LA MADRE, DE LA VIDA A LA FICCIÓN
Escritores como Soledad Puértolas, Tahar ben Jelloun, Simenon, Amos Oz, Richard Ford, James Ellroy o Gustavo Martín Garzo, entre otros, rinden homenaje a la maternidad y al ser que les dio la vida
“Mi madre, una persona autónoma. Creó su vida de principio a fin”, escribe Soledad Puértolas en ‘Con mi madre’ (Anagrama, 2001), un libro personalísimo e intenso en el que la nueva académica confiesa en las primeras líneas: “Mi madre murió el 26 de enero de 1999. Desde ese día, por necesidad, para no sentirme desbordada por el dolor, he ido escribiendo sobre ella, sobre lo que ha significado su vida y su muerte”. Cristina Cerezales redactó ‘Música blanca’ (Destino, 2008), una confesión íntima acerca de su madre Carmen Laforet. Se trata de un viaje a través del álbum del recuerdo donde se repasa y se desvela a la mujer y a la escritora de ‘Nada’: los cinco hijos, la vida familiar y el distanciamiento del marido, los miedos, la soledad, el temor a la escritura, la búsqueda de asideros (Ramón José Sender, entre ellos), y el insoportable naufragio que lleva al final. Cristina Grande hace a la madre protagonista de algunos cuentos de ‘Dirección noche’ (Xordica, 2005) y Ángela Labordeta tituló una narración ‘El novio de mi madre’ (Xordica, 2002), que dio título a un libro de relatos.
La literatura admite tantos subgéneros que también podría admitir el de “literatura sobre madres”. La madre es uno de los grandes personajes de la ficción, quizá porque es una de las imprescindibles criaturas de la vida, y ha dado lugar a magníficos libros de autores muy diferentes. Tres de las historias más dramáticas sobre la figura de la madre las escribieron Peter Handke en ‘Desgracia impeorable’ (Alianza, 1989), Amos Oz en una ‘Una historia de amor y de oscuridad’ (Siruela, 2004) y ‘Libro de mi madre’ (Anagrama, 1992) de Albert Cohen. Los dos primeros intentan explorar las razones que empujaron al suicidio a sus madres, la de Handke le escribió a su marido: “No lo comprenderías, pero no puedo pensar en seguir viviendo”; Cohen cuenta que su madre murió en Marsella en 1943, bajo el dominio nazi, y redactó una exaltación de su figura y de los recuerdos de ella en 1954 en una novela que ha sido calificada como “una pequeña joya” dentro de la trayectoria del autor de ‘Bella del Señor’: “Alabadas seáis, madres de todos los países (…) Os saludo, madres llenas de gracia, santas centinelas, valor y bondad, calor y mirada de amor”, escribe.
Otra de las historias más turbias es la de la madre de James Ellroy: ella fue asesinada cuando él tenía diez años. Hallaron su cadáver en una carretera secundaria próxima a Los Ángeles y nunca se supo del todo ni por qué ni quién la mató. Ellroy le debe a ese hecho la obsesión central de su narrativa y un libro estremecedor: ‘Mis rincones oscuros’ (Ediciones B, 1996). Archivado el caso, Ellroy llevó a cabo años después, con la ayuda de un policía retirado, una investigación: ni él ni su amigo pudieron resolver el crimen, pero descubrieron que su madre había sido una mujer de la calle y accedieron a las relaciones peligrosas que mantuvo con proxenetas y clientes un tanto abominables. George Simenon, el escritor que amó a más de diez mil mujeres y que era capaz de escribir una novela en menos de tres días, es el autor de ‘Carta a mi madre’ (Tusquets), el texto que un desconocido le dirige a otro, con un trasfondo de culpa, algo muy frecuente en casi todos los escritores que evocan a su madre.
Lo veíamos en un libro reciente, ‘Mi madre’ (El Aleph, 2009) de Tahar Ben Jelloun, que acaba de participar en Zaragoza en el ciclo ‘Invitación a la lectura’, que coordina Ramón Acín. Esa novela es una reconstrucción de una existencia, poblada ya por los fantasmas del alzheimer. Y Anagrama ha publicado estos días una narración breve y espléndida: ‘Mi madre’ de Richard Ford. Su madre se quedó viuda muy pronto; Ford recuerda su extraña reacción de una noche, cuanto él tenía diecisiete años, que la fue a buscar de manera brusca a casa de su amante, y así se puso fin a aquella relación para siempre. La madre, a veces, es una extraña, un misterio, un ser excepcionalmente generoso, susceptible de ofrecer todo el amor del mundo sin pedir nada a cambio.
Gustavo Martín Garzo publica ‘Todas las madres del mundo’ (Lumen, 2010), un libro-catálogo o libro-inventario, repleto de imaginación y de sutileza, donde analiza a través de 50 relatos desde las madres trapecistas hasta las madres imprudentes o asesinas, las madres fantasiosas y las madres de los poetas (“Sufrían mucho las madres de los poetas, pues, ya desde la cuna, éstos parecían tener algo especial que les hacía diferentes de los otros niños”, dice) a las madres posesivas, envidiosas o las sublimes (“Algunas madres se comportaban como las actrices de la época dorada de Hollywood. Estaban convencidas de haber venido al mundo para ser adoradas…”). El libro incorpora espectaculares fotografías y tiene bastantes zonas crueles, ráfagas de humor, ternura, fantasía, atrevimiento y, sobre todo, de buena literatura.
En su despedida, en ‘Con mi madre’, Soledad Puértolas dice: “Le agradezco ahora a mi madre todas sus cartas, sus cartas casi diarias. Supongo que le dieron a su vida un significado. A mí me dieron mucha felicidad”.
CORTE
La vida en un hilo o el corazón materno
Es imposible agotar un tema tan atractivo y lleno de matices como los libros sobre la madre. Aquí solo hay un aperitivo. Dentro de la literatura infantil y juvenil ha aparecido uno sencillo y emocionante, ‘Corazón de madre’, firmado por Isabel Minhós e ilustrado por Bernardo Carvallo, en el sello Libros del Zorro Rojo. Es un álbum entrañable, lleno de sentimiento, de emoción y de complicidad, resuelto gráficamente con un estilo colorista y un dibujo muy esquemático. Arranca así: “El corazón de una madre no es solo un músculo que late sin parar. Es un lugar mágico donde suceden las cosas más extraordinarias… El corazón de una madre está unido al corazón de cada hijo por un hilo muy fino, casi invisible”.
*En la foto, dos fotos del libro de Gustavo Martín Garzo, publicado por Lumen.
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Angeles -
gonzalo villar -