PENNAC Y SU 'DIARIO DE UN CUERPO'
DANIEL PENNAC EN ZARAGOZA HOY
El escritor Daniel Pennac –aquí está en la estupenda foto del gran Daniel Mordzinski- visita hoy en Zaragoza, invitado por Los Portadores de Sueños en colaboración con Ibercaja. En el salón Rioja, a las 19.30, Nieves Ibeas e Ismael Grasa conversarán con él y hablarán de su último libro: ‘Diario de un cuerpo’ (Mondadori), el relato de un hombre desde los doce o tres años hasta su muerte. Le deja su diario a su hija Lison y allí lo cuenta todo desde esa perspectiva corporal, física, fisiológica y emotiva: habla de la enfermedad, del deseo, de la masturbación, del primer coito, del crecimiento, del dolor, de la decrepitud. Es un libro lleno de sabiduría, de poesía, de sinceridad y de humor e ingenio. Y además tiene mucha ternura: cómo mira el joven a su padre, muerto muy pronto, cómo mira el anciano a su nieto, que muere pronto también y le revela su homosexualidad... Copio aquí dos fragmentos.
Una foto de Guy Le Baube.
[13 de agosto de 1968:
En el fondo me gusta pensar que nuestros ‘habitus’ dejan más recuerdos que nuestra imagen en el corazón de quienes nos han amado.
15 de agosto de 1968:
En la playa también. Leo, tendido sobre mi toalla. Allá voy, dice Mona. La contemplo mientras camina hacia el mar. Qué maravilla, esa continuidad del cuerpo femenino que nada interrumpe. Debo decir que Mona nunca lleva esos bañadores de dos piezas que cortan en cinco a las mujeres.]
CRÍTICA APARECIDA EN ARTES & LETRAS
Daniel Pennac (Casablanca, Marruecos, 1944) había obtenido un importante éxito con la novela ’Mal de escuela’ (Mondadori, 2008), con la que había obtenido el Premio Renaudot. Se trata de un escritor imaginativo que resume como pocos la memoria, la emoción, los hechos capitales, diminutos o excelsos, de la vida. Ahora aparece un libro sorprendente, lleno de matices, de ingenio y de humor y de conocimiento: ’Diario de un cuerpo’, elaborado con las notas que un hombre ha ido tomando en su vida, desde los doce años, en 1936, hasta los 87, en 2010. Pero en realidad no es un diario normal, un diario de emociones, de percepciones psicológicas, de sentimientos, es “el diario de mi cuerpo”, el cuerpo de un contable que nació en 1923 y que decide legar a su hija Lison un montón de folios.
El libro es un recorrido por esas vivencias físicas y fisiológicas que un joven, que además no se entiende con su madre, desarrolla desde la adolescencia. Uno de las primeras experiencias remite al miedo, al miedo a las hormigas que están a punto de invadirle en una salida con los ’scouts?; otra está vinculada al reconocimiento de uno mismo ante el espejo, y hay otras que tienen que ver con el baño, con el vómito, con las primeras enfermedades e incluso con una huelga de hambre que decidirá en cierto modo su destino. Este cuerpo se identifica con su padre, que fallecerá demasiado pronto, un hombre que habla “en cursivas”, con matices especiales de lucidez que ayudan a revelar la existencia. Es él quien le invita a acudir al Diccionario Larousse cuando no sabe algo.
En el diario anota todos los aprendizajes. El joven inventa un hermano, Dodo, que es casi su ’álter ego’ y a la vez es un recurso para adquirir conciencia de pequeños detalles: por ejemplo, para aprender a mear, sonarse los mocos, mirar. Daniel Pennac anota, con medidas elipsis, cuánto sucede: la irrupción del deseo, las poluciones nocturnas que vuelven pegajoso el pijama, la masturbación (en páginas nada morbosas), el descubrimiento de los pezones femeninos, de la menstruación y de la belleza femenina, la primera relación amorosa. Y habla también de la necesidad de hacer culturismo, de practicar boxeo (que se define aquí como el arte de la finta) o de disfrutar en el campo con sus amigos y con los familiares de Violette, la criada que ha sido su segunda madre.
Todo ello está contado con hondura, con ritmo y con ingenio. Y con elocuencia poética. De los pezones dice: “No creo que exista objeto de adoración más arrobador, más conmovedor y complejo que los pechos de las mujeres”. El protagonista y su mejor amigo había robado, en el internado, la colección de postales del padre Delarou, que se tocaba por debajo de la mesa, y tenía un auténtico harén portátil; el hurto les permite acceder al universo de la imaginación sensual, que se desarrollará luego con distintas mujeres. La pérdida de la virginidad ocupa páginas espléndidas: una exaltación física de la carne y de sus arrebatos, algo que también sucede cuando aparece Mona. Y antes, vemos al protagonista combatir contra los nazis, acercarse al maquis, rehacer su vida, siempre desde una perspectiva muy epidérmica.
En el libro hay muchas más cosas. Es un prolijo inventario con muchos momentos hilarantes, cómicos, emotivos, conmovedores: el amor físico con Mona (a medida que pasa el tiempo enflaquece el amor y la pujanza de los genitales; un día le dice Mona: “el señor tiene el sexo en otra parte”), la paternidad, la condición de abuelo luego, las diversas fases de la madurez y la decrepitud, el descubrimiento de la homosexualidad de su nieto, que contempla momentos de una confidencialidad de avasalladora sinceridad, la impotencia. Y las diversas enfermedades, entre ellas los acúfenos, esos ruidos que nunca acaban de irse y que son casi una invitación permanente al suicidio.
Daniel Pennac ha escrito un libro totalizador, complejo y completo, con magníficos personajes secundarios: esa madre, incapaz de amar a su hijo; el tío Georges, que reemplaza al padre muerto; la criada Violette; la amante de Quebec, Suzanne; la tenista Simone (el protagonista es un buen jugador de tenis); el amigo esencial Fanche, que siempre está ahí. Pennac ha sabido ordenar la narración a su antojo, administrarle chistes, y salpica por aquí y por allá diversas conclusiones o frases que redondean el libro: “El hombre solo teme realmente por su cuerpo”. “Estoy blando como una garrapata y Mona seca como una tormenta de arena”. “¡Hasta qué punto se beneficia el cuerpo de la energía amorosa! Todo, absolutamente todo me sale bien ahora”. Quizá la frase clave podría ser esta: “Somos hasta el final el hijo de nuestro cuerpo. Un hijo desconcertado”.
’Diario de un cuerpo’ –bellamente traducido a un castellano preciso y variado por Manuel Serrat Crespo- es uno de los libros más libres y sabios sobre la condición humana, más hermosos y emocionantes que he leído jamás. Es un laboratorio constante de sensaciones, de estados de ánimo, de sutileza, de ternura, de desgarro, de secretos de familia, de revelación del yo en relación a la carne.
Diario de un cuerpo. Daniel Pennac. Traducción de Manuel Serrat Crespo. Literatura Mondadori. Barcelona, 2012. 330 páginas.
5 comentarios
daniel -
Voraxlectora -
Voraxlectora -
Manuel Serrat Crespo -
Manuel Serrat Crespo -
Sí, ya lo sé, ahora llegarán las excusas y el "lo siento"... Demasiado tarde, amigo, demasiado tarde.