ROSENDO TELLO REGRESA A LA POESÍA
[El Premio de las Letras Aragonesas, que acaba de cumplir 80 años, publica un nuevo poemario en Prames: ‘El regreso a la fuente’]
Hacía algunos años que Rosendo Tello (Letux, Zaragoza, 1931) no publicaba poesía. Recogió su lírica completa en ‘El vigilante y su fábula’ (Prames, 2005), que ya llevaba el marbete que lo acreditaba como Premio de Las Letras Aragonesas de 2005, y en 2008 apareció el primer volumen de sus memorias: ‘Naturaleza y poesía’ (Prames), centrado en su inicial deslumbramiento ante el paisaje, la música, la lírica y el presagio feliz de algunos cuerpos femeninos, rotundamente hermosos: “Una mujer desnuda entre mis brazos”, una imagen en la que sigue insistiendo. Luego Rosendo tuvo un infarto y le han quedado algunas secuelas que le han afectado al habla, sobretodo. De ahí que, recuperado en todas sus facultades salvo en esa, tan determinante para él, elocuente, fabulador y barroco, apenas le hayamos visto. Rosendo Tello pasea a diario, queda con algunos amigos, conversa con Maribel, que siempre ha sido su musa y su ángel tutelar, lee y escribe.
Estos días, coincidiendo con la feria, acaba de aparecer un nuevo poemario: ‘El regreso a la fuente’ (Prames, 2011. 62 páginas), que es un libro inequívocamente de Rosendo Tello. Un libro que se sitúa en un territorio mágico y simbólico, ese país del alma gobernado por la luz lunar y el destello del sol, presidido por la memoria y la melancolía, la presencia de la música y los ruiseñores (más del alba aquí que de la noche), la búsqueda del edén, el temor a la desaparición o el diálogo encorajinado con la muerte. Un libro que resume muchas de las virtudes del poeta: la elección de un lenguaje pulcro y rico, la creación de una trama que se desarrolla en un espacio mental de fulgor onírico, el sentido del ritmo y una inclinación incesante a la belleza. Rosendo Tello es un poeta que atiende a la pureza del decir: en la construcción de la metáfora, en el uso de los vocablos, en el nudo alquímico de los términos de cada verso.
Este libro es un compendio de muchas cosas. Incluso de la enfermedad. Incluso de la incertidumbre, del desconcierto de existir contra las ruinas del cuerpo. Y es un poemario donde Rosendo Tello –lector apasionado de Paco Brines, de Juan Gil-Albert o de Luis Cernuda, entre otros- también reflexiona sobre el lenguaje y la lengua misma en un poema portical. Dice: “Mil lenguas no podrían expresar el enigma / del sueño del amor o del sentido del sueño. / Tratando con las cosas no acierto a darles nombre, / deseando me pierdo en un mar de arrecifes; / así que toda lengua me lleva a un territorio / inexplorado aún, donde sólo es real / el silencio que mentan el olvido y la muerte”. Tres asuntos evidentes aquí: el lenguaje es insuficiente, considera el escritor, y la doble asechanza del olvido y de la muerte. Y por extensión, Tello también medita, cuando menos alegóricamente, de la lengua que ha perdido, o que se ha desposeído de la nitidez de antaño como consecuencia de la dolencia inesperada.
A partir de ahí, el libro se organiza en cuatro secciones, que parten de cierto pesimismo, del dolor de vivir. En la primera parte, Rosendo habla de la condición del extranjero del hombre en su propia vida, extraño de sí y extraño en todo, del pálpito de la sombra, de la vejez y de esa terrible desaparición del futuro. Los poemas de esta parte se titulan ‘Lejanías’, ‘Rosas negras’, ‘Desparecer’, ‘El final de una época’, ‘El ruiseñor que calla’, que vendría a ser por extensión el propio poeta, o ‘Tiempo vacío’, un poema clave en el conjunto. Títulos que son casi estados de ánimo. Anota: “El lugar que resiste es el más frío; / cae la noche lentamente en él / y lloran los fantasmas que habitaban / los desvanes del cielo”.
Este estado de desánimo y amargura persisten en la segunda parte del libro, aunque ahora está teñido de una búsqueda que se mezcla con la añoranza. En la tercera parte ya se percibe un camino hacia la luz y la esperanza, con algunos poemas de evocación y de exaltación del mundo, como ‘Magia’, que contiene muchos elementos de la poética de Rosendo Tello: la música que salta, las flores del jardín, el piano que suena en la noche temblorosa, la oscilación del corazón del mar. La última parte culmina la travesía hacia una plenitud que integra a todos, “habladores; todos, fabuladores, /animales y cosas y hombres, de mirar extasiados, / (…) El tiempo que ahora llega y resplandece / en esta palpitante y serena plenitud”.
La Feria del Libro de Zaragoza nos trae otra excelente noticia: Rosendo Tello, que cumplió 80 años en enero, sigue en plena forma: en la gran forma de la poesía, escrita con emoción, verdad y latido de hermosura. Él retorna al manantial de la inspiración y del verbo.
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