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Antón Castro

VEINTISIETE LETRAS PUBLICA 'CAOBA'

VEINTISIETE LETRAS PUBLICA 'CAOBA'

 

El sello madrileño Veintisiete Letras recupera la novela Caoba de Boris Pilnyak, en traducción de Sergio Pitol, Premio Cervantes y extraordinario escritor mexicano. Esta es la información a propósito de la novela que me envía la editora María Moreno.

 

Hasta que a finales de los ochenta Vitali Shentalinski inició su investigación de los archivos de la KGB sobre los procesos contra escritores e intelectuales soviéticos durante el terror stalinista, no se supo exactamente cómo había sido ejecutado Boris Pilniak, ni siquiera el año concreto de su muerte.

Pilniak (Boris Andreievich Vagau) nació en octubre de 1894 en Mozahisk, hijo de una maestra y un veterinario, descendiente de colonos alemanes. Su seudónimo proviene del nombre de un pueblo bielorruso, Pilnyanka, donde pasó un tiempo con su tío, el pintor Alexandr Savinov. En 1920 se graduó como economista en el Instituto de Comercio de Moscú. En esos años publicó un par de libros de cuentos que impresionaron a Gorki. Pero la fama le llegó con la edición de El año desnudo, en 1921, la primera y más experimental novela sobre la Revolución Rusa, a la que Pilniak se había sumado con fe absoluta. Se convierte en uno de los autores más populares y prestigiosos de la época. Su obra es traducida a varios idiomas y, a partir de 1922, viaja con frecuencia al extranjero: Alemania, Inglaterra –donde organizará la sección rusa del PEN Club-, Japón, China, el Círculo Polar Ártico, todo el Mediterráneo, Estados Unidos, donde reside seis meses…


Sin embargo pronto detecta la deriva autoritaria de los dirigentes soviéticos. Como recuerda Shentalinski, empieza a ver en la Revolución «un tornado sangriento, un huracán desencadenado o más exactamente, un animal implacable, “espontáneo como un lobo”». En 1924 aparece Máquinas y lobos. Dos años después, un relato en el que denuncia uno de los primeros crímenes instigados por Stalin: el del comandante Mijail Frunze, asesinado en 1925 en el transcurso de una operación quirúrgica ordenada por el partido. La publicación desencadenó la polémica y el inicio del acoso. En 1929, siendo presidente de la Unión de Escritores soviética, publica Caoba en Berlín. La campaña de desprestigio arrecia.


«No hay un solo adulto capaz de reflexionar en este país que no haya pensado en la posibilidad de ser fusilado», confesó a su amigo Victor Serge.


Para acallar las amenazas que pesan sobre él, en 1930 escribe El Volga desemboca en el mar Caspio, libro comprometido con el sistema. A pesar de las distintas muestras públicas de arrepentimiento y de entusiasmo soviético, fue arrestado en 1937 acusado de terrorismo y espionaje. El juicio, tras una instrucción en la que reconoció todo lo que le pidieron que reconociera, apenas duró quince minutos: fue condenado a muerte y ejecutado el 21 de abril de 1938.


Caoba
ha sido considerada una obra maestra acerca del torbellino que fue la Revolución Rusa, sus promesas y su temprana degradación. La novela, escrita con prosa electrizante y de estructura cinematográfica, cuenta los avatares de dos anticuarios, ávidos y anodinos, que recorren los pueblos comprando muebles a quienes se deshacen de ellos para poder comer. Tras el trivial comercio de la caoba y de la delicada ebanistería rusa, late la verdadera dimensión, trágica, de una oportunidad perdida.


Pilniak, que había confiado ciegamente en que la Revolución alejaría a Rusia de las veleidades occidentales y la volvería a sus auténticas raíces, que él encontraba más cerca de Asia que de Europa, confiesa en Caoba su entrega y su temprana decepción: «… cuando todo se poseía en común, tanto el pan como el trabajo, cuando no existía ni pasado ni futuro, cuando reinaban las ideas y no el dinero; un periodo histórico vuelto de pronto inútil».


Como recuerda el premio Cervantes Sergio Pitol, traductor de esta obra, Pilniak fue «el épico cronista de una epopeya inmensa y de su envilecimiento. Su pasión por la verdad, su honradez literaria, le hicieron conocer el acoso de los poderosos, los necios y los oportunistas. Sus virtudes le llevaron a la prisión y a la muerte. Fue hasta el final un empecinado creyente en la regeneración de su pueblo.»


Acompañan a esta edición cuatro cuentos deslumbrantes.
«Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos», «La ciudad de Ordynin», «El milenio» y «Al Viejo Queso de Che-shire». En ellos desfilan las vidas de campesinos que luchan denodadamente en los rincones de la tundra, burgueses que pierden el tren de la historia, exiliados que en Londres oyen las campanadas moscovitas, peregrinos, beatas y mendigos que pululan por la Madre Rusia, fanáticos repartidos entre las filas de Cristo y las del comunismo.


Mención especial merece «Un cuento sobre cómo se escriben los cuentos», en el que Pilniak, autor apasionado por los problemas de la escritura, ofrece la reconstrucción biográfica de una mujer rusa emigrada al Japón, en plena guerra, bajo una mirada inaudita. Como una matrioska, una historia es germen de otra, y de otra, en un despliegue absoluto de talento y audacia narrativa.


«La prosa de Pilniak se lee, pero también se escucha, ensordece, destella, ciega: obedece al proyecto de invasión total. Entra en el lector y lo hace estallar en mil pedazos. No soporta que alguien siga siendo el mismo después de haberla leído.» Rafael Chirbes.


«La forma de escritura de Pilniak corresponde totalmente a su época. La revolución, al destruir todas las instituciones sociales anteriores, no dejó de lado tampoco las muy convencionales instituciones literarias. Para él tiene sentido sólo aquello que se queda: el país, las masas, el huracán […] el resultado: dinamismo, simultaneidad, realismo absoluto y franco, ritmo único de los detalles y del todo.» Victor Serge.


«Pilniak es un realista y un observador notable, posee un ojo claro y un oído fino. Hombres y objetos no le parecen viejos, usados, ni idénticos, sino sólo arrojados en un desorden temporal por la revolución. Sabe captarlos en su frescura y en lo que de único tienen, es decir, vivos y no muertos, y en el desorden revolucionario que para él constituye un hecho vivo y fundamental, busca apoyos para su propio orden artístico. […] escruta hábilmente y con agudeza una parte de nuestra vida y en eso reside su fuerza, porque es un realista.» León Trotsky.

 

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