'VIDRIO Y ALAMBRE' DE J.L. RODRÍGUEZ
José Luis Rodríguez García (León, 1949) es, probablemente más que nada, poeta. Poeta: alguien que dibuja el mundo, que lo intuye, que lo interpreta y lo cifra en palabras necesarias con una mirada muy personal. José Luis es filósofo y profesor de filosofía: ha bebido tanto de Hölderlin y de Paul Celan como de Sartre y Artaud, y además le gusta explorar, indagar, internarse en los territorios del vacío, de la nieve, del espanto, del dolor y de la hermosura. Una hermosura con heridas, con un temblor de sangre, con un fogonazo de desesperación o del coraje de quien se atreve a mirar de frente a la nada. Uno de los mejores libros de poesía de José Luis Rodríguez fue ‘Voces del desierto’ (Eclipsados, 2009), muy narrativo, de impresiones y secuencias, casi de monólogos dramáticos de gentes que iban y venían, errabundas, con el corazón a la intemperie.
Tras ese libro, José Luis Rodríguez, que se prodiga en el cuento y en la novela, publicó una de sus novelas más intensas: ‘El tercer concierto’ (Eclipsados, 2010), una novela coral sobre Chopin. Por aquellos días, el escritor ponía término a un nuevo poemario: ‘Vidrio y alambre’ (Eclipsados). Dividido en tres partes, ‘Nosotros’, ‘Odisea’ y ‘Descripciones’, parece escrito desde ese libre y vertiginoso flujo de la conciencia que había reivindicado James Joyce: el poeta mira el mundo, mira a sus semejantes, se mira a sí mismo, rastrea en el pasado, y elabora un memorial de imágenes, de sensaciones, de visiones casi surrealistas, de estados de ánimo. La vecindad de la muerte es latente: más que la vecindad, quizá, su fantasma que acecha y amenaza, y con la muerte el dolor, la desesperación, el escalofrío de la nada. O, como dice el poeta también, “la hermosa fragilidad de la melancolía”. Ese flujo de conciencia, o de desparrame lírico, arrolla y conmueve: el poeta alcanza muchos momentos de elevada inspiración, y da igual que emplee el sarcasmo, la ironía, su propio miedo, da igual con qué sentimientos se envuelva: la poesía es brillante, variada, intensa, desabrida, muy equilibrada en el fondo y la forma.
A José Luis Rodríguez todo le sirve: lo que sueña, lo que le apena, las sombras de la enfermedad, la incertidumbre, lo que le corroe; le sirven los minutos en que la vida se exalta, en que una mujer pasa y enciende una taberna o una tarde, pero no podemos decir que el tono del libro sea luminoso exactamente (ni mucho menos: la oscuridad reaparece con sus dagas: “el mundo, / la patria de los muertos, / ok”, dice en un sitio, y en otro arranca así: “El horror brillante de la noche, / el tenebroso esplendor de la noche”), aunque hay poemas que son una declaración de intenciones y en cierto modo una poética como ‘La ilusión del poeta’: “Qué leve el volar / y la huida del gorrión, / semejante al suspiro del maestro / o al lamento de madera de la mujer / a la que insulta la noche, /qué leve. // como la carrera suicida de un indio / o la ilusión del poeta/ que contempla el cielo cárdeno”. ‘Vidrio y alambre’ es un libro de fotografías y recuerdos, un libro sobre el viaje, la exactitud de los vocablos y la última palabra, y quiere ser una huida del silencio: “...y también suena el silencio, que es el ruido más horroroso”.
Vidrio y alambre. José Luis Rodríguez García. Eclipsados. Zaragoza, 2011. 66 páginas.
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