BAYO MARÍN, POR EDUARDO LABORDA
Eduardo Laborda (Zaragoza, 1952) cree en la realidad oculta de las cosas. Confiesa que no es religioso, pero en ocasiones ha percibido mensajes extraños, casualidades o la energía en marcha de los objetos. Como una llamada. Todo ello explicaría, en cierto modo, cómo llegó a la figura del pintor, ilustrador y publicista Manuel Bayo Marín (Teruel, 1908-Zaragoza, 1953), al que acaba de dedicar una monografía lujosa, ‘Bayo Marín entre luces y sombras’ (Instituto de Estudios Turolenses), que consta de 500 imágenes, 292 de ellas del artista. Casi antes de saber si era aragonés o no, Eduardo había adquirido un cartel suyo de una Feria de Muestras de Zaragoza, de 1943. Después, “porque me atrajo el asunto más que la identidad del pintor”, compró dos carteles del Pilar, de 1944 y 1945.
Algo más tarde, entró en movimiento una corriente de casualidades y enigmas. Dice Eduardo: “Cuando falleció el padre del pintor Joaquín Ferrer Millán, se supo que él había conservado siempre una maleta. Al principio pensábamos que era una maleta con sus secretillos: cartas, tal vez, o alguna imagen pornográfica. Yo no he llegado a ver la maleta, pero cuando la abrieron Joaquín y sus familiares descubrieron que dentro había una colección de caricaturas y dibujos de la revista ‘La Crónica’, de mujeres desnudas, de actrices de Hollywood, etc.” Laborda, intrigado por aquel Bayo Marín que firmaba los dibujos, “que rivalizaban en calidad y modernidad con los del gran Federico Ribas”, empezó a preguntar, y poco más tarde el cinéfilo Ramón Perdiguer redactaría una nota breve sobre el pintor en la revista ‘Pasarela’, que dirigía el propio Eduardo Laborda. Nadie sabía demasiadas cosas del personaje. Aquel número llevaba en portada y en interiores un homenaje a Francisco Pradilla, y se presentó en Villanueva de Gállego. Ejerció de anfitrión y charlista el historiador y apasionado de los toros Enrique Asín, y de repente le dijo a Eduardo: “Bayo Marín, hombre, ¡tu vecino!”.
Recuerda el pintor: “Ahí ya me quedé helado. Luego sabría que murió de un tumor cerebral en su casa de Manifestación 44, próxima a la mía, que hace chaflán con Alfonso. Empecé a preguntar a periodistas y pintores más veteranos: al cartelista Guillermo Pérez Baylo, que no sabía mucho. Finalmente di con la persona correcta: el pintor Luis Esteban, que lo definió como ‘amigo mío y mi maestro’. Y con otros como Luis Germán, que había sido discípulo suyo, o Pedro Beltrán. Ahí empezó una labor auténticamente detectivesca que me llevó a Madrid. La familia de la mujer de Bayo, Carmen González, había tenido una farmacia en la calle Recoletos y, preguntando por doña Carmen, logré dar con la familia y con sus hijas, Carmen y Cristina”.
Inmerso ya en esa espiral de descubrimientos, un día Eduardo Laborda recibió una llamada de un chamarilero y anticuario que le dijo que tenía un paquete de revistas para ofrecerle. “Eran revistas alemanas y norteamericanas de cartelismo y de la publicidad de los años 20 que quizá hubiesen vendido algunos discípulos de Bayo. Esas revistas, que conservo como oro en paño, me dieron muchas claves del trabajo de Manuel Bayo Marín”. Eduardo hallaría un trabajo como ‘La Eva Moderna’, a todo color, con influjo norteamericano. Y llegaría a documentar hasta más de mil obras; ahora tiene en su colección una treintena.
Parecía que la sombra de Bayo buscaba un biógrafo, un estudioso, un coleccionista: al pintor Eduardo Laborda le llegaban indicios. Organizó una muestra sobre Bayo Marín y realizó un documental ‘Bayo Marín, trazos de aire’; y un día, el catedrático de Historia del Arte Manuel García Guatas sugirió que hiciese un libro definitivo, que edita el Instituto de Estudios Turolenses.
Manuel Bayo Marín, hijo de herrero, nació en Teruel en 1908 y se trasladó a Zaragoza en 1919. Trabajó en un ultramarinos, porque su padre había muerto, y poco a poco iría inclinándose hacia el dibujo. Debutó en HERALDO como viñetista gráfico, como humorista, pero pronto se pasó al dibujo y a la caricatura. Entró a trabajar en la fábrica de muebles Loscertales como dibujante, llegaría a trasladarse a Vigo para trabajar en la sucursal de allí, y a la vez colaboraría intensamente con ‘La Voz de Aragón’. Fernando Castán Palomar le dio responsabilidad de periodista, publicista, dibujante y diseñador que frecuentaba los talleres.
“Bayo Marín después se trasladó a Madrid. Haría de todo: publicidad y diseño gráfico, caricaturas, ilustraciones de novelas y cuentos, portadas, en publicaciones como ‘Crónica’, ‘Cinegramas’, ‘Mundo Gráfico’. Yo creo que es un creador irrepetible. Puede considerarse el primer publicista aragonés en el sentido moderno y el primer diseñador gráfico”, resume Laborda.
Bayo Marín entre luces y sombras. Eduardo Laborda. Prólogo de Manuel García Guatas. Instituto de Estudios Turolenses. Zaragoza, 2010. 220 páginas. El retrato de Eduardo Laborda pertenece a Vicente Almazán.
[Este libro se presenta el próximo lunes a las 19.30 en la sala Ámbito de El Corte Inglés con la presencia del autor, de Montserrat Martínez y Javier Sáenz, directora y secretario del IET, y Manuel García Guatas, catedrático de historia del Arte especializado en Ramón Acín, los dibujantes del siglo XX, González Bernal, etc.]
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Sergio -