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Antón Castro

RAÚL ARIZA: TRES CUENTOS

Raúl Ariza publica su segundo libro ‘La suave piel de la anaconda’ en Talentura, que se presentará en Zaragoza el día 29 de junio,en la librería El Pequeño Teatro de los Libros, de Ciro y Carolina, donde se graba la sección de libros de 'Por amor al arte'. Me envía tres relatos del libro. Ejercicios con dolor y fuerza sobre el misterio de vivir.

 

 El río abre la boca

  

El loco se sube al pretil del puente. Parece un predicador ascendiendo a un púlpito muy alto.

El río se enturbia con su sombra. Es un río sin peces, de aguas violentas y, ahora, también expectantes.

Ha hecho un día extraño. Empezó claro y quieto. Se oía el canto de los pájaros invernales burlándose del frío, y se divisaban, allá en lontananza, perfiles montañosos escarpados, que bien pudieran haber pasado por idílicas geografías soñadas. Las gentes andaban resueltas por la mañana. Cubiertas por anchos sombreros y embozadas en ropas gruesas, se les veía a buen paso y con gesto animoso, en cualquier caso.

Pero algo más tarde del mediodía, tras esa llamada de teléfono en la que el loco ha escuchado la palabra adiós, la tarde se ha mudado de tinieblas y se ha levantado un viento ensordecedor, que ha callado los trinos y ha revuelto de hojarasca la visión de los lejanos paisajes, haciéndolos prácticamente invisibles y sólo imaginados. Apenas se ven ahora paseantes. Tres o cuatro a lo sumo. Ausentes y miedosos.

El río abre la boca. Juraría que incluso se ha relamido de tanta hambre que tiene, pues ya hace dos días del último bocado al que le hincó el diente.

El loco cierra los ojos y abre los brazos. Parece un predicador sermoneando en latín a unos peces que no existen.

 

 

 

Ese trocito de acera

 

Se acerca el verano y el día se ha estirado en luces. Hace ya una semana que las tardes remolonean, antes de palidecer bajo una calima angosta y seca que por momentos le trae el solaz recuerdo de unas caricias de madre.

El taxi suele dejarla un par de calles más abajo. A pesar de los tacones, a Aisha le gusta andar hasta alcanzar su puesto de trabajo, saludando mientras tanto a las compañeras que se encuentra por la zona. No es que tenga amigas entre la profesión, pero algo similar al miedo a la invisibilidad, le mueve a saludar o a devolver el saludo con un gesto cortés.

Llega con los pezones doloridos porque Abhu se ha pasado hoy mamando. Quizá se parezca a su padre en lo glotón. Quizá, porque no puede asegurar con plena certeza cuál de los dos tipos que la violaron antes de embarcar es el padre del pequeño. En cualquier caso, piensa en los ojillos vivaces de Abhu mientras se alimenta, se roza el pecho con enorme suavidad por encima del corpiño que lleva puesto, y sonríe sin disimulo, al tiempo que llega a ese trocito de acera en el que desde hace ya casi un año viene pagando el precio del peaje.

Ahora, apoyada en el alféizar de la ventana de lo que otrora fue un colmado, en la parte de la calle que a estas horas le da la espalda al sol, se abanica y espera, con sus enormes piernas cruzadas y ronroneando cancioncillas infantiles, a que Ngu, su chulo, haga la primera ronda.

 

 

Desmemoria

 

El padre anda siempre despistado y la madre juega con él a los besos. Te vas a la cama sin darme un beso. Le pregunta. Y es de lo más tierno verlos.

Hace frío en fin de año y Rubén anda destemplado. Así que al acostarse, ya de noche larga, se ha metido en esa cama chica, que de crío era suya, y se ha arrebujado bajo dos gruesas mantas buscando aquél calor olvidado.

Hace un par de días que tuvo que abandonar su propia casa. El juez habló de malos tratos, pero él jura, sin embargo, que después de mirarla con esa tristeza pedigüeña del que no entiende por qué las cosas buenas se acaban también en navidad, sólo le preguntó en un tono más de exclamación que de ira, cómo era posible que hubiera olvidado tan pronto los buenos momentos. Ella debió de asustarse y lo denunció. El veintiocho, el día de los inocentes.

Así que ha tenido que volver a casa de unos padres viejos y amables. Una casa en penumbra en la que parece que siempre anochece. Una casa de la que Rubén ya había olvidado sus escondites preferidos y ese olor a rancio que lo impregna todo. Una casa llena de relojes detenidos, de figurillas de porcelana con mirada sin brillo y de medicamentos de viejos por las mesillas de noche.

Han cenado los tres, pretendiéndose felices. La madre esforzándose en cuidados, el padre casi ausente por el Alzheimer y el hijo disimulando congojas, para no empañar aún más la velada. Se han comido las uvas, se han mojado los labios con cava, y papá le ha dado dos besos a mamá antes de irse a la cama.

Cuando el viejo se levantaba del sofá camino del dormitorio, la madre, haciéndole un guiño previo a su hijo, le ha reprochado a su marido el que se fuera a dormir sin darle siquiera un beso de despedida. Y el viejo, con la mirada asustada y el ceño contrariado por su falta de recuerdo, sólo ha advertido la broma cuando ha visto a su mujer sonreírle. En la tele alguien canta un bolero.

 

Todas las fotos son de la gran fotógrafa de moda y de guerra Toni Frissell. 

3 comentarios

Beatriz -

Me gustó mucho "Desmemoria", ternura y dolor.
Gracias Antón por tu maravilloso blog.
Mi alma se nutre en él.

Nieves -

Un placer como siempre leerle y leerte. Ahí estaremos.

Santi -

La presentación tendrá lugar en la librería El Pequeño Teatro de los Libros.