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Antón Castro

DIARIO DEL MUNDIAL / 19

DIARIO DEL MUNDIAL // Uruguay posee dos títulos del mundo, y llegó a semifinales hace ahora 40 años. Es un país de fútbol. Como Holanda: la escuela ‘naranja’, la de Cruyff, Gullit o Van Basten, desea acabar con su maleficio.

 

 

Los hijos de Cruyff

se enfrentan a un

país de milagros

 

La selección uruguaya está acostumbrada a los milagros. Milagroso y maravilloso fue el combinado que ‘campeonó’ en las Olimpiadas de 1924 y 1928 y que luego ganó el título del Mundial de 1930; milagrosa e inesperada fue la victoria en Maracaná en 1950 ante la selección brasileña a la que le valía un empate: Obdulio Varela empujó a los suyos, autoridades incluidas, hacia un triunfo épico que ha dado mucha literatura para Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Cristina Peri Rossi o Jorge Valdano, e incluso para Roberto Fontanarrosa, al que le enloquecían los defensas rocosos, aquellos mariscales del fútbol como José Nasazzi. En medio de tantos éxitos, una pequeña adversidad: Uruguay se enfrentó en semifinales en 1970 al Brasil de Pelé con la ausencia de su estrella Pedro Virgilio Rocha; desde entonces los uruguayos –aficionados a los motes y al mate- suelen decir que no lograron su tercer título porque no estaba él para acompañar a Luis Cubilla, Montero Castillo e Ildo Maneiro, entre otros.

Ahora, justo cuarenta años después, la selección de un país menudo, de poco más de tres millones de habitantes enfermos de fútbol y de héroes, ha vivido varios milagros en una única noche: la mano redentora de Luis Suárez, el ariete del Ajax; el fallo del penalti en el minuto 119 de Gyan, el jugador de Ghana, y el tanto antológico del ‘Loco’ Abreu, que convirtió la pena máxima a lo Panenka para dilatar su leyenda y situarse muy cerca, en goles ilustres, de Schiaffino y de Gigghia. Contra cualquier cábala, el conjunto del ‘Maestro’ Óscar Washington Tabárez está en semifinales para defender el honor del fútbol latinoamericano. A la Celeste la define la garra, la resistencia y un resorte oculto: saca fuerzas de flaqueza y sospecha que los dioses del juego siempre están con ellos. O al menos lo están a la hora de la verdad, como ya sucedió en la fase de clasificación.

Esta tarde, en Ciudad del Cabo, tendrán importantes bajas: su central y capitán Diego Lugano, a quien algunos por rango y mando ya comparan con Nasazzi y con Obdulio Varela, y Luis Suárez, que fue expulsado por detener con la mano el gol cantado de Ghana. No dejaría de ser otro regate del destino que Uruguay tumbase a Holanda y Suárez, trigoleador, igual que Forlán, pudiera plantarse en la final. Parece más que probable que sea Diego Forlán quien luzca el brazalete de capitán: en este equipo donde todos menos uno juegan lejos de casa, él es la referencia, la figura, el rematador. Uruguay es un elenco humilde y compacto, bien dirigido tácticamente, honesto, que ha solventado dos tandas de penaltis y que posee un instinto competitivo feroz. Uruguay respira fútbol por los cuatro costados: por tierra, mar, ríos y aire, y en las ruidosas habitaciones de la sangre. Es, como Holanda, un equipo simpático.

Dicen, con razón, que esta selección holandesa tiene un barniz español. Aquí han jugado los ayudantes y consejeros del míster Bert van Marwijk: Ruud Hesp, Philip Cocu y Frank de Boer. Aquí, durante cuatro años, Gio van Bronckhorst fue un estupendo lateral para el Barcelona de Rijkaard, y lo sigue siendo para los suyos; Van Bommel se proclamó campeón de la Champions con los azulgranas; y hasta otros cinco más han participado en la liga española: Heitinga (Atlético de Madrid), Robben, Sneijder, Huntelaar, defenestrados del Real Madrid (el error, sobre todo con los dos primeros, raya en lo calamitoso) y Van der Vaart, que sigue en el Madrid y ha perdido el sitio en Holanda con el retorno de Robben y con su falta de inspiración. Los hombres más determinantes son Sneijder, recuperado por Mourinho en el Inter, y Robben, que salvó la cabeza de Louis van Gaal en el Bayern y lo llevó a conseguir el título de la Bundesliga y a jugar la final de la Champions.

Holanda es un equipo sólido, no se ha atrevido con el 3-4-3 del Ajax de los últimos años, pero ha dado sensación de bloque en todas sus líneas. No tiene a Casillas en el marco, tiene a Sketelenburg; posee una defensa correcta con Van der Wiel, Ooijer o Mathijsen y Gio; en el centro, dos trabajadores como De Jong y Van Bommel le dan alas a Sneijder, y tienen de recambio a Elia y Van der Vaart; y arriba culebrean tres formidables jugadores: Van Persie, que posee una zurda maravillosa y una estupenda planta de futbolista, Robben, vertiginoso y genial, y Kuyt, que trabajó ante Brasil hasta la extenuación y aún tuvo arrestos para sentar al indomable Maicon. Si Uruguay está abonada al milagro; Holanda, hecha la salvedad del inolvidable equipo de 1988 (con Rijkaard, Gullit, Van Basten, Vanenburg y Koeman…), parece signada por el infortunio. Pese a ello, el fútbol es mejor porque ha existido Holanda. Y algún día querrá cobrarse la deuda.

 

*Este artículo apareció ayer en Heraldo de Aragón, antes de que se jugase el partido. Holanda ganó por 3-2; marcó primero Gio del más espectacular tiro lejano del campeonato, empató Forlán, y se adelantaron luego Sneijder y Robben. Finalmente, Uruguay logró reducir distancias y aún puso el alma en un puño a los holandeses que alcanzan así su tercera final. Esta Holanda es muy inferior a la de 1974 y 1978, que alcanzaron la final, y a la que ganó la Eurocopa de 1988. El partido de ayer no fue nada extraordinario, pero Holanda se planta en la final dispuesta a cobrar su vieja deuda. En las fotos Diego Forlán, el Loco Abreu y Robben, que disputará el título de mejor jugador del torneo a Sneijder y probablemente a Villa.

1 comentario

eduardo -

Holanda se planta en la final con un fútbol ramplón y previsible, pero práctico: el triunfo de la mediocridad y el esfuerzo.
Otro uruguayo reverenciado: Alberto Breccia.