ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE: UN DIÁLOGO
Hace unos días, Eloy Fernández Clemente (Andorra, Teruel, 1942) fue designado Hijo Predilecto de Andorra y fue objeto, en ese contexto, de varios homenajes. Se publicaron tres libros: ‘EFC. La historia y el tiempo’, que coordinó Pedro Rújula, ‘De la Ilustración a la Batalla de Teruel’, con textos del propio polígrafo, coordinado por Josefina Lerma, y un cuaderno comarcal. Hace unos días publiqué esta entrevista en Heraldo de Aragón. El pasado jueves se presentaron los dos primeros libros en Zaragoza, y luego se presentarán en Teruel. La entrevista se publicó unos días antes del homenaje.
"NUESTROS POLÍTICOS NO VAN A SEGUIR
LA LECCIÓN DE LABORDETA"
¿Cómo acoges este homenaje en tu pueblo natal, cómo recibes esta mirada hacia tu trayectoria?
Con mucha gratitud, emocionado. Que te quieran en tu pueblo es lo más grande. Y se han volcado, con mil deferencias y detalles. Hay un Ayuntamiento muy progresista y un grupo cultural extraordinario.
-Así de golpe, ¿qué recuerdos más vivos te vienen a la cabeza de Andorra?
Mi bisabuela Manuela murió cuando yo tenía cuatro años y me compraron un trajecito de mil rayas, luto de niño. La vista desde San Macario, las minas. Por parte de mi abuelo emparentamos con el célebre corredor “El Rey” y con la mujer de José Iranzo, el Pastor; y por mi abuela Concha Sauras, con el catedrático Juan Martín Sauras y su hermano Fermín, gran entendido en jota; el dominico Emilio Sauras, o los periodistas Juan Ramón Masoliver, Carlos Sauras, Ramón Mur y el estupendo poeta Manolo Estevan. Y me quedan allí unos tíos carnales muy queridos, Manolo Franco y Josefina Clemente, padres de nueve estupendos primos.
-¿Le debes algo especial, intenso, inolvidable a tu infancia rural?
Sí, los largos veranos en Alloza, a ocho kilómetros, donde mi abuela era maestra y mi padre lo había sido doce años en la República, la Guerra y primera posguerra. Era una isla de libertad, de juegos, paseos, amigos. Anchel Conte y Joaquín Carbonell, por ejemplo. Y mi hermana.
-Hablemos del influjo de tus padres, cultos, curiosos, maestros. ¿Qué caminos te marcan, conscientemente o inconscientemente?
Estudiar sobre todo, bondad y educación, responsabilidad. Eran muy cariñosos y dulces. Mi padre me hubiera querido ingeniero, arquitecto, médico, pero comprendió que fuera feliz con las Letras, la Historia, el periodismo.
-¿Cómo nació en ti la atracción por el periodismo?
Siempre anduve fundando periódicos que escribía a mano, coleccionando fotos, ordenando datos, leyendo cuanto diario o revista caía en mis manos. Creo en el poder transformador de los medios. Trabajé con dieciocho años en la revista “El Pilar” y en Radio Popular de Zaragoza, y cuando fui a Madrid, en 1963, a terminar Letras, me matriculé en la Escuela de Periodismo de la Iglesia, mejor y más abierta que la oficial.
-¿Y esa inclinación permanente al conocimiento, al mestizaje de saberes?
Hoy por desgracia está mucho más limitada que en los años de formación y juventud. He tenido siempre tanto que escribir y hacer, que quedaba poco tiempo para leer. Aun así he leído mucho, he viajado bastante, me sigo preguntando por el sentido de todas las cosas, asombrado por el progreso de la Ciencia, mucho más que de la solidaridad. Es más fácil entender el mundo que mejorarlo.
-¿En qué medida ha sido la palabra curiosidad, una curiosidad infinita, la clave de tu vida?
Era la necesidad de estar bien informado, de saber por dónde van los tiros, qué opinar de muchas cosas. La ausencia o escasez de grandes maestros me obligó siempre al autodidacticismo. Soy un gran mitómano… sin apenas mitos que admirar y seguir sus pasos.
-Se podría preguntar así, a bocajarro, ¿quién te descubre Aragón? ¿Hay una voz, un maestro, un libro, un detonante, es una cadena de cosas, pasajes y personajes?
Mi padre fue un guía estupendo. Hice toda la primaria en la Escuela Costa de Zaragoza, con buenos maestros y un director excepcional: Pedro Arnal Cavero, que nos inició en muchas cosas: el propio Costa, los riegos, la lengua aragonesa, la Naturaleza, el amor a los animales, la corrección. Luego en Escolapios, la Normal, Letras, tuve buenos profesores (el P. Muruzábal, Sanjuán, Frutos), que me abrieron a otros ámbitos.
-Empecemos por algunos de tus temas iniciales: Costa, Nipho… ¿Qué han significado en tu vida y en tu carrera?
Costa, de quien vamos a celebrar el centenario de su muerte, es asombroso por su enorme capacidad y esfuerzo titánico: sobresaliente en muchas ciencias sociales, de haberse dedicado a una sola hubiera sido un genio universal. Nipho crea a mediados del XVIII el primer diario de España; maestro, pues, en mis afanes periodísticos, en que ha habido otros.
Tú, como Labordeta, eres un ciudadano tamizado por Teruel. Se ha escrito mucho, se ha contado y recontado, pero si tuvieras que hacer como un haiku valorativo y esencial a la vez dirías: qué significó para ti Teruel, qué te dio, cómo te transformó…
Me dio realismo, cercanía al Aragón real, duro y difícil, años de mucho trabajo docente pero también de encuentro con gentes como él, maestro y amigo extraordinario, y otros más, y discípulos estupendos. Allí sembrabas, y brotaban plantas espléndidas, era “muy buena tierra”.
Ya que estamos en Teruel y en el embrión de Andalán, vayamos con Labordeta. Tú eras y has sido como el hermano entrañable que le nació en otra familia. ¿Cómo lo veías tú, qué retrato desde la cercanía se te impone, cuál era su secreto?
Mi padre y mi tío Eloy, muerto en el frente de Teruel, habían sido internos del Colegio Santo Tomás, de don Miguel Labordeta, padre; la madre era de Azuara, como ellos, y don Miguel había ido mucho a casa de mi abuelo Luis, veterinario, para “festejar” con la futura doña Sara. Un primo de ella casó con una hermana de mi padre. Y Juana era varios cursos más en Letras y la conocía. Labordeta tenía un secreto: se mostraba absolutamente como era; decía siempre lo que pensaba, aunque le creara problemas. Era cultísimo, tenía muy buen juicio crítico sobre literatura, historia, política, te daba siempre suaves consejos y te prestaba libros. Y nunca se creyó importante, a pesar de que lo era, y mucho.
¿Qué supuso ‘Andalán’: como aventura ideológica, como aventura periodística, como aventura cultural?
Una maravillosa escuela de periodismo práctico, de ciudadanía política, de aragonesismo y cultura. Y un vivero de grandes amigos. Esa generación está hoy culminando sus vidas profesionales, muy logradas.
Has estado a punto de meterte en política de partido. ¿Has lamentado alguna vez no haberlo hecho de lleno?
Jamás. Sólo milité en el PSA, año y medio. He sido rechazado (aunque las ofertas salieron de ellos, no de mí) por el PSOE y el PCE, y visto cómo funcionan por dentro prefiero votar discretamente y ver con pena qué democracia más imperfecta tenemos aún.
Has sido muchas cosas, y lo eres: profesor, catedrático, historiador, investigador constante, amigo, referente, editor de la Gran Enciclopedia de Aragón o de la Biblioteca Aragonesa de Cultura. ¿Dónde está tu mejor autorretrato, en qué empeño o en la suma de todos?
Creo que en la suma. Trabajar a tope para conocernos mejor, amar más nuestras cosas y luchar por ellas, pero sin fanatismos ni separatismos. Al revés: el mundo es muy hermoso, todo.
Por ejemplo: ¿Cómo miras desde la leve lontananza de los días el proyecto de la GEA?
Creo que para su época fue un modelo, que imitaron en Cantabria, Extremadura, Canarias. Reuní un equipo director excelente y unos 600 colaboradores, y tuvo un nivel muy alto. Luego, ha sido una barbaridad la edición reducida, suprimiendo la autoría de las voces, un verdadero atropello, y así se ha consagrado en la versión actual on-line.
¿Y la BArC?
Fue un intento, quizá fuera de tiempo, de aportar nuevas perspectivas, actualizaciones, grandes reportajes y síntesis. No fue perfecta, pero hubo bastantes títulos de interés.
Has publicado un sinfín de libros. En compañía de otros y en solitario. ¿Cuáles son tus favoritos?
Todos son hijos. Pero especiales: La Ilustración aragonesa, Aragón contemporáneo, Estudios sobre J. Costa, los dedicados a Portugal y Grecia, Gente de orden, Aragoneses en América, y la última Historia de Aragón que editó La Esfera hace dos años.
Durante muchos años has estado reflexionando y pensando Aragón. ¿Hacia dónde va Aragón? ¿Estamos en un tiempo de grandes esperanzas o de inmensas atonías, de lasitud, de utopías abotargadas?
Ni una cosa ni otra. Hemos cambiado y mejorado mucho, falta esa perspectiva que da la Historia, que por indicios es muy buena. Pero de “quejicas” hemos casi pasado a demasiado frívolamente “autosatisfechos”, salvo con la crisis. Necesitamos más presión en lo cultural, educativo, investigador, hay mucha materia prima.
Del aragonés se dice que es individualista, saturnal, descreído, que solo es capaz de unirse en el no. ¿Cómo analizas el eco de la muerte de Labordeta, el inmenso cariño desplegado? ¿Se pueden leer esos gestos en alguna clave?
Impresionante. La gente reaccionó como en los grandes momentos, sin ninguna instrucción, espontáneamente. Sabían que era alguien cercano y grande, el aragonés más conocido y querido, aquí y fuera. Me temo que los políticos no han tomado nota, no van a seguir esa lección.
Un historiador como tú, ¿cómo analiza la designación de Marcelino Iglesias como secretario de organización del PSOE? ¿Y la designación, mediante la política de hechos consumados y sin debate, de Eva Almunia?
Hace mucho que no escribo de política pura y dura. Creo que se valora en Iglesias lo poco conflictivo con su partido y el Gobierno, su imagen de pacificador, sereno, correcto, y haber anunciado su abandono en Aragón sabiendo que repetía casi seguro. Hubiera preferido que Eva Almunia, que estimo buena candidata de su partido, lo fuera tras un proceso más diáfano y democrático, que los partidos rehúyen cautelosos (véase Madrid).
Estás a punto de publicar el primer tomo de tus memorias. ¿Con qué Eloy Fernández nos vamos a encontrar, qué vamos a descubrir?
Un joven ávido de saber, de hacer bien las cosas, de cambiar el mundo a su pequeñísima escala. Y profundamente cristiano, que evoluciona hacia un duro y frustrado agnosticismo, ante una Iglesia Católica decepcionante. Y, a través de mis andares, lo que un muchacho, un joven, veía, leía, oía, descubría, en la tremenda España franquista, entre 1942 y 1972, que es lo que abarca el primer tomo, que saldrá en Navidades.
¿Qué ha significado el cine en tu vida? ¿Cómo lo has disfrutado?
Muchísimo. Primero entraba del todo, luego lo analizaba todo, hoy disfruto sin tanta lupa. Me ha gustado todo lo interesante, de Buñuel a Bergman, de Hitchcock a Woody Allen.
Siempre has sido un gran lector. Qué autores te han hecho disfrutar especialmente, los cuatro o cinco claves, y por qué…
Americanos (Mújica Laínez, Carpentier, Borges, García Márquez), portugueses (Pessoa, Torga, Saramago, Lobo Antunes), Anglosajones (L. Durrell, G. Steiner, MacEwan), españoles (Marías, Vila Matas, Millás), aragoneses (Pisón, Conget y varios más). Y en general las memorias, viajes y todo lo policíaco.
Tus historiadores modélicos. O tus modelos de historiador, el espejo en que te veías…
En el mundo, de Marx a Hobsbawm, docenas. Españoles: Tuñón de Lara, Juan José Carreras, Josep Fontana.
Dos o tres libros de historia que deberíamos leer todos alguna vez.
El Mediterráneo de Braudel, como un modelo; los tomos sobre las revoluciones burguesas y la industrialización de Hobsbawm y una excelente Historia de España que estamos publicando, perdón porque pertenezco a su Consejo, en Marcial Pons/Historia.
¿Cómo son, de veras, los aragoneses?
Formales y divertidos, somardas y audaces, cultos y sencillos.
Qué lugar ocupa Aragón en España y cuál debería ocupar.
Un lugar discreto, ya sin tópicos. Se nos ignora y se nos relega porque somos pocos y mansos.
El hecho sucedido entre nosotros que más te conmueve.
La guerra civil.
¿Quién es tu personaje histórico, aragonés, más amado?
Joaquín Costa. Y ahora, ay, se nos ha ido a la gran Historia Labordeta.
¿Qué ha significado Marisa Santiago en tu vida?
Todo. Es lo más importante que me ha pasado. Su compañía hace que no enferme de soledad, que era mi tendencia antes. A su lado no me he aburrido jamás.
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