico Nacional, que dirigía mi paisano José Martínez Vara. Él me acogió muy bien y nos habilitó, a mis acompañantes Herminio Lafoz y Carmen Romeo y a mí, un pequeño espacio para que pudiéramos trabajar sin molestar a nadie.
-También ha hecho mucho trabajo de campo.
-Sin duda. Ha sido fundamental. En 1971 presenté la tesina de la historia resumida de Pedro de Arruebo, que era el brujo principal perseguido por la Inquisición aragonesa. Era el dueño de la finca La Artosa, en el valle de Tena. Era inteligente, astuto, audaz. La inquisición lo acusó de delitos de magia y brujería, y huyó. En 1637 volvió de incógnito al valle y amenazó a las hijas de sus enemigos. Les pedía relaciones sexuales a cambio de que no fueran embrujadas. Y entonces se produjo una auténtica epidemia de posesión colectiva en Tramacastilla y Sandiniés, que afectó a más de sesenta personas en los pueblos y a más de 1.600 en las montañas. Ese trabajo ha ido creciendo.
Ha estudiado ampliamente procesos de brujería. ¿Existe el demonio?
El demonio es una metáfora del mal que el poder usa como quiere, según le conviene. La percepción del diablo depende del contexto cultural en que se mueva y de quien lo manipule. Hay muchos casos parecidos de posesión: piense en las ‘enfatuadas’, que quiere decir poseídas por las hadas, en los aquelarres, en las ‘espiritadas’ de Orosia. En el propio Archivo Nacional nos encontramos, entre unos folios, un hechizo procedente del valle de Tena que contenía, entre otras cosas, pelo largo y rubio de mujer.
¿Cómo lo recibían por allá arriba?
Recuerdo que una señora me dijo: “¿No será usted algún ‘remenador’ (revolvedor / indagador) de Zaragoza? Aquí somos buenos cristianos. Damos de comer al que tiene hambre y de dormir al que no tiene dónde”. Felizmente, los tabús sobre la brujería han ido desapareciendo.
6 comentarios
joaquin armando -
Francisco -
julio val -
Niggerman -
Mariano -
Felicitaciones también por su Mención Especial en Espiello.
Mariano Ibeas
(Socio del Instituto Aragonés de Antropología)
Angeles -