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Antón Castro

HOY, LA NOVELA PÓSTUMA DE ANA MARÍA NAVALES EN ÁMBITO CULTURAL

Ana María Navales (Zaragoza, 1939-Borja, 2009) fue poeta, narradora, profesora y ensayista. Su carrera literaria está asociada a una devoción: la vida, la escritura y el universo de Virginia Woolf, que era para ella una obsesión por su vivencia de la literatura y porque pugnó por encontrar un cuarto propio, un lugar en el mundo a través de la palabra y de la ficción. Quizá por eso a nadie extrañará que su novela póstuma, ‘El final de la pasión’, que publica esta semana el sello madrileño Bartleby, esté dedicada a la autora de ‘Al faro’ u ‘Orlando’, que nació en Londres en 1882 y que se ahogó en el río Ouse, con piedras en los bolsillos, en 1941. La novela se presenta esta tarde, a las 19.30, en Ámbito Cultural de El Corte Inglés con Marta Agudo y Julio José Ordovás.

La poeta y profesora Marta Agudo (Madrid, 1971), albacea de Ana María, ha sido la responsable de la edición. Dice: “El libro estaba prácticamente acabado. Y es el testamento literario de Ana con respecto a Virginia Woolf, y también un ajuste de cuentas, y es, a la vez, el testamento literario y vital de ella, de su propia concepción de la literatura, con una carga emocional superior a ninguno de sus libros”.

Marta Agudo, que habló mucho con Ana María Navales cuando estaba enferma, recrea el dolor y el entusiasmo de sus últimos meses de vida. “Ana se recuperaba gracias a la escritura. Y, en cierto modo, se mimetizaba en Virginia Woolf hasta sus últimas consecuencias. Virginia Woolf era su pasión: ambas sentía la literatura como una forma de salvarse. Como una terapia. A veces, en los últimos tiempos, Ana parecía tener visiones, parecía vivir entre fantasmas”.

Dice Marta Agudo que en ‘El final de una pasión’, Ana María Navales intenta responder a todas las cuestiones oscuras o enigmáticas sobre Virginia Woolf: su sexualidad, su frigidez, la relación con su marido Leonard, los celos, la idea del suicidio o los celos. “La novela está estructurada mediante cartas entre Virginia y su hermana Vanessa. Ahí se ve la tensión y la rivalidad entre las dos hermanas, el odio y el cariño, algunos amores más o menos robados. Sacan los trapos sucios, se dicen cosas crueles la una a la otra. Y por otra parte, Ana María Navales también usa, en el tramo final, una escritura en forma de diarios: una escritura en apariencia menos elaborada, pero de gran intensidad. Por ejemplo se percibe que Virginia se sentía atraída por las mujeres, pero más en un sentido espiritual que puramente sexual”, señala Marta Agudo. El servicial Leonard Woolf acaba haciéndose antipático porque es quien le da las pastillas, le ofrece té, casi como si fuera un centinela. Y la novela, poco a poco, describe el mundo interior de la autora, sus sombras, y ese mundo de promiscuidad y de tensiones afectivas, de esnobismo y de creación, que se daba en el núcleo de Bloomsbury con gente tan diferente como Gerald Brenan, Leonora Carrington, Lytton Strachey, Robert Fry, Clive Bell o Duncan Gray. “Hay una cosa incuestionable: la novela tiene un trasfondo triste, pero infunde un gran optimismo por la creación. Ana María Navales tenía una fuerza y una vocación literaria impresionantes”.

 

AVANCE EDITORIAL

 

[Confidencias de dos hermanas]

 

[Ana María Navales había abordado el mundo de Bloomsbury y de Virginia Woolf en relatos y ensayos. ‘El final de una pasión’ arranca de junio de 1940, apenas dos años antes del suicidio de Virginia. Las dos hermanas Vanessa (Nessa) y Virginia (Gin) realizan, a través de la correspondencia, un viaje por su vida y su insatisfacción, por el arte y la creación, y por el núcleo de sus amantes.]

 

 

 

1 de Junio de 1940. Monk´s House, Rodmell, Sussex

 

 

 

Mi amadísima Nessa: Esta noche apenas he podido dormir y no a causa del nerviosismo, ¿por qué no le llamo miedo?, que me produce oír sobrevolar la zona a los aviones alemanes, el eco del ruido de las bombas que caen sobre Brighton..., esta sombra interminable que es la guerra.

 

Después de mi escapada a Londres, llegué a Monk´s House[s1]  a tiempo de jugar una partida de bolos con Leonardo. Creyó que volvía de mi paseo en bicicleta a Charleston, en busca de algo de carne y mantequilla, así que no adivinó nada y fingió que, abstraído en su trabajo de jardinería, las horas se le habían pasado sin sentir. Escapar de la rígida disciplina de trabajo de Leonardo me despierta la misma excitación que recuerdo de mis travesuras infantiles.

 

Estoy en mi estudio, veo a través de la ventana la tierra que se extiende a mi alrededor. Es asombroso que los árboles sigan verdes, las flores abriendo su perfume y sus colores, el sol de la tarde en lucha con la frescura del viento, como si la naturaleza se mantuviera al margen de la guerra, protegida en una enorme burbuja de indiferencia, contra las atrocidades de que son capaces los seres humanos.

 

Ayer, cuando almorzamos juntas en el Royal Cafe, para celebrar tu cumpleaños antes de la fiesta familiar en Charleston, pensé, mi queridísimo Delfín, mientras disfrutaba la salsa dulce y amarga del pato, que la vida se parecía mucho a aquel sabor que, inesperadamente, suscitó en mí tantas emociones ocultas y la necesidad de recobrar el pasado. Mi pensamiento iba tan rápido, por delante de mi propia voz, que no pude decirte nada.

 

Además, sentada frente a ti, a quien adoro, me preguntaba cómo tú, la diosa, la madre tierra, podías parecer tan frágil en aquel momento en el que estabas obligada a asumir casi toda tu existencia, sesenta años que habían caído de pronto sobre tus hombros, y allí estabas, inmóvil y firme, como una estatua de mármol en un jardín palaciego, hasta que recobré mi ironía y te hice sonreír con alguna maldad que ahora no recuerdo.

 

No puedes imaginar, mi dulcísima Nessa, cuánto deseé entonces que me acariciaras el pelo, tus besos de cuando era niña, saber, de verdad, si tu silencio, esos sentimientos que nunca has sacado fuera, forman  parte de tu naturaleza o has ido levantando con ellos, ladrillo a ladrillo, con la argamasa de la pasión y el dolor, un muro de protección que ni a mí me dejas traspasar. Cómo querría, ahora que la vida empieza a escapar de nuestras manos, ¿será largo el camino de su huida?, que pudieras comunicarte con tus fantasmas sin ningún fingimiento -sabes cuánto odio la hipocresía- y que pudiéramos recorrer, cogidas de la mano, el túnel que conduce a nuestra vida interior, a la luz de lo que hemos sido.

 

Estoy llenando esta carta de motas de tabaco, no soy nada cuidadosa al liar cigarrillos, también de humo, cuando debería tener el mejor perfume. Leonardo me trae mi vaso de leche de media mañana y me siento culpable de no haber empezado a corregir las pruebas de la biografía de Roger. Ardo en deseos de que la leas, sabes cuánto he sufrido con este libro que me temo no va a gustar a nadie. Jamás, me digo, intentaré escribir la biografía de alguien tan próximo como Roger, y mucho menos si ha mantenido una apasionada relación con mi hermana, aunque no pude negarme al requerimiento de Margery.

 

Me pregunto qué sentiste a la muerte de Fry, y si no estaría aún vivo tu amor por él, de no haber aparecido Duncan que, con su fluido encantador, con su belleza excéntrica, lo impregnó todo. Duncan, capaz de desbordar el río Ouse. Hasta por la pintura porosa de tus cuadros respira su aliento ¿me equivoco, mi pequeño Delfín?

 

Escríbeme, mima a este mono que no aspira sino a imitarte, y que se sube a tu hombro para besar tu cuello.

 

                                                                                  V.

 

 

 

 

                                               

 

Domingo, 2 de junio de 1940. Charleston, Firle, Sussex

 

 

                  

Mi querida Ginia: No sé cuánto se retrasará la fiesta de mi cumpleaños en Charleston. Duncan aún no ha recobrado su fuego creativo y no está para disfraces, teatros o canciones. Ha vuelto de Plymouth, de lo que él llama su “misión especial”, harto de pintar barcos de guerra. Quizá no encontró atractivos soldados en el puerto, una observación que no es digna de mí y que habría debido evitar. Pero, ya ves, la Santa, que nunca se queja de nada, no ha tachado esa frase para no encubrir sus sentimientos, ni ocultar sus preocupaciones. Algo que no es habitual.

 

Y si empezamos a derribar ese muro, tras el que crees que me protejo, no tan fuerte como piensas puesto que está hecho de lágrimas contenidas, debería decirte que ese exagerado amor tuyo con que siempre me has rodeado, en circunstancias como las que ahora atravieso, más que servirme de consuelo o apoyo, en mi lucha por mantenerme serena, acrecienta mis pesares. No te estoy haciendo reproches, no olvido los cuidados que me prodigaste cuando rodaba por la pendiente de la desesperación hacia un infierno del que creí que no podría liberarme.

 

Sí, me refiero a la muerte de Julián, pronto hará ya tres años, a esa herida en mi corazón que nunca va a cerrarse, y tú me preguntas por la de Fry, por unas emociones que están perdidas en el tiempo y que sería insano recuperar ahora.

 

Nunca podré entender cómo en este ambiente de pacifistas y objetores de conciencia en el que se crió Julián, pudo brotar su deseo de ir a una guerra en la que no tenía nada por qué luchar. Recuerdo que, de pequeño, jugaba a las batallas, a derribar barcos, que él mismo se fabricaba, en la alberca de Charleston, pero yo siempre creí que eran cosas de niños. Nunca le castigué, prefería hablar con él, razonar sobre el motivo y las consecuencias de sus travesuras, y sé que le amaba más que a ninguno, incluso cuando exhibía su aire triunfante, el desafío en sus ojos, si me creía vencida. Pero, después, venían sus besos y caricias. Nuestra relación era muy especial. Y, cuando ya fue mayor, yo seguía siendo su confidente, su refugio seguro. Su alma estaba siempre dentro de la mía. (...)

 

Ya no puedo seguir escribiendo más. Quizá va a ser demasiado doloroso, mi Gin querida, remover el pasado. (...)

 

Te abraza,                                                                                               

 

Van 

 

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