CRISTINA GRANDE: UN DIÁLOGO
Cristina Grande recoge sus dos primeros libros, ‘La novia parapente’ y ‘Dirección noche’ en un tomo: ‘Tejidos y novedades’ (Xordica, 2011), que cuenta con siete nuevos cuentos, tan humanos y turbadores como los anteriores. Cristina sigue trabajando en silencio, viaja mucho, ha vuelto a enamorarse y trabaja en una nueva novela.
-Han pasado casi diez años desde la aparición de su primer libro: ‘La novia parapente’. ¿Qué significó para ti ese libro, mirando ahora hacia atrás?
-Mirar hacia atrás es como mirar hacia abajo desde mucha altura, da un poco de vértigo. ‘La novia parapente’ fue una especie de milagro. Lo escribí con la libertad que da la ignorancia inocente o la inocencia ignorante. Tiene la espontaneidad de la primera vez, algo que se pierde automáticamente y que se recuerda con cierta nostalgia.
-¿Por qué has elegido el cuento, y además corto, como una forma natural de expresión?
-En principio es la extensión natural para mí. La comodidad también es natural en mí. Tengo bastante aversión a todo aquello que parezca muy elaborado.
-Cuatro años más tarde apareció ‘Dirección noche’, otro conjunto de relatos que ahondaba en la poética de los objetos. ¿Son los objetos como animales de compañía para ti?
-Sí. Los objetos guardan muchos secretos, recuerdos y vivencias que me acompañan. Quizás porque tengo mala memoria recurro a ellos como a un álbum familiar. A diferencia de los animales, tienen la ventaja de que no mueren.
-Y añades siete piezas nuevas y aparece ‘Tejidos y novedades’ ¿Qué hay de tejido y qué hay de novedad?
-Los tejidos ahí están, como una vieja colcha patchwork en la que no se puede cambiar el orden de los pedazos. Y las novedades suman una fila más para abrigarte un poco mejor.
-Una característica de casi todos tus relatos es la elección de la primera persona. ¿No temes que se confunda persona y personaje?
-Siempre hay una distancia entre mis personajes y yo. La primera persona me permite alejarme más porque la controlo como yo quiero. A mis personajes les permito más cosas si hablan en primera persona.
-El libro se cierra con el cuento ‘Cáscara amarga’ y narra una historia de amor más o menos imposible. ¿Eres consciente de que ese personaje central siempre está malquistado consigo mismo, a la defensiva, y que es un náufrago?
-La imagen del náufrago siempre me ha interesado y el amor sería en mis historias el remedio a la soledad del náufrago. Nada me da más miedo que la soledad, que en realidad se parece mucho al vacío.
-Otra de las características de tus relatos es un cierto pesimismo y que no existe el futuro. “Nunca he creído en el futuro”, dice. ¿Es usted así?
-Aunque parezca contradictorio, soy profundamente optimista. Y tiendo a creer que el futuro será por lógica mejor que el pasado. Nunca volvería a mis veinte años. Quizás mi pesimismo es un afán por encontrar el equilibrio. Me gusta pensar que lo mejor está por llegar, y no creo en el pasado si no es como un mero almacén de experiencias (muy atiborrado, eso sí).
-¿Qué hay en los secretos de familia, qué tesoro o qué atmósfera de inquietud y de frío encuentras ahí?
-Tesoro es la palabra que más relaciono con la familia. Soy un poco siciliana en ese sentido. En el entorno familiar y doméstico me siento muy cómoda.
-Si tuviéramos que buscar afinidades en tu obra, ¿deberíamos pensar en Natalia Ginzburg, en Anne Tyler, en Clarice Lispector? ¿Qué escritores viajan con Cristina Grande?
-No leo para aprender, sólo para reconocerme. Me reconozco en muchos autores, en la Ginzburg por supuesto, pero también en Miguel Torga, en Julio Ramón Ribeyro, en Javier Tomeo, en Irene Nemirovski, en Agota Kristof, en Thomas Bernhard, en Ramón J. Sender...
-Uno de los cuentos nuevos se titula ‘Volanderas’ y mezcla la historia de unas amigas con otro de tus símbolos: las capitanas.¿Por qué la atraen tanto las capitanas?
-Que puedan echar raíces después de muertas me parece fascinante. Vencer a la muerte es el gran tema.
-Uno de los cuentos más brillantes, entre los nuevos, es ‘Reserva especial’: ¿Cómo nace esa historia de amor, de vino, y de un joven despeñado por un precipicio?
-Quizás también tiene que ver con el afán de trascendencia. El vino, en esas botellas, no sólo sobrevive a las personas, sino que además es capaz de tirarse por un precipicio para advertirnos del peligroso espejismo del amor. El vino no miente.
-¿Crees, de veras, que las verdades sin tapujos solo se pueden decir cuando apenas conoces al otro?
-No lo sé, pero he comprobado que cuando no tienes nada que perder puedes comportarte de forma más auténtica.
-¿Por qué tus criaturas son tan frágiles que están siempre al borde del abismo?
-No creo que sean tan frágiles, al contrario, hay que ser muy fuerte y valeroso para vivir al borde del precipicio. Admiro a Philippe Petit, el funambulista que paseó entre las torres gemelas sin ningún miedo, y no precisamente por dinero.
-Tus personajes siempre están de caza. ¿Es ese nuestro estado natural: buscar, intentar cazar, seducir?
-La cosa está en no quedarse quieto, y para eso hace falta un poco de entusiasmo, "ligerezza" y desprendimiento. Sobre todo busco reconocerme en mis semejantes.
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